Este primer volumen de los tres que componen los Principes pour la lecture des orateurs, atribuidos a Edme Mallet, obedece como el conjunto de la obra al mismo propósito que declara en sus Principes pour la lectura des poetes. Consiste este en ser útil a los lectores que quieran juzgar las obras de elocuencia y a los que carecen de criterio para discernir y disfrutar de ellas. Mas, al mismo tiempo, desea enseñar a quienes ignoran las reglas de la Retórica cuáles son las que pueden causarles placer. De ahí que reconozca en el «Discurso preliminar» que su intención práctica consiste en instruir a aquellos que sientan particular interés por el arte de la palabra y que aspiren a ser reconocidos en el ámbito público como oradores. Se dirige, en consecuencia, a los autores y a los lectores. De este modo, asegura que se formará el gusto de la multitud capaz de decidir con sus exigencias sobre las producciones del genio.
En su opinión, los grandes oradores se forman gracias al genio y al arte. La perfección se logra cuando se conjugan el conocimiento del arte y el genio, de forma que el genio sin estudio será cosa de los entusiastas y el estudio sin genio de fríos charlatanes (p. iij). Así pues, ni siquiera quien posea un gran inspiración y genio, carecerá del talento que le proporciona la lectura reflexiva de los grandes modelos (p. iv). Según este planteamiento, el camino más seguro para desarrollar el genio es imitar y seguir las observaciones hechas por otros porque con las fuerzas solas de uno mismo el camino será mucho más lento. Así pues, sin el trabajo y sin los maestros de la antigüedad nunca se logrará ser un orador excelente (p. iij).
Por todo ello, afirma categóricamente que sin la ayuda de la lectura de los oradores no será posible formar al hombre público. Los hombres honorables y los responsables públicos no pueden carecer de lecturas, sobre todo si aspiran a convertirse en hombres ilustres. Siguiendo la opinión de quienes, a su juicio, mejor conocen la «verdadera elocuencia» (Quintiliano entre los antiguos y Rollin entre los modernos) está de acuerdo en que la forma más segura de formar a un orador consiste en estudiar los preceptos, la composición y la lectura de los oradores, siendo esta última la que facilita las dos anteriores (p. vij).
La lectura además se antepone a las impresiones que puedan sacarse de haber escuchado directamente a un orador. La razón es que cuando se lee se juzga con más seguridad, como afirmaba Quintiliano. Por eso su tratado sirve para demostrar la completa utilidad derivada de la lectura de los oradores. Ahora bien, esta debe realizarse con prudencia, con el conocimiento de los preceptos y con una guía.
A este propósito se destina el plan y división de la obra en seis libros. En el primero se examina la elocuencia en general, sus géneros y sus especies. El segundo se dedica a la Retórica, su origen, naturaleza y su fin donde se sigue los planteamientos y sistema aristotélico. Dice no ocultar nada que se refiera a la invención. El tercer libro es un análisis del segundo libro de la Retórica de Aristóteles, aunque Mallet añade ejemplos de los grandes maestros de la escena francesa porque en los parlamentos de sus traegias más famosas se encuentran auténticos ejemplos de la mejor oratoria y de la exquisita genialidad de sus autores (p. lxvj). Con ello consigue unir la los ejemplos con los perceptos. Continúa el tratado fijándose en las costumbres, edad y caracteres que son resortes de la persuasión, según expone también Aristóteles.
El tercer libro sigue analizando a Aristóteles y su cuarto libro de la Retórica, es decir, el que dedica a la elocución. El cuarto se refiere a la disposición y orden de las partes, incluida la amplñificación. El siguiente se dedica al estilo y los ornamentos del discurso, la dicción y el lenguaje. Finalmente el último libro es una suerte de suplemento sobre la declamación.
Con ello concluye su obra afirmando que puede entenderse como una Retórica general por los principios que contiene y porque se dirige por igual a formar un orador sagrado y profano (p. lxxv).