Se continúa con este artículo traduciendo al español las entradas con las que Marmontel contribuyó a la Encyclopédie Méthodique y que publicó reunidas en los Éléments de littérature.
En esta ocasión el término elegido es la «ilusión teatral». Asociada a la verosimilitud, la ilusión se concibe como un artificio literario, pues no puede, ni debe, aspirarse a la ilusión plena. Se explica diciendo:
[...] El placer que causa el espectáculo trágico depende de una reflexión tácita y confusa que nos advierte que aquello es fingido y modera de este modo la impresión del terror y la piedad (p. 22).
En la imitación trágica Marmontel distingue entre la verdad del ejemplo, que debe ser absoluta por lo que conlleva de moralidad implícita, y la semejanza imperfecta de la imitación, para evitar caer en la visión de lo terrorífico y desagradable. De igual modo, la plena ilusión cómica también resulta inapropiada porque impedirá al espectador ser consciente de que se encuentra disfrutando de un espectáculo:
El vernos ocupados de temor y de piedad al mirar las desgracias de nuestros semejantes y el placer de reír a expensas de las flaquezas y ridiculeces de los demás no son los únicos efectos que causa la escena. El gusto de observar hasta qué grado de fuerza y de verdad pueden elevarse el ingenio y el arte y el de admirar en el cuadro la superioridad de la pintura sobre el modelo serían perdidos si la ilusión fuese completa, y por esto en la imitación en narrativa, los accesorios que alteran la verdad, como la medida de los versos y los sucesos maravillosos que se suelen mezclar, hacen más suave la ilusión, de modo que tendríamos mucho menos gusto en tener a un poema por una verdadera historia que en acordarnos confusamente que aquella es una ficción ingeniosa (pp. 23-24).
En este sentido, Marmontel se interroga acerca del modo en que pueda adornarse la imitación sin dañar la verosimilitud ni destruir la ilusión. A lo que se responde:
La verdad misma [...] no es siempre verosímil y, a menos que no sea muy conocida, no se la debe admitir si no tiene de su parte a la verosimilitud. En las cosas comunes es muy fácil el conservar la verosimilitud, pero en las extraordinarias y maravillosas es una de las mayores dificultades del arte (p. 25).
Tal ambigüedad o dificultad intrínseca de la verosimilitud la denomina semi-ilusión. Consiste en ser conscientes del engaño ficcional y en disfrutarlo a pesar de ello o precismanete por ello. Tiene, como explica, algo de racional:
Para explicar este fenómeno se ha dicho que la ilusión y la reflexión no son simultáneas, sino alternativas en el alma, hipótesis inútil porque sin estas oscilaciones continuas y rápidas del error a la verdad, se puede explicar su mezcla contemporánea, la cual es muy natural (p. 26).
Para Marmontel el concepto de verosimilitud es histórico. Y además está planteando la teoría contemporánea de la comunicación teatral:
[...] En el teatro tiene presentes el alma dos pensamientos. El uno es que hemos ido a ver representar una fábula, que el lugar real del espectáculo es un teatro, que todos los que nos rodean han ido a divertirse como nosotros, que los personajes que vemos son unos comediantes, que las columnas que representan un palacio son unos bastidores pintados y que las escenas tiernas o terribles que aplaudimos son un poema hecho a propósito. Todo esto es la verdad (pp. 27-28).
La imitación entendida como copia servil de la naturaleza le parece un planteamiento antiguo que se debe desterrar: «el gran secreto del talento consiste, no en esclavizar la imitación, sino en hacerla más animada, porque cuanto más viva y fuerte es la Ilusión hiere mejor el alma y, por lo mismo, deja menos libertad a la reflexión y menos entrada a la verdad» (p. 28). La verdad no debe representarse en las ficciones, incluso aunque se encuentren en la naturaleza. Por idéntico motivo, tampoco la ilusión ha de ser completa:
Es necesario figurarse que en la imitación teatral hay un combate continuo entre la verdad y la ficción y así en debilitar la que debe ceder y fortificar la que se quiere que domine. Es el punto a donde vienen a parar todas las reglas del arte tocante a la verosimilitud de que es efecto la ilusión (p. 30).
Ello implica que de deba excluir del escenario la imitación excesivamente verdadera, incluso mediante la utilización de recursos escénicos.