La traducción es obra del escolapio Ignacio Rodríguez de San José de Calasanz, realizada probablemente en colaboración con el también escolapio Pedro Sandier de San Basilio (1765-1808). Esta traducción, como reza en el título, sigue la versión de Charles Rollin (1661-1741), afamado y controvertido pedagogo y autor del tratado titulado De la manière d’enseigner et d’étudier les Belles-Lettres par rapport à l’esprit et au cœur (Paris: J. Estienne, 1726-1728). Rollin publicó en 1715 una versión escolar de las Instituciones quintilianas tituladas Institutio ad usum scholarum, que circuló en diversas ediciones por toda Europa (p. x).
La utilidad del libro, más allá de los conocimientos en sí que comprende, se halla en que constituye una guía de lectura para los jóvenes. Así se dice que Quintiliano:
encarga a los padres y maestros que los primeros conocimientos sean útiles, sólidos y relativos al fin a donde aspiran y, para lograrlo, les dice qué libros han de leer y con qué orden, qué distribución han de hacer de ejercicios y tareas, cómolos han de acostumbrar desde el principio a una pronunciación fina y delicada, evitando aquellos resabios que a poca cosa se corrigen [...].
Por este camino ameno y sembrado de conocimientos útiles va conduciendo, como por la mano, al niño al estudio de la Gramática, de la Geometría, de la Música, de la Historia, de los autores más clásicos y de todas las bellas artes. Aquí le dice cómo ha de entender al poeta; allí, cómo ha de leer al historiador. Por una parte le muestra las bellezas, que ofrece la gustosa lección; por otra, los tropiezos de que debe apartarle la luz de la crítica (pp. vii-viii).
Junto con un tratado de Oratoria y Retórica, el texto de Quintiliano constituye un referente formativo para cualquier autor y joven discípulo que desee adentrarse en el conocimiento de las bellas letras.
El este primer volumen incluye varios capítulos formativos respecto de la lectura. El primero de ellos se titula «Qúe libros deben leer primeramente los niños, y de qué manera» (libr. I, cap. V); el segundo «Qué oradores e historiadores se deben leer en las escuelas de retórica» (libr. II, cap. V) y el tercero «Qué escritores se han de leer primero» (libr. II, cap. VI).