Antonio de Capmany y de Montpalau (1742-1813), reputado historiador, político y erudito, redactó la Filosofía de la Eloquencia bajo la premisa de que la Elocuencia constituía un arte oratorio dirigido a «exaltar el patriotismo, moderar las costumbres y dirigir los intereses de la sociedad» (p. 10). Sobre esta base, construye un tratado dedicado a la exposición de los principios de la oratoria «filosófica», lo cual, a su entender, consiste en justificar los principios y analizar los ejemplos atendiendo por igual a la razón de las ideas expuestas que a la de los sentimientos expresados (p. ix) (a).
Ahora bien, en su planteamiento hay un intento por desprestigiar a los oradores carentes de cualidades. Esto explica que dedique una parte introductoria a lo relativo a la descripción de las facultades del entendimiento imprescindibles para la realización de un buen ejercicio oratorio. Tales son el ingenio, la imaginación, el sentimiento, el gusto y el juicio(b). Supone esto que la Elocuencia en sí constituye un arte de orden técnico que enseña a ordenar el discurso pero que explicita las capacidades del orador cuando este las posee. Por eso entiende que, siendo su finalidad el mover o cautivar, necesita contar con guía de los buenos maestros. Estos, por su parte, deben ser aquellos que supieron infundir fuerza a la expresión y se emplearon en asuntos de importancia. A su vez, para Capmany el discurso oratorio debe ajustarse a los tiempos, las costumbres y el estado de la literatura, de modo que ha de reflejar en el estilo la época en que se escribe(c). Y que ha de ser conocido por quien persuade y quien es persuadido. En resumen, la elocuencia depende del ingenio, de las cualidades morales y del conocimiento del asunto tratado que poseen el orador. Así, aunque puede mejorarse, se ha de disponer naturalmente de ciertas calidades sin las cuales resulta imposible lograr su propósito. La expresión se relaciona con la razón, con el estudio y las ideas, pero también con la capacidad persuasora y esta puede expresarse mediante recursos propios de la elocutio clásica. Mas si el orador carece de capacidad para sentir o de emocionarse jamás podrá convencer a su interlocutor. De igual modo, la ausencia de gusto o de imaginación impedirá la creación de imágenes vivas, capaces de seducir al lector u oyente. No obstante, ha de advertirse que su teoría se refiere siempre a la deleitación que puede derivarse de la creación lingüístico-estilística, pues no cabe, a su entender, otro espacio para la oratoria profana.
- Define la retórica filosófica como «la que diere la razón de sus proposiciones, analizase los ejemplos, combinase el origen de las ideas con el de los afectos; en un palabra, que ejercitase el entendimiento y el corazón de los lectores» (p. ix). Entiende que es la más necesaria y la única que nos falta.
- Al concluir el «Prólogo» establece con claridad que es un arte de ingenio y no de memoria «porque dejo las etimologías a la ciencia de los filólogos y la clasificación sistemática al método de los botánicos» (p. xxiii).
- «Es menester distinguir los tiempos, las costumbres, el gusto, el estado de la literatura y la clidad de los escritores. [...] El autor que no quiere pasar por ridículo debe adoptar el de su siglo. En este vemos que toda la Europa ha uniformado el suyo y, aunque cada nación tiene su idioma, traje y costumbres locales, los progresos de la sociabilidad han hecho comunes las mismas ideas en la esfera de las Buenas Letras el mismo gusto y, por consiguiente, el mismo modo de expresarse» (p. xviii-xix).