Tomás Antonio Sánchez de Uribe (1723-1802) fue un reputado historiador y erudito que, entre otros cargos, desempeñó el de bibliotecario de la Biblioteca Real de la que llegó a ser director. Trabajó en la edición de la Biblioteca Hispana Nova de Nicolás Antonio que se imprimió en 1788. Fue académico de la Real Academia de la Historia y también de la Real Academia Española.
Destacó por su rigor filológico y por su interés en la literatura medieval española como queda demostrado en la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. Cada volumen da a conocer uno de los textos más relevantes de la literatura de aquella época, a las que añade notas y un glosario de voces anticuadas. El criterio es cronológico, por lo que comienza con el Poema de Mío Cid, continúa con Gonzalo de Berceo, La vida de San Ildefonso, el Arcipresta de Hita, el judío Don Santo, Pero López de Ayala, el Conde Fernán González y unos versos de Pero Gómez. Estos y otros poemas que pudieran hallarse, se publican con notas:
Todas estas [poesías] se publicarán con algunas notas que ilustren los pasajes más oscuros y, al fin, se pondrá un índice de las voces anticuadas que se hallen en ellas, de las cuales muchas son desconocidas por no haber salido jamás de los manuscritos, ni estos de los archivos y rincones. También se notarán algunos modos de hablar anticuado y las etimologías de muchas voces que vienen de la baja latinidad por la cual empezó la formación de nuestra lengua castellana (h. 5v).
El primer volumen se inicia con la noticia biográfica del Marqués de Santilla e incluye su Carta al Condestable de Portugal sobre el origen de nuestra poesía. No obstante, el grueso del volumen se decica al Poema del Cid. La razón por la que incluye el Prohemio la explica en el «Prólogo» de este primer tomo de la Colección.
La Carta-Prohemio del Marqués de Santillana llegó a sus manos y en ella apreció la erudición por las noticias que contenía acerca de los poetas castellanos antiguos y, en consecuencia: «Pareciome que acaso sería el mejor documento que nos ha quedado de nuestros antepasados para fundar en él la historia de la poesía castellana» (h. 1r). Decidió, por ello, publicarla con suficientes notas para que la obra tuviera cierto volumen y no se perdiera como un impreso pequeño. Pero mientras realizaba esta labor, tuvo acceso al manuscrito del padre fray Martín Sarmiento en el que se refería al texto del Marqués. Ello le inclinó a valorar si debía continuar en la empresa como de hecho así fue. Las razones alegadas fueron esencialmente tres: la primera, que las noticias aportadas por el padre Sarmiento eran parciales; la segunda, que todavía no las había hecho públicas, pues hasta 1775 no se imprimieron las Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles, y la tercera, que entre ambos eruditos existían algunas discrepancias. Manifestando su respeto por el trabajo y saber del benedictino, piensa que es oportuno hacer llegar al público su parecer que, en modo alguno, ha de interpretarse como un descrédito de su oponente.
Justifica también Tomás Antonio Sánchez su prolijidad en las notas. Dice así: «Yo me he extendido en ellas porque estaba despacio y porque deseaba que hubiese en nuestro idioma ciertos puntos de literatura que no había visto tratados en ninguno de nuestros libros castellanos» (h. 3v). Este prurito, así como el de dejar constancia al porvenir de lo que fue la historia literaria española más antigua, es la razón por la que dispuso esta Colección:
Desde que empecé a formar estas notas he tenido siempre un gran deseo de publicar una colección de nuestras primeras poesías para que el tiempo, los incendios, la polilla y otros enemigos que tienen los códices, no acabaran con ellos y se perdiera del todo su memoria. Siempre he creído que un gran caudal de nuestra lengua, de nuestra historia, de nuestras costumbres y literatura antigua, yacía como mudo entre las tinieblas del más profundo olvido y abandono. Pero la dificultad de adquirir estos códices me había hecho desconfiar de la empresa y me había ya reducido a estas notas y poner en ellas algunos extractos de poemas que poseía y muestras que se me habían comunicado de otros o que yo había sacado de los libros. Ahora que poseo una mediana colección de poesías anteriores al siglo XV, he concebido esperanzas de darla a luz mediante la generosa disposición con que se ofrece con su prensa y expensas don Antonio de Sancha, que tiene acreditado más su celo que su interés en muchas otras obras que ha publicado. Yo, deseando contribuir a este beneficio, he cansado a los amigos solicitando códices, copiando algunos por mi mano y costeando copias de otros que se han hecho por la ajena y contestándolas después con los que han servido de originales (h. 4v.-5r).
El propósito también es declarado:
Desde este tiempo en adelante fácilmente podrá cualquiera formar concepto de nuestra poesía, de su incremento, de su decadencia, de los varios géneros de metros que en cada era han sido más de moda y de los estilos y gustos que han reinado, unos buenos y otros malos. Pero esta serie era semejante a un edificio sin cimiento, o como fundado en el aire, por no haberse publicado, ni apenas descubierto, las poesías de los siglos antecedentes, cuya falta causaba no pequeño vacío de una buena parte de nuestra literatura. Ahora se intenta llenar para que los curiosos, amantes de la nación y de nuestras antigüedades, vean no solo la formación de la poesía castellana y sus primeros incrementos, sino también la de nuestra lengua (h. 5v).
Es cuidadoso también Tomás Antonio Sánchez a la hora de anticiparse a las críticas. Reconoce que los índices alfabéticos de voces anticuadas con que ilustra cada volumen pueden incluir repeticiones. Sin embargo, explica que, más que como una reiteración, debe entenderse como un medio de conocer diversos usos o empleos de las voces utilizadas (h. 6r). De hecho, se plantea unirlas en tomo aparte formando un diccionario (h. 6r).