El poema épico La Riada de Cándido María Trigueros fue publicado durante el primer trimestre del año de 1784. El 13 de julio de aquel mismo año, se elaboraba una crítica que se convirtió en una carta dirigida a Trigueros evaluando su poema. El crítico protegió su identidad bajo el pseudónimo de Antonio Varas, pero tras el nombre se reconocía la pluma de Juan Pablo Forner (1756-1797).
La Carta de don Antonio Varas al autor de La Riada es un texto que constituye una de los testimonios más ricos y valiosos de la discusión sobre la épica en el periodo ilustrado. Trata, en esencia, de desarticular las decisiones poéticas que justificara Trigueros en su prefacio. Al margen del tono crítico un tanto incisivo, la carta discute todos los elementos que tradicionalmente vertebran la materia de la poética en sus normas dedicadas a la composición del género épico. Mientras que Trigueros confiesa no haber seguido estrictamente los dictámenes de Aristóteles, Horacio o Boileau, Forner le recrimina no solo no haberlos seguido, sino haber obviado sus enseñanza, aspecto que, denuncia, es causante del mal estado de su poema. Trigueros, por su parte, reivindica el genio de cada poeta e identifica la poca o nula composición de exitosos poemas épicos con el acoso, la persecución y la intransigencia de los críticos. En concreto, Forner critica el delirio de la fábula del poema, la ausencia de un héroe princial, el empleo de nuevas deidades, y, por último, la presencia de galicismos y vicios poéticos. Esto último le permite reprender a la generación de poetas que corrompía la poesía y el estilo nacionales. En resumen, Forner critica duramente que el poema La Riada subvierta los elementos que tradicionalmente han configurado los poemas adscritos al género épico.
Desde el inicio parodia las ínfulas del poema de Trigueros con el parturiunt montes de la poética horaciana (Arte Poética III, 139-140) por contar el poema con un frontispicio tan modesto y, a su vez, con una declaración tan osada como la de emplear para su poema el calificativo de «épico». La acción principal, reseña, elemento de mayor importancia para el desencadenamiento del resto de elementos poéticos, no relata, como indican las autoridades clásicas, una acción memorable de un personaje importante, reduciendo así su capacidad instructiva y moralizante. Muy al contrario, la fábula de La Riada es la avenida del río Guadalquivir, siguiendo el reciente episodio histórico de la inundación de la ciudad de Sevilla a fines del año de 1783. La fallida elección de la fábula promueve una serie de errores que consecuentemente entorpecen y afean el resultado del poema: la ausencia de héroe, de episodios admirables; de instrucción moral, de mejora de las virtudes y control de las pasiones; de las maravillas y la magia de la máquina cristiana, etc. Los accidentes metereológicos no han sido y, por tanto, no pueden ser tratados mediante el discurso épico puesto que existe una construcción normativa cuya combinación ofrece una forma perfecta para componer un poema épico con resultado exitoso. Asimismo, Forner afea que Trigueros reste importancia a la labor de los críticos antiguos y modernos, cuando él mismo desconoce la poética, comete errores oratorios, confunde elementos propios de la retórica y formula ideas poéticas sin fundamento.
Al margen del aspecto más relacionado con la preceptiva, Forner identifica en Trigueros los vicios de los poetas de su siglo. Advierte, en primer lugar, que los poetas han de ser guiados por su racionalidad para poder así controlar los desvaríos imaginativos. En segundo lugar, reivindica el serio estudio de las disciplinas de poética y retórica, pues la composición de un poema épico no se improvisa y tampoco se justifica con la intención de proponer textos épicos de «nuevo cuño». Asimismo, los poetas han de conocer la lengua poética de su nación, para la que Forner propone los modelos épicos de Alonso de Ercilla, Cristóbal de Virués o Bernardo de Balbuena.