Gabriel Peignot (1767-1849) fue un bibliógrafo e historiador francés reconocido por su excepcional sabiduría libraria.
El propósito del Diccionario es mostrar reunidos los materiales que constatan los errores de la humanidad en lo que a la creación de libros condenables se refiere. Pretende mostrar a los escritores los dañinos efectos de esta clase de libros perniciosos, lo cual cree que evitará la composición de nuevas obras de similar condición. Lo afirma diciendo:
Nada podrá ser más útil que una tabla metódica y bien hecha de la fatal influencia que ha tenido sobre las preocupaciones civiles, políticas y religiosas los principios exagerados esparcidos en la mayor parte de los libros proscritos (p. i).
Considera que la obra tendrá más efectos que las leyes censoras, dado que estas a veces causan el propósito contrario:
Sabemos que este tipo de restricciones generalmente no producen otro efecto que irritar las pasiones y hacer más audaces las plumas que convertía secretamente en licencia la libertad que le era públicamente negada. Sí, una censura, como la ejercida en España, en Austria y en otros lugares, resulta la cruel alternativa para sofocar el genio o para abrir clandestinamente la puerta a excesos que suelen ser desconocidos para una honrosa libertad (p. j).
Su visión resulta mucho más amplia que la de otros repertorios bibliográficos al uso. Afirma que no pretende ofrecer una relación bibliográfica que solo interesará a un reducido número de personas y despertará un escaso interés. Prefiere añadir notas críticas y detalles sobre cada obra, así como explicaciones sobre las razones que causaron su proscripción y algunas noticias sobre el autor. Piensa que, de este modo, el lector juicioso compartirá su indignación. No obstante, dice ocuparse solo de los autores respetables procurando no expresar los sentimientos insoportables que asegura le ha causado la lectura de pasajes condenables (p. viij).
El orden que ha establecido es un sistema de clasificación más útil que el orden alfabético. Divide la obra en tres grandes clases: libros de religión, libros de moral y libros de política. A su vez, estas categorías se subdividen en:
a. Libros de religión: libros sobre el ateísmo; libros sobre el teísmo; libros sobre religiones ajenas al cristianismo; libros heterodoxos y libros sobre los cismas de la Iglesia.
b. Libros de moral: libros que, sin ofrecer obscenidades, presentan opiniones bizarras o peligrosas para la moral como el Emilio de Rousseau; libros inmorales escritos en prosa como los pornográficos; los libros del mismo género escritos en verso. Considera que en cualquiera de estas tres categorías caben todos los libros de literatura.
c. Libros de política: los que tratan sobre los gobiernos en general; los que critican un gobierno en particular y los que se refieren a cualquier parte de la administración de un gobierno.
Deja fuera los libelos infamatorios porque esta clase de impresos ya han sido sometidos al rigor de las leyes.
En su opinión, la supresión de los malos libros constituye una obligación de los gobiernos puesto que las opiniones reprensibles que contienen infectan a la sociedad. Considera así que su trabajo favorece a las personas ilustres e imparciales que impedirán el paso a los malos libros y los principios peligrosos.
El volumen primero de esta «Hoguera bibliográfica» como él la denomina comienza con Abelardo y llega hasta la M y el segundo empieza en la N. El volumen segundo contiene también un «Catálogo suplementario» en el que da sucinta noticia de algunas obras menos conocidas que serán apreciadas por los bibliófilos. Y dos secciones más: una «Adición al artículo sobre las censuras e índices del primer volumen» y una «Tabla general de nombres, obras y materias cpntenidas en el Diccionario» que facilita su consulta.
Cabe mencionar que entre los títulos de las obras españolas está Fray Gerundio de Campazas. La causa de su censura es que ha sido suprimido en España después de su publicación. No obstante, le parece una crítica fina, entretenida y juiciosa de los predicadores españoles y, en última instancia, un texto parangonable a Don Quijote de La Mancha respecto de los perniciosos efectos de las novelas (I, p. 192).
Asimismo aparecen censurados El Príncipe de Maquiavelo, porque ofrece lecciones de soberbia a los gobernantes (I, p. 338) o las Obras filósoficas y satíricas de Voltaie (II, p. 185) y el Emilio de Rousseau (II, pp. 94-96).