Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
Proyecto Admin
Identificación

Teatro Español. Coliseo del Príncipe. Ali-Bek, obra original en cinco actos por Doña María Rosa de Gálvez

Pedro María de Olive
1802

Resumen

El 3 de agosto de 1801 María Rosa de Gálvez estrenó sus primeras obras teatrales en el Coliseo del Príncipe de Madrid. Se trataba de la tragedia Ali-Bek y el fin de fiesta Un loco hace ciento. Las obras se mantuvieron en cartel ocho días con entradas aceptables, teniendo en cuenta que se estrenaron en plena temporada de verano. La censura eclesiástica puso reparos a Un loco hace ciento con el argumento, muy poco religioso, de que la obra podría ofender a los oficiales franceses que se encontraban entonces en Madrid. Finalmente la Junta de Reforma, por entonces gestora de los teatros madrileños, aprobó la obra de María Rosa de Gálvez.

Ali-Bek, tragedia de tema contemporáneo que dramatiza la rebelión y muerte de Ali Bey Al-Kabir, gobernante mameluco de Egipto que consiguió la independencia del país del imperio otomano, no tuvo problemas con la censura, pero recibió una demoledora crítica del Memorial literario cuando se publicó en 1802.

La crítica, escrita seguramente por Pedro María de Olive, editor en aquella época del Memorial literario, se puede considerar uno de los mejores ejemplos de misoginia dentro de la particular polémica dieciochesca acerca de la capacidad de las mujeres para escribir obras de cierta entidad. El modelo es Rousseau y su famosa Carta a D’Alembert, texto que Olive sigue a veces casi al pie de la letra. Está escrita con indudable gracia y con un empleo casi constante de la ironía, mediante la cual el autor se declara admirador de la obra y de la autora a la vez que se explaya en destruir la tragedia. Merced a esta hábil retórica degradatoria ha servido como base a otros críticos posteriores para descalificar la obra de María Rosa de Gálvez.

Descripción bibliográfica

[Olive, Pedro María de], «Teatro Español. Coliseo del Príncipe. Ali-bek, obra original en cinco actos por Doña María Rosa de Gálvez», Memorial Literario o Biblioteca periódica de Ciencias y Artes, Época 2ª, Año II, T. II, núm. X, pp. 10-13.
38 pp.; 21 cms. Sign: BNE. Hemeroteca digital.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Hemeroteca digital, Memorial Literario o Biblioteca periódica de ciencias, literatura y artes 

Bibliografía

Bordiga Grinstein, Julia, La rosa trágica de Málaga: vida y obra de María Rosa Gálvez, Charlottesville: The University of Virginia, 2003 (Anejos de Dieciocho, 3).

Doménech Rico, Fernando, «Los bonapartistas. Antiabsolutismo y simpatías por la Revolución en España», Studi Ispanici, XXXVI (2011), pp. 107-118.

Doménech Rico, Fernando, «Introducción», en María Rosa de Gálvez, Tres tragedias. Safo. Blanca de Rossi. Zinda. Edición de Fernando Doménech Rico, Madrid: Cátedra, 2024, pp. 9-159.

Establier Pérez, Helena, María Rosa de Gálvez. Página web dedicada a la autora en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. En línea www.cervantervirtual.com/portales/maria_rosa_de_galvez/

Cita

Pedro María de Olive (1802). Teatro Español. Coliseo del Príncipe. Ali-Bek, obra original en cinco actos por Doña María Rosa de Gálvez, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/teatro-espanol-coliseo-del-principe-ali-bek-obra-original-en-cinco-actos-por-dona-maria-rosa-de-galvez> Consulta: 22/01/2025].

Edición

TEATRO ESPAÑOL

COLISEO DEL PRÍNCIPE

Ali-Bek, tragedia original en cinco actos, por Doña María Rosa de Gálvez
Librería de Quiroga, calle de las Carretas, 3 reales.

Muchas veces se ha tratado la cuestión de si las mujeres son o no aptas para las ciencias, la cual viene a ser la misma que la de si nos igualan o nos son inferiores en talentos.

Como de este y otros puntos no menos interesantes se ha hablado largamente desde que se cultivan las letras, y desde que hay mujeres que se dan a ellas, el lector nos agradecerá que le evitemos el fastidio de repetir las varias opiniones que en pro y en contra ha producido semejante disputa; sin entrar, pues, en ella, y dejando al bello sexo el lugar que se merece, solo diremos que hay algunos hombres que creen que la naturaleza les ha destinado para ocupaciones, si no incompatibles, a lo menos poco conformes con el cultivo de las letras, y así, aunque respetan como es debido a las mujeres sabias, solo estiman y prefieren a las que, contentándose con cumplir con sus obligaciones, buscan en el estudio la parte necesaria para realzar sus gracias naturales, sin hacer de él su única y principal ocupación.

Se quejan algunas señoras de que en general está muy descuidada la educación literaria de su sexo, y añaden que si tuviesen los mismos medios de instruirse que los hombres, se verían entre ellas Homeros y Platones. También hay personas que dudan de esto, fundándose en que de tantas mujeres como han cultivado las ciencias, son muy raras las que han llegado a sobresalir, quedándose las más en una modesta medianía.

En efecto, parece que han adelantado muy poco o nada en las ciencias abstractas, y en aquellas que piden talentos superiores, estudios profundos y trabajos continuados; y que solo se han distinguido en las que requieren viveza, sensibilidad, imaginación y gracia, como son la epístola, las novelas, los cuentos y las poesías del género ligero.


Bien sabido es que algunas señoras, sobre todo francesas, han cultivado la poesía dramática, pero también es cierto que sus composiciones ni aun han llegado a la clase de medianas. Madama de Grafigny, autora de las Cartas Peruanas, ha dado a luz dos dramas intitulados Cenia y La hija de Arístides, pero de estos dos dramas, que pertenecen al género lacrimoso, dice un célebre crítico que el primero vale muy poco y el segundo no vale nada. También parece que la señora Riccoboni, actora del Teatro Italiano de París (actualmente ópera cómica), que ha publicado muchas y muy excelentes novelas, se ha ejercitado en el drama, aunque no con igual suceso. En el día se conoce una célebre actriz trágica, Mlle. Raucourt, la cual ha compuesto un drama en tres actos y en prosa, intitulado Henriqueta, pero se puede decir muy bien que esta señora se ha mostrado tan débil en la clase de autora como superior en la de actriz.

No hablaré aquí de Madama Favart, pues se cree que las operetas que se la atribuyen solo tienen de ella el nombre, debiéndose lo demás a la generosidad de su esposo, Mr. Favart, uno de los más fecundos y excelentes autores de la dramática-lírica.

El interés que nos inspiran las mujeres instruidas nos mueve a aconsejarlas que no tengan intimidad en el trato con los hombres sabios, principalmente si son hermosas, pues la malignidad, que siempre es astuta y suspicaz, atribuye al instante a la pasión del galán lo que puede ser muy bien parto feliz el ingenio de la dama, habiendo de este modo algunos críticos mordaces tirado a obscurecer la gloria de Madama Riccoboni, y aun de la Señora Condesa de Genlis, fecundísima e infatigable autora de mil novelas sentimentales. Pero sea lo que fuere, todas estas damas y otras varias se habían contentado con componer en prosa lisa y llana sencillos dramas, género al parecer no difícil, como lo prueba la multitud de los que se publican todos los días, mas no conocemos alguna que haya tenido ánimo para calzarse el coturno trágico, gloria que parece estaba reservada a nuestra nación. Así pues, podemos alabar el ingenio natural, el entusiasmo y, sobre todo, la noble arrogancia de la autora de Ali-Bek, pues todo esto es necesario para componer una tragedia enteramente original, en cinco actos, en versos corrientes y en donde están guardadas las tres unidades.

Aunque con mucha brevedad, expondremos aquí el argumento y juicio de esta tragedia, y no esperen nuestros lectores ver un examen riguroso de ella, según los principios del arte, porque a esta luz ¿quién sería el poeta que pudiera ocultar sus defectos? Y por otra parte ¿quién se atrevería a esgrimir la crítica contra el bello sexo y a resistirse a tributarle el incienso de la lisonja?

Volvamos, pues, a nuestra tragedia. Imaginemos una oveja tímida e inocente, cercada de tigres feroces, que rugen, se embisten, se hieren y despedazan con furor, y tendremos una idea de Amalia, que es la heroína del drama, de Ali-bek, Hassam, Mahomad y comparsa. Batallas sangrientas y exterminadoras, puñales y venenos a cada paso, traiciones y más traiciones, esta es toda la acción de la tragedia.

Ali-bek es un rebelde, que por el bien y felicidad del Egipto le riega en sangre y cubre de horror, pasa casi todo el tiempo de la tragedia en disputar consigo mismo si tomará o no un veneno, y en tanto que se decide, se lo regala a su médico. Morad es un buen musulmán, héroe de profesión, noble y valeroso hasta el extremo, que por su parte pelea, mata, asola y destuye todo con la buena intención de dar muerte «brazo a brazo» a Ali-bek y quitarle a su mujer, de quien desde su niñez está locamente enamorado. Los demás personajes son tan malvados que estos pueden pasar por buenos en su comparación. Hassam es el monstruo más horrendo que hasta ahora se ha conocido; ha renegado de la ley de Christo, ha vendido a su hija al honrado Ali-bek y, habiendo aprendido la medicina, se entretiene en envenenar a cuantos se le acercan. Es verdad que ejecuta todas estas buenas cosas por evitar mayores males, y que experimente en su interior ciertos escrúpulos, sin interrumpir por eso el curso de sus maldades.

Mahomad es un mameluco tan malo y tan infame que todos le aborrecen, y a todos aborrece: unos le halagan y otros le injurian, pero todos tiran a darle muerte, y él tira a acabar con todos. En fin, Ismael, último personaje de la tragedia, es un pobre diablo que no se mete con nadie, habla lo menos que puede, temiendo siempre, a lo que entiendo, las resultas de tan deshecha borrasca.

Algunos espíritus tímidos, espantados de tan sangrienta y atroz carnicería, clamarán contra el plan y disposición del drama como horroroso e inverosímil; pero los que están bien instruidos en la historia moderna del Egipto lo hallarán muy conforme a ella, y muy exactamente pintadas las costumbres de aquellas gentes; por lo cual la autora sin duda merece elogio, pues ha observado el precepto de Horacio, famam sequere, etc.