Johann Heinrich Samuel Formey (1711-1797) fue un autor alemán de producción en lengua francesa, miembro de la Academia de Berlín y colaborador de la Encyclopédie. Sus Consejos para formar una biblioteca poco numerosa pero selecta fueron muy estimados en la época. El texto que reproducimos data de 1766, que sigue las ediciones berlinesas de 1746 y 1756.
Como Secretario perpetuo de la Real Academia de Prusia, además de religioso y erudito, propone a los lectores seleccionar los textos que deben leer y con los que conviene componer una biblioteca privada. Y, dado que fue autor de obras tan señaladas como El filósofo cristiano (1750) y el Emilio cristiano (1764 en tres volúmenes), en clara réplica a Rousseu, aconseja que la fe constituya el principal y dominante criterio de elección.
En los Conseils tiene muy presentes los Advis pour dresser une bibliotheque que publicara en 1627 Gabriel Naudé.
La obra de Formey establece las directrices a seguir para formar una biblioteca particular teniendo en cuenta sobre todo la cantidad de libros que se publican. Pero además de recomendar el fondo bibliográfico de una biblioteca privada, Formey ofrece un catálogo razonado compuesto por un cierto número de categorías a las que pueden adscribirse los mejores libros de cada género. No obstante, aunque como clérigo y moralista la idea que prevalece es la de lo bueno o la de lo mejor en términos religioso-morales, procura que su propuesta no sea interpretada como la consecuencia de un gusto particular. Al contrario, dice apoyarse en una autorizada sabiduría universal que no duda en jerarquizar con lo que establece una auténtica axiología de la lectura.
El tratadillo se organiza en dos partes de similar extensión: la primera se dedica a los estudios en general, y en ella se explican cuáles son las razones que deben guiar el estudio y la utilidad del mismo, así como el orden que debe seguirse al seleccionar los libros, y una segunda parte que trata sobre el estudio de las Bellas Letras. En todos los casos, el deleite debe acompañarse de la utilidad.
El volumen comienza recomendando leer la Escritura y otras obras de Teología. Asegura que en esta clase de libros y en su lectura se encontrarán los fundamentos de cualquier conocimiento y, por ello, deben adquirise las mejores versiones y ediciones de la Biblia. Con este principio general, los libros y autores que resultan más a propósito para la formación religioso-moral ocupan un lugar preferente quedando así relegados, tanto en el orden de compra como en el de lectura, los libros de puro entretenimiento.
Resulta obvio que lo que se pretende es que no lleguen a las bibliotecas privadas libros prohibidos y autores considerados heréticos o simplemente inmorales. Lo que promueve este tipo de lectura pasiva y asertiva a un tiempo es utilizarla como preventivo ante el contagio de la impía filosofía moderna y como referente ético-moral para la valoración de cualquier otro libro (a). De alguna manera, se está procurando que los lectores apliquen lo leído en las Escrituras y discriminen así entre los libros siguiendo la opinión de los sabios acreditados o la de sus mentores religiosos.
Respecto de la literatura propiamente dicha, propone el estilo que debe exigirse en los poetas y las características que deben cumplir las obras de cada género. Así, en el caso de la novela, admite que el amor es el tema fundamental y por ello hay que conocer las opiniones de Huet en su Origine des romans y elegir títulos que recuerden los antiguos poemas épicos y sobre todo las que no promuevan falsas o erróneaas ideas de la virtud.
- Véase Rodríguez Sánchez de León, María José, «La bibliomanía y otros males de la lectura en el siglo XVIII», Dieciocho. Hispanic Enlightenment, Anejo 8 (2021), pp. 103-124.