Esta edición bilingüe en español e italiano reúne la traducción de la Égloga I de Garcilaso que realizó el conde italiano Giambattista Conti (1740-1820), buen conocedor de la literatura española, y tertuliano asiduo de la Fonda de San Sebastián. A la versión española precedió un «Prólogo» del médico y académico de la Historia Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), que tuvo ocasión de conocer personalmente en Italia a Conti.
El gusto de Conti por la lírica española del siglo XVI se constata en la Colección de poesías castellanas traducidas en verso toscano, e ilustradas por el Conde D. Juan Bautista Conti (Madrid: Imprenta Real, 1782-1790), obra inconclusa pues su deseo fue completarla con los géneros épico, didáctico y dramático.
El interés del «Prólogo» radica en ser un comentario en el que se delinean los principios generales del género eglógico.
Descripción bibliográfica
Vega, Garcilaso de la, La célebre égloga primera de Garcilaso de la Vega con su traducción italiana en el mismo metro por el Conde D. Juan Bautista Conti. La da a luz con el prólogo, resumen de la vida del poeta y algunas observaciones el Dr. D. Casimiro Gómez Ortega, Madrid: Joaquín Ibarra, 1771.
96 pp.; 4º. Sign.: BNE U/627.
La lectura de esta elegante y nobilísima traducción me confirmó en el concepto que tenía formado de su autor desde el tiempo en que logré la fortuna de conocerle y tratarle, aunque de paso, en Padua, en donde se distinguía de los demás jóvenes que unían el estudio de las Bellas Letras con el de las Ciencias. Ya desde aquel tiempo procuré, en recompensa del agasajo y amistad con que me favoreció, satisfacer su loable curiosidad comunicándole alguna idea de nuestras riquezas poéticas y excitándole vivos deseos de instruirse bien en la lengua española que, desde su origen, se ha contemplado siempre como la hermana melliza, digámoslo así, de la italiana. No pudo entonces, harto a su pesar, entregarse al estudio de este idioma por falta de quien le dirigiese a los principios y también por la escasez que allí se padece de las obras de nuestros mejores poetas. Pero su venida a estos reinos le ha facilitado posteriormente el conocimiento de la hermosa estructura, majestad y nobleza de la lengua castellana, la noticia de nuestros mejores poetas, el cotejo de los lenguajes poéticos español y toscano y finalmente la formación de esta obra.
Entre todas las poesías de Garcilaso le pareció al Sr. Conti dar principio por esta Égloga por ser, sin disputa, la mejor producción del Príncipe de nuestros poetas. Concurren a recomendarla muchas perfecciones que se observan en ella, entre las cuales no es la menos apreciable la elección de un asunto que nos presenta dos pastores: el uno, que se queja de haber perdido a su amada, porque ella le abandona, y el otro, que se duele también de perder la suya, porque se la arrebata la Parca. Resplandece en esta composición la invención de las imágenes más bellas y afectuosas que hasta ahora ha producido la fantasía más feliz de poeta alguno, propias de este asunto. ¿Qué diremos del sumo juicio y discreción que se advierte en la disposición y distribución de estas mismas imágenes oyendo en boca del que canta el abandono oyendo todo lo que dice relación con las ideas de las cosas pastorales y en la que llora la muerte de su querida, los más vivos afectos, manejados ya con mayor viveza y con estilo mucho más elevado, por ser materia de más excesivo dolor, y, para decirlo así, de inmortalidad respecto de la nueva vida a que ha pasado el alma de Elisa? En todo lo cual se observa un orden tan adecuado y natural que, pasando el lector insensiblemente de la primera parte a la segunda, cada vez se va empeñando más y más en continuar la lectura de esta pieza.
El lenguaje es verdaderamente poético y obra propia de Garcilaso, que puede mirarse como el autor del dialecto poético castellano. Llamo así a aquella elección y colocación de voces de que resulta una armonía suavísima del todo diferente de la que se observa en la prosa. Y pues hemos tocado este punto del dialecto poético, no será fuera de propósito el traducir aquí una observación que hace el famoso Addison sobre el de la lengua toscana y que igualmente debe aplicarse al de la lengua española:
Aunque todas las naciones (dice este escritor inglés) poseen algunas locuciones peculiares de los poetas, los italianos no solo abundan de frases sino también de infinitas palabras particulares que jamás se admiten en la prensa. Tienen estas tan diverso giro y pulidez en el metro que pierden varias letras y se muestran en una forma muy distinta cuando entran en verso [1].
Y pocas líneas más abajo:
Los ingleses y franceses, que siempre usan en metro de las mismas voces que en la conversación regular, se ven precisados a elevar su lenguaje con metáforas y otras figuras o por medio de la pompa de todo el conjunto de una frase, para disimular cualquiera pequeñez que se descubra en cada una de las partes que la componen. Por esta causa, nuestro verso blanco o suelto, que carece de consonantes y asonantes que sostengan la expresión, es en extremo dificultoso para los que no son maestros en la lengua, particularmente cuando se tratan asuntos triviales, y por la misma razón es verosímil que Milton se sirviese de trasposiciones, latinismos, voces anticuadas y frases particulares con tanta frecuencia que consiguió, en cuanto le fue posible, apartarse de las expresiones vulgares y ordinarias [2].
De estas ventajas que concede Addison a la lengua latina respecto de la francesa e inglesa, las más principales se verifican igualmente en la española que no solamente tiene su dialecto poético particular sino que también conserva en su verso suelto la misma hermosura y armonía que se observa en el verso suelto italiano y además de esto admite todos los metros de aquel idioma de los cuales no es capaz ninguna otra lengua.
Pasando ahora a la imitación, que es una de las cosas en que manifestó su delicado gusto Garcilaso, no puede negarse que en esta Égloga se propuso por modelos a los más excelentes originales dando lugar en ella a las ideas más bellas y a los pensamientos más ingeniosos, así suyos propios como de los escritores bucólicos antiguos y modernos, con tal soltura, magisterio y novedad que más bien que imitación debería llamarse creación propia de nuestro poeta. En la estancia XXIV de la segunda parte, en donde manifiestamente quiso imitar aquella admirable comparación que del ruiseñor se lee en Virgilio: Qualis populea moeres Philomena, etc. [3], añadió Garcilaso imágenes tan afectuosas y tiernas y usó de coloridos tan vivos que su pintura nos parece al traductor y a mí aún más delicada que la del original. Pero la imitación que comunica mayor realce a esta Égloga es la del Petrarca, excelente poeta toscano, que elevó la poesía lírica a un género de sublimidad que no conocieron los griegos ni los latinos. De las suaves expresiones y majestuosos pensamientos de aquel gran poeta está hermosamente entretejida toda la égloga, especialmente la segunda parte, de suerte que, por lo que mira a los pasajes en que le imita Garcilaso, se le debe colocar a este no entre los serviles imitadores que ha tenido en todos tiempos el Petrarca sino entre sus más insignes secuaces cuyo número será siempre muy reducido.
Baste de elogio del original. En cuanto al traductor, desde luego se advierte que acredita su buen gusto y discernimiento en la elección de la pieza que ha escogido para ejercicio de su pluma, pero el lector observará también en la ejecución otros muchos aciertos. Decía el célebre D’Alembert en su Discurso sobre el arte de traducir, que precede a la traducción que hizo este enciclopedista de los mejores pasajes de Tácito que:
Las obras de los hombres de talento e invención original no deberían traducirse sino por aquellos que se les parecen o les compiten en las mismas prendas y se contentan con ser sus imitadores pudiendo aspirar a ser sus rivales. Se objetará tal vez (prosigue el mismo escritor) que un pintor, que sea apenas mediano en las obras de fantasía será tal vez excelente retratista. Pero es de advertir que para este efecto solamente se requiere una imitación servil y el traductor tiene que retratar con colores que son propios suyos, etc. [4].
Esta juiciosa reflexión de Mr. D’Alembert se ve felizmente verificada en nuestro traductor que traslada a su propio idioma toda la energía de las imágenes manejando con admirable destreza los varios colores poéticos que en la lengua toscana corresponden a las expresiones castellanas, no huyendo ni aun de aquellas que parecían enteramente particulares de la española y que temblando o aumentando oportunamente la fuerza de algunas pinceladas, sin perder de vista el original, conserva, sin intermisión, el carácter de nuestro poeta que es la suavidad y dulzura. Y al paso que sin ser traductor servil comunica fielmente a su obra las imágenes, locuciones y carácter de Garcilaso se explica con tanta fluidez y natural soltura que, a no llevar la obra por delante el título de traducción, la tendría el más advertido por original. Todo lo cual se hará tanto más apreciable si se considera la dificultad que le habrá costado el sujetarse al mismo metro de Garcilaso y al uso de consonantes en lugar de servirse del verso suelto como lo hacen casi todos los traductores.
No es dudable el acogimiento que logrará en Italia esta obra. Mucho contribuirá a él, en mi concepto, la novedad de conocer por la primera vez a un poeta de tanto mérito como lo es Garcilaso pero lo que más admirará, me parece, que ha de ser el ver que el señor Conti haga hablar en toscano a este insigne poeta extranjero con la pureza de estilo con que son pocos los escritores italiano que hoy acierten a explicarse.
A los sujetos más instruidos de Italia les he oído repetidas veces quejarse de que abundando la nación en autores que escriben gallardamente en latín es muy escaso el número de los que se explican con igual pureza en toscano atribuyendo esta escasez así al abandono que desde el siglo XV padece entre ellos, no menos que entre nosotros, el estudio del propio idioma como a la inundación de expresiones lombardas y francesismos que se han introducido con tanta fuerza que cuesta suma dificultad y un estudio ímprobo el separar de lo puro de la lengua lo que es extraño de ella. A esto se añade que, después que el estudioso sabe el conjunto general del idioma, es menester que se aplique a discernir las voces y frases que tienen uso en la prosa de aquellas que solo sirven para el verso por ser estas dos provincias en la lengua italiana enteramente distintas. En mi tiempo apenas contaba el público entre estos habilísimos maestros de su idioma más que a los señores Zanotti, Manfredi, Frugoni, Metastasio y al señor conde Gaspar Gozzi, que verdaderamente tiene granjeados los primeros créditos en el manejo de la poesía y prosa italiana.
Algunos españoles también hemos creído deberle dar al señor Conti muchas gracias de que se haya dedicado a acreditar fuera del reino de la poesía española y a comunicar principalmente a Italia el conocimiento de nuestras riquezas poéticas y yo en particular me he encargado de publicar este rasgo de su numen poético bien seguro de que, continuando este erudito en cultivar la misma inclinación que actualmente manifiesta por nuestra lengua castellana y prosiguiendo en el designio que se ha formado de hacer y publicar la versión de otras muchas piezas primorosas que tenemos en España, dará a conocer a toda la república literaria, por medio del idioma toscano, que en nuestra Península no faltan excelentes poesías que podamos contraponer a las composiciones métricas de las naciones más cultas.
Addison,Joseph, Remarks on several parts of Italy, London: R. Thoson and S. Draper, 1953, p. 66.
Addison,Joseph, Remarks on several parts of Italy, London: R. Thoson and S. Draper, 1953, p. 67.
Georg, libr. IV.
D’Alembert, «Observations sur l’art de traduire en général, et sur cet essai de traduction en particulier», en Morceaux choisis de Tacite, Mélanges, 1759, T. III, pp. 3-32.