El padre escolapio Ignacio Rodríguez (1763-1808) compone este tratado con un propósito pedagógico en el que, de forma sencilla, indaga en la naturaleza del ingenio para su buen empleo en las artes y las ciencias en la línea de Huarte de San Juan y su Examen de ingenios. Adentrarse en la naturaleza del ser racional del hombre y de las operaciones propias del ingenio le parece al autor el mejor medio no solo de conocerse a sí mismo, sino de satisfacer la natural inclinación del hombre a la curiosidad. Defiende así que resulta necesario disponer de buenos preceptos, sana doctrina y profunda erudición, pero que, para convertirse en escritor, es preciso conocerse a sí mismo. De aquí infiere que así se da gusto al que lee, además de hacerle amena y agradable la lectura, y se consigue la contención necesaria para no extraviarse componiendo cosas ridículas o impertinentes.
Por ingenio entiende: «la facultad de producir dentro del alma, trazas, razones y pruebas, o para adquirir el conocimiento de las ciencias, o comunicar a otros las que hemos adquirido a fuerza de nuestro trabajo» (p. 3). Tras categorizar el ingenio y exponer en qué y cómo se manifiesta, se adentra en el que corresponde a cada arte o ciencia, incluída la poesía (art. XIV).
El autor piensa que el ingenio es una condición propia de los poetas que les hace elevarse sobre el resto de los hombres y que procede de su imaginación, la cual no deja de considerar sino como una facultad natural y, en cierta medida, incontrolable.