Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

De la imaginación, Correo de Madrid o de los Ciegos

1789

Resumen

En este breve texto se reflexiona en torno al concepto de imaginación poniendo en valor sus relaciones con el conocimiento y el juicio. Frente a los planteamientos que reducen la importancia y función de la imaginación, se advierte de su necesidad e importancia.

Descripción bibliográfica

«De la imaginación», Correo de Madrid o de los Ciegos, 1789, T. V, núm. 288, pp. 2315-2317.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Hemeroteca digital

Cita

(1789). De la imaginación, Correo de Madrid o de los Ciegos, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/de-la-imaginacion-correo-de-madrid-o-de-los-ciegos> Consulta: 24/11/2024].

Edición

Yo creo, dice un autor moderno, que todo se imagina y que todas las partes del alma pueden justamente reducirse a la imaginación que las forma todas y que así el juicio, esto es, lo que resulta de juzgar el razonamiento y la memoria no son sino partes del alma de ningún modo absolutas, pero sí verdaderas modificaciones de esta especie de tela medular sobre la cual se representan los objetos en el ojo y, rechazados después, sucede lo que con una linterna mágica. Pero si tal es este maravilloso e incomprensible resultado de la organización del cerebro, que todo se explica por él y que todo se conviva en la imaginación, ¿por qué se ha de dividir en el hombre el principio sensitivo del pensar? Los partidarios de la sencillez del entendimiento deben caer precisamente en una contradicción manifiesta pues ¿lo que se mira como indivisible no puede considerarse como divisible sin cometer un absurdo?

Nada hay más fácil que probar un sistema como esté fundado sobre el sentimiento íntimo de cada individuo. La imaginación, o esa parte fantástica del cerebro cuya naturaleza no es tan desconocida como su modo de obrar, ¿es acaso pequeña o débil? Apenas tendrá la fuerza precisa para comparar la analogía o semejanza de las ideas. No podrá ver sino lo que está al frente de ella o lo que le choque más vivamente y aun eso, ¿de qué modo? Pero bien es verdad que la imaginación percibe claramente que ella es la que se presenta todos los objetos con las palabras y las figuras y las figuras que las caracterizan y que así puede decirse que es el alma pues hace todas sus funciones. Por ella, por su delicado pincel, la razón toma colores y formas vivas, por ella las ciencias florecen, las artes se hermosean y mejoran, los bosques hablan, los hechos suspiran, las peñas lloran, los mármoles respiran y todo toma vida entre los cuerpos inanimados. Ella añade a la ternura de corazón y al amor unas sales que no las tendría sin su ayuda. Ella, en fin, forma los sabios, los oradores, los poetas. Altamente preconizada por unos, vanamente diferenciada por otros y mal descifrada por todos no solo se ocupa, como lo quieren suponer algunos, con las bellas artes y en pintar lo agradable, sino que también comprende toda la naturaleza y la mide en todas sus partes, las profundiza, razona, juzga, penetra y compara. ¿Y podrá esta, sin descubrir bien todas las conexiones y las bellezas de tantos cuadros que tiene que representar, sentirlas y abrazarlas todas? No… porque no puede entonces disponer sus sentidos sin gustar y saborear toda la perfección, no puede reflexionar lo que maquinalmente concibe sin recurrir a la potencia del juicio.


Cuanto más se ejercita, la imaginación adquiere más y más extensión, llega a ser más nerviosa, más robusta, más vasta y capaz de emprender cosas grandes.

La organización es el primer mérito del hombre. En vano quieren todos los autores de Moral desestimar el mérito de las calidades apreciables con que la naturaleza nos dota y preferir solamente aquellos talentos que se forman a fuerza de estudio, reflexión e industria y si no que prueben de donde nace la habilidad y la ciencia sino de aquella previa disposición que nos hace propios para ser hábiles sabios. ¿Y de dónde procede esta disposición sino es de la naturaleza? Las prendas apreciables que tenemos dimanan de ella y todo cuanto bueno tenemos se lo debemos a ella. ¿Y por qué no hemos de estimar tanto a los que por naturaleza tienen buenas calidades como a aquellos que las han adquirido con su aplicación y trabajo brillando con ellas aunque sea como de prestado? Sea cual fuere el mérito, nazca de donde naciere, siempre es digno de aprecio y de estimación: solo sí se requiere saberlo graduar. El entendimiento, la belleza, las riquezas, la nobleza y las demás calidades que nacen con uno y que son independientes de nosotros mismos e hijas de la casualidad, todas tienen su valor y estimación, del mismo modo que pueden tenerla la destreza, la ciencia y la virtud. Aquellos que la naturaleza ha colmado con sus preciosos dones deben lastimarse de los que no se hallan favorecidos de ella. Pero el conocimiento de esta superioridad ha de ser sin orgullo y por solo la inteligencia que tienen en saber discernir las cosas. Sería tan ridículo que una mujer hermosa se figure fea como un hombre de talento se figure tonto. Una modestia desmedida (defecto raro a la verdad) es una especie de ingratitud para con la naturaleza. Al contrario, un conocimiento prudente manifiesta una bellísima y grande alma, llena de aquellos caracteres nerviosos que solo poseen los hombres célebres.

Si la organización es un mérito, el primero y el origen de los demás, la instrucción es el segundo. Sin ella el cerebro mejor construido quedaría sin uso y casi perdido, así como para el trato del mundo el hombre más bien formado sería grosero y tosco vestido rústicamente y con los modales de un patán.


Siguiendo, pues, estos principios, que creemos muy ciertos, aquel que posea mayor imaginación debe ser considerado como un hombre de mayor talento.

Si alguno está tenido por de poco juicio pero con mucha imaginación esto probará de que la abundancia de la imaginación, ocupada en mirarse en el espejo de sus sensaciones, no tiene lugar de examinar los objetos con la atención que se requiere y de penetrarlos profundamente para pintar la verdad y la semejanza de las cosas.

Es verdad que es tal la viveza de los resortes de la imaginación que si la atención, esta madre de las ciencias, no le prestase la mano con dificultad podría recorrer y amenazar los objetos de su inspección.

La imaginación se parece a un pájaro que está en la cima de un árbol siempre pronto a tomar el vuelo. La imaginación es una verdadera imagen del tiempo; se destruye, se renueva cada instante.

Tal es el caos y la continua y rápida sucesión de nuestras ideas que, como las olas del mar, las unas arrempujan a las otras, de suerte que si la imaginación no emplea, digámoslo así, una parte de sus músculos para mantenerse en equilibrio sobre las cuerdas del cerebro y detenerse algún tiempo sobre un objeto que va a huir, excusando de caer y tropezar con otro que aún no es tiempo de contemplar, jamás podrá ser digna del bello nombre de juicio. Ella expresará vivamente del mismo modo que lo siente, formará oradores, músicos, pintores, poetas pero jamás un filósofo. Pero, al contrario, si desde la niñez se acostumbra uno a embridar la imaginación y sujetarla sin dejarla arrastrar a su propia impetuosidad, a detener y contener sus ideas, a manejarlas en todos sentidos para ver todos los diferentes lados de un objeto, entonces la imaginación, pronta a juzgar, abrazará por el raciocinio la mayor esfera de objetos diferentes y su viveza, que siempre anuncia favorablemente en la juventud, no será sino una penetración más clara, más perspicaz y sin la cual no pueden hacerse muchos progresos en las ciencias. Todo esto se arregla y ordena por medio del estudio y con él consigue grandes adelantamientos.