Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Las mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres. Con un catálogo de las españolas que más se han distinguido

Juan Bautista Cubíe
1768

Resumen

Juan Bautista Cubíe, de quien apenas se sabe que trabajaba en la Real Biblioteca y que publicó, junto a Pedro Araus (anagrama de Pedro Saura) el Semanario económico, compuesto de noticias prácticas, curiosas, y eruditas, de todas Ciencias, Artes, y Oficios, traducidas, y extractadas (Madrid: Imprenta de Andrés Ramírez, 1765-1767), escribió este tratado reivindicativo dedicado a Cayetana Fernández Miranda de la Cueva, marquesa de Escalona. 

En opinión de Cubíe, las mujeres son constantemente ultrajadas y vilipendiadas, a pesar de que poseen las mismas capacidades morales e intelectuales que los hombres. De algún modo, se trata de acabar con la visión tipificada de la mujer inmoral e ignorante, acusando, al tiempo, a los críticos, que prevé que denostarán su tratado, de censurar sin piedad y sin fundamentar sus juicios despectivos en la erudición y el conocimiento de las Bellas Letras. 

Todo ello es expresado en los capítulos iniciales de la obra en la que defiende la perfección femenina. Recuerda que fue Adán el responsable de la perdición del género humano y afirma que si las mujeres no han sobresalido más en las ciencias y en las letras «no es por falta de disposición natural, sino por ser rara la que se dedica a aprenderlas» (p. 23). De hecho, considera que «las que se han aplicado a las ciencias han excedido con grande ventaja a los hombres» (p. 23). Por ello, en el capítulo V iguala el entendimiento de hombres y mujeres y en el siguiente afirma que el ingenio se verifica plenamente en las mujeres.

Además, desde el punto de vista moral, las mujeres son más prudentes y menos coléricas y avariciosas que los hombres (p. 67). Para concluir en el capítulo X se detiene en cuestiones de orden legislativo, aludiendo a las leyes y normas que han impedido que ocupen cargos y empleos públicos o que puedan acudir a los juicios en representación de sus hijos.

Tras este discurso, incluye un «Catálogo de mujeres españolas ilustres en Letras y Armas» ordenado alfabéticamente. Entre las muchas literatas que menciona recuerda a Ana Caro, Ana Cerbatón, Beatriz Galindo, Francisca de Nebrija, hija del gramático, sor Juana Inés de la Cruz o María Catalina Caso, traductora del Modo de enseñar y estudiar las bellas Letras, compuesto por Rollin (Madrid: Joseph de Orga, 1755). 

Figuran entre sus fuentes Aristóteles y Escalígero, a los que cita con frecuencia. 

Descripción bibliográfica

Cubíe, Juan Bautista, Las mugeres vindicadas de las calumnias de los homres. Con un catálogo de las Españolas, que más se han distinguido en Ciencias, y Armas. Por Don Juan Bautista Cubíe, de la Real Bibliotheca de S. M., Madrid: Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1768.
22 hs., 138 pp.; 8º. Sign: BN U/1546.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000045397

Bibliografía

Cid López, Rosa María, «Mujeres 'poderosas' del Imperio romano en la historiografía moderna. Algunas notas críticas a las visiones de la Ilustración y su influencia», En Fornis, César et al. (eds.), Dialéctica histórica y compromiso social: homenaje a Domingo Plácido, vol. 2. Madrid, Libros Pórtico, 2010, II, pp. 685-702.

Pedro David Conesa Navarro «La palabra concedida. Discursos y actitudes 'transgresoras' femeninas en la antigua Roma monárquica y republicana», Arenal: Revista de historia de las mujeres, 27/2 (2020), pp. 437-462

Cita

Juan Bautista Cubíe (1768). Las mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres. Con un catálogo de las españolas que más se han distinguido, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/las-mujeres-vindicadas-de-las-calumnias-de-los-hombres-con-un-catalogo-de-las-espanolas-que-mas-se-han-distinguido> Consulta: 21/11/2024].

Edición

PRÓLOGO O INTRODUCCIÓN A LA OBRA

Me parece que leo en los semblantes de los críticos los conceptos y juicios que hacen de este tratado. Unos reparando en el asunto, le juzgaran trivial y despreciable y pensarán ser un desvarío, hijo de la juventud inconsiderada. Reflexionando otros en el motivo que me ha estimulado este trabajo, pensarán hallarle en la vana pretensión de verme aplaudido de las mujeres. Y finalmente, sufrirá está obra el fastidio y desprecio de muchos, fortuna que corren las más que salen y se sujetan a la censura del público.

Pero nada de esto me desanima para publicar este tratado por no fundarse tales juicios en la razón, ni llevar por objeto la piedad, como debieran. 

Es grave el perjuicio que ocasiona la multitud de crícos que el día de hoy tenemos. Porque, a vista de ellos, desanima la juventud, ni se atreve a dar al público algún fruto de sus desvelos y aplicación a las Letras. Si notan en cualquiera obra alguna falta, la consideran digna del mayor desprecio, sin atender al trabajo que el autor ha tenido en componerla, y ser por esto acreedor a que sus defectos y descuidos sean juzgados y castigados con prudencia y atención a las blanduras de la piedad.

Si se vuelve con cuidado la vista al dilatado número de críticos, pocos se encontrarán con la erudición y literatura correspondiente para ejercer tan arduo empleo. Y en la mayor parte, lejos de verificarse aquellos principios de que dimana el acierto de la crítica, se notará grande ignorancia y necedad. Porque no suelen tener más motivo, ni fundamento para ejercer el arduísimo empleo de críticos que el preciarse de literatos, suponer lo que lo son y quererse acreditar de sabios con el desprecio de quien merece alabanza por sus trabajos, más o menos defectusos, según sus talentos y estudio. Blasonan de mucho saber y no reparan que en el concepto de los eruditos quedan acreditados de necios.


Digno de reprensión sería yo si negara que la verdadera critica, puesta en práctica con la debida moderación, era necesaria y provechosa a la República Literaria. El abuso de ella encubre su lucimiento y oculta su utilidad. El día de hoy todos son críticos y el mayor de ellos suele ser el más ignorante, usurpadores del derecho de los eruditos. No hay mozo de cocina que, sabiendo leer, no se meta a criticar cuantas obras salen al público. Y lo que causa mayor admiración es el sublime conocimiento de aquellos que solo con ver la cubierta de cualquiera obra, empiezan a criticarla, a llenarla de defectos y, por ultimo, a considerarla digna del mayor desprecio. No se debe en realidad dar a estos el nombre de críticos, sino de ignorantes, y bachilleres, tan llenos de vanidad, como vacíos de erudición. Tan lejos están estos de ser respetados como próximos a ser despreciados y desechados de la conversación de los entendidos.

Apartado de toda razón hallo a cualquiera que desprecia la verdadera crítica en sus legítimos profesores y que proceden con cordura. Porque atendiendo a su utilidad, no solo no debe menospreciarla, sino darla agradable acogida. Pero la lástima es que son pocos los sujetos dispuestos para ella y en los que precede prudencia y cortesanía en sus reparos. De esto nace que la crítica que el día de hoy se usa suele ser caprichosa y nunca halla libro ni papel que merezca su aprobación. Si es lacónico, le acusa de oscuro; si cumplido, de lajo y molesto y si compuesto, de afectado y pomposo; y si sencillo, de bajo y vulgar.

Esto se practica por muchos críticos y quedan muy pagados de su dictamen y capricho. Y piensan que en ellos se halla vinculada la sabiduría. Apenas leen libro sin desprecio o displicencia, sea por muy satisfechos de su saber, sea por envidia del saber ajeno, o sea por extraordinaria o nimia delicadeza de paladar.

Decía un sabio no haber hallado libro tan malo que no tuviese alguna cosa buena. Y para estos necios y faltos de consideración no puede ser libro bueno, el que tuviere alguna cosa mala.

Los llamo inconsiderados porque no reflexionan que la perfección de las obras es prerrogativa de solo Dios. Ni miran que, siendo notorio que los hombres, por naturaleza, son defectuosos, es por consiguiente imposible que saquen obras enteramente perfectas. Pretenden que cada libro que sale a luz, sea como la luz misma. ¡Y con cuánta falta de discreción al libro que no fuere todo perfecto, le tienen por indigno de la luz pública! Ni consideran que el pretender esto, es querer que la mano del hombre compita con la del Criador. El mismo Dios, para confundir nuestra soberbia y alumbrar nuestra necedad, bien claro nos dice que apenas llegamos a entender lo mismo que vemos y tocamos [1]. Vuelvan la vista a sí propios y fijándola en sus dudas y oscuridades los preciados de muy linces en notar defectos ajenos, desconténtense de sí propios antes de fastidiarse de los demás.


Supuestos los débiles fundamentos que suelen tener la mayor parte de los críticos en sus reparos, no hallo motivo para desanimarme, sino seguir con mi empresa en publicar este tratado. Porque, dado el caso que contenga toda la perfección que puede caber en la humana fragilidad, siempre sufrirá de ellos el desprecio. Y los que se hallen con la debida disposición para hacer una verdadera crítica, no dudo que su prudencia y urbanidad harán más tolerables mis errores y descuidos.

Grave es el empeño a que me pongo en defender a las mujeres por ser tan común entre los hombres la opinión en vilipendio de aquel sexo, que apenas admite en él cosa buena, llenándole de defectos en la moral y en lo físico de imperfecciones.

No deben pensar que con la defensa de este sexo intento el menosprecio del nuestro y sea yo, por consiguiente, tan necio que me lisonjee con el ultraje de mí mismo. No es otro fin el mío que manifestar los débiles fundamentos en que estriba la opinión en vilipendio de las mujeres y mostrar que no son ellas inferiores a nosotros en todas sus disposiciones o facultades naturales.

No estoy lejos de advertir que a más bien cortada pluma debiera entregarse asunto tan arduo. Pero el grande sentimiento que me causa ver al sexo femenino injustamente ultrajado y abatido de casi todos los hombres, haciéndome olvidar de mis limitadas tuerzas, me ha movido a poner la pluma en su defensa y a publicar la ignorancia y malicia de sus detractores.

Con grande inhumanidad proceden los que infaman al bello sexo, porque este vilipendio comprende a sus propias madres, que les han dado el ser. Y solo esta reflexión debiera ser suficiente para contenerlos. Los pocos escritores que, desnudos de toda pasión y estimulados de la verdad, han escrito en defensa de este sexo, han tenido por faltos de juicio y piedad a los que le infaman, ya con la pluma, ya con la lengua. Tanto era el aborrecimiento que tenía Catón a este vicio, que le anteponía al delito de hacer algún hurto en el templo u ofender a los Dioses [2].

La mayor parte de los que murmuran de las mujeres toma por fundamento el vicio o desenvoltura de alguna para infamadas generalmente. ¿No consideran que !a vida desenvuelta de aquella, no puede, ni debe, viciar la bondad de todas? ¿Y qué defecto pueden notar en este sexo que no se halle en el nuestro? En todos los vicios nos igualamos con él y en muchos le excedemos. Si se aclarara el principio de sus desórdenes, se hallaría sin duda en el porfiado impulso de individuos de nuestro sexo. Corríjanse estos, desnúdense de los vicios y reimpriman sus pasiones y si, a vista de esto, continúan las mujeres en sus excesos, podrán justamente vituperarlas. Pero, mientras esto no se verifique, deben refrenar sus lenguas, sujetándolas a un perpetuo silencio para que no haciendo los hombres mención de los defectos del sexo femenino, no manifiesten el tropel de vicios en que ellos se hallan envueltos.

Para comprobación de esto y desengaño de los maldicientes, me ha parecido impugnar las calumnias de mayor nota y consideración con que pretenden los Hhmbres ultrajar al bello sexo.

  1. (Nota del autor) Difficile aestimamus, quae in terra sunt, et et quae in prospectu sunt invenimus cum labore (Sabiduría, 9, v. 16).
  2. Se menciona a Marco Porcio Catón porque se opuso a la derogación de la lex Oppia. Véase Pedro David Conesa Navarro «La palabra concedida. Discursos y actitudes 'transgresoras' femeninas en la antigua Roma monárquica y republicana», Arenal: Revista de historia de las mujeres, 27/2 (2020), pp. 437-462.