Ante la aparición del volumen XX dedicado a Francisco de Figueroa en la Colección de poetas castellanos (1786-1798), el Memorial literario publica una reseña crítica en la que su anónimo redactor, que no es otro que el fraile agustino y académico de la Academia de la Historia Pedro Centeno (c. 1730-1803), se lamenta de que estas aparezcan como «Poesías del Divino Figueroa». Su queja se funda en manifestar que las poesías nada tienen de divinas sino que son propiamente humanas, lo cual expresa con el siguiente comentario: «miré su objeto, era terreno; miré al artificio y era pueril» (p. 365). En consecuencia, trata de advertir al público de las carencias de Figueroa alegando sobre todo la impropiedad del apelativo de «Divino», cuando esa calificación procede de «la pasión divinizada» del editor que lo encumbra hasta igualarlo con los santos y el Ser Supremo o, en el mejor de los casos, con Fernando de Herrera. Reprende los juegos y equívocos de la poesía de Figueroa, impropios del buen gusto, el uso de epítetos como «gentil», los adjetivos y, en su conjunto, los usos retóricos empleados.
Resulta interesante que, como colofón de la Carta, los memorialistas añadan su opinión que busca un término medio en el que si bien reconocen no ser todos los poemas de la misma calidad literaria, sí advierten buenos versos, en particular en las composiciones líricas, bucólicas, elegíacas y eglógicas.