El escritor aragonés Tomás Sebastián y Latre constituye un referente del pensamiento clasicista y de los intentos normalizadores del teatro español del último cuarto del siglo XVIII español. Su visión de nuestra historia literaria se halla, en consecuencia, mediada por la idea de que al teatro barroco le faltó ortodoxia clasicista y virtudes morales. No acepta, por tanto, que las irregularidades de los dramaturgos del Siglo de Oro procedan del carácter nacional. Refieriéndose al aprovechamiento que de nuestras comedias obtuvieron los autores franceses más reputados, Corneille y Molière, asegura que:
Este ejemplo, glorioso para la nación española, y el considerar que, sin embargo de tantas hermosuras y atractivos como tienen nuestros dramáticos, se olvidaron de hacer el teatro tan útil como pudieran, cuidando solo de que fuese deleitable, me obligó a pensar con seria reflexión cuan debido era que nosotros prefiriésemos alguna vez los gritos del juicio y la razón a los de una multitud de gente obftinada en sostener que nuestras comedias son proprias del carácter de la nación y que, por consiguiente, sus duelos, lances, incidentes y aventuras nos son connaturales, como si esto pudiera defenderse más que por un capricho ridículo y un punto de honor despreciable, creyendo que es amar a sus patriotas el defender sus yerros (h. 5r).
De ahí que su Ensayo constituya precisamente un intento por demostrar que aquel valioso teatro podía ajustarse a las reglas del arte para resultar perfecto. Ofrece, así, refundidas algunas piezas del teatro barroco español, junto con un extenso «Prólogo» en el que explica las razones por las que lleva a cabo esa adaptación a las reglas del arte y del buen gusto:
Si nuestros poetas hubiesen arreglado su fantasía como era justo, ¡qué perfectos modelos no tendríamos hoy para su imitación! Serían menos las piezas, pero mucho más útiles y conformes a la moderación de un teatro cristiano y a la gravedad de la nación española (h. 4v).
Más allá de la asociación entre moral critiana y reglas del arte, Sebastián y Latre considera que los dramaturgos barrocos se plegaron al mal gusto del vulgo por lograr su aplauso. Así, no es tanto que ignoraran las reglas que debían seguirse en la composición de obras teatrales, sino que sucumbieron ante las aclamaciones del público. Semejante error no puede tampoco tolerarse cuando, antes las comedias reformadas al gusto clásico, se afirma que resultan frías y más eruditas que dramáticas.
Sebastián y Latre pretende, pues, convencer de que las virtudes poéticas del teatro barroco sobresalen aún más cuando se ajustan a los principios establecidos por Boileau y Luzán. Para demostrarlo regulariza Progne y Filomena de Rojas Zorrila y El parecido en la Corte de Agustín Moreto. Su propósito es lograr desterrar de la escena las piezas originales, no ya por su quebranto de las reglas poéticas, sino por sus bajezas y escenas inmorales que contienen.
A continuación del «Prólogo», se incluyen dos cartas. La primera está firmada por fray Onofre Andrés de Asso, Catedrático de Sagrada Escritura de la Universidad de Zaragoza. La segunda es de Antonio Fortea, abogado de los Reales Consejos, quien defendió a ultranza la utilidad de las reglas poéticas y, en particular, las de la decencia y el decoro. Realiza una crítica pormenorizada de los dos textos refundidos por Sebastián y Latre comprobando en cada caso el cumplimiento de todos los principios del arte.