Esta traducción de Nicolas Jamin, prior de la Congregación de San Mauro, recoge una serie de citas y reflexiones a partir de sus lecturas de los autores antiguos. Defiende la necesidad de leerlos y les atribuye pensamientos morales asumibles por los modernos, si bien aclara que su recopilación de las máximas de los autores profanos no supone nada más que manifestar su respeto por la religión. Con ello lo que desea es dar a conocer que la religión es una necesidad de las naciones, que es algo connatural a ellas, pero que sus lectores deben buscar la verdadera fe. La recopilación de sus sentencias glosadas obedece, por consiguiente, al propósito de enseñar a obtener un propósito de la lectura, según aconseja en el Tratado de la lectura cristiana.
Esta moda consiste en extraer pensamientos y sentencias útiles de diversas fuentes y, en particular, de los autores antiguos quienes, a pesar de no abrazar la fe católica, dejaron al provenir sentencias muy a propósito para moderar las pasiones. Así pues, el lector puede asumir con los autores antiguos más reputados aquellas ideas y reflexiones que se dirigen a mejorar la virtud y las costumbres contemporáneas. En definitiva, admite que la cultura clásica permite ratificar la relevancia universal de la fe católica, siempre que aquellos libros se lean con la visión moral que la fe cristiana exige. Se inscribe en la misma línea que el Antídoto contra el veneno de la incredulidad y la herejía que tradujo Jacinto de la Barrera, Madrid: Blas Roman, 1778, obra dirigida «contra el libertinaje del entendimiento», y de los Pensamientos teológicos respectivos a los errores de este tiempo, traducida por Remigio León, Madrid: Antonio de Sancha, 1778.
El texto fue reeditado en 1805 por la viuda de Barco López.