El firmante de esta crítica F. R. escribe su vehemente comentario reclamando un lugar para Maron o Marón entre los grandes poetas que exhibieron su patriotismo y su entusiasmo lírico en las odas dedicadas a la batalla de Trafalgar. La Oda referida responde a la misma voluntad poética entusiasta de otros poemas de la misma temática. Los versos están plagados de imágenes que retratan los aspectos épico-trágicos del combate que tanto agradaban a los lectores de estos poemas tan patrióticos.
Crítica. Juicio de la Oda que insertamos en el número XXI
F. R.
1806
Resumen
Descripción bibliográfica
[F. R.], «Juicio crítico de la Oda que insertamos en el número XXI», Minerva o El Regañón General, T. II (1806), núm. VI (17 de enero), pp. 37-40.
4º. Sign.: BNE ZR/1269/11.
Ejemplares
Biblioteca Nacional de España
Bibliografía
Cantos Csenave, Marieta, «El Trafalgar literario antes y después de Galdós», en Guimerá, Agustín, Alberto Ramos Santana y Gonzalo Bturón, eds., Trafalgar y el mundo atlántico, Madrid: Marcial Pons, 2004, pp. 347-358.
Cita
F. R. (1806). Crítica. Juicio de la Oda que insertamos en el número XXI, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/critica-juicio-de-la-oda-que-insertamos-en-el-numero-xxi> Consulta: 24/11/2024].
Copyright
María José Rodríguez Sánchez de León
Edición
Señor Editor:
Muy señor mío: Habiendo visto el extracto que vmd. hace de la «Silva al combate naval de Cádiz» del señor Mor de Fuentes y no creyendo menos digna de una explanación y elogio la sublime oda al mismo asuntó de Marón, inserta en el número XXI de su Minerva, he resuelto desenvolver en esta sus grandes bellezas para que, percibiéndose más claramente, logre su autor el lugar que merece en la estimación pública.
En general, su locución es la más pura y elegante, luciendo en ella el castizo y hermoso castellano en medio de la universal depravación, y especialmente sus rodeos y modos de decir para evitar repeticiones o ideas vulgares, son los más delicados y preciosos. En la segunda estrofa, debiendo nombrar al inglés y habiéndolo ya hecho en la primera bajo el nombre de Bretón, dice:
Derrumbó hasta el profundo
al soberbio Señor del mar del mundo,
que al mismo tiempo es una hermosísima imagen.
Lo mismo hace en la séptima diciendo graciosamente «el de España» por español o castellano. Pero sobre todos el que usa en la novena es admirable. Viéndose en la precisión de nombrar de nuevo a los franceses y españoles y, habiéndolo antes practicado de varios modos, escribe:
Los hijos que criara
por falda y falda el alto Pirineo..,
produciendo igualmente otra delicada imagen. No es menos hermoso aquel con que acaba la última estrofa, pintando en él con un solo golpe a los ingleses cuando dice:
Que su gloria asegura
del inquieto de Europa en desventura.
Toda la composicion está sembrada de grandiosas imágenes, que se presentan con la mayor valentía desde la primera estrofa. En ella vemos estremecerse toda la Tierra en el punto que Marte hace resonar su trompeta y al austro soplando mil velas con que el Bretón insolente
Brumó del mar la trubulenta espalda,
pues el mayor elogio de esta grande imagen está en repetirla como su autor la dijo.
La pintura del apresto de las escuadras francesa y española en la estrofa tercera es viva y delicada, y llena la idea del lector diciendo:
Que al lago proceloso
sus quillas arrojó, y el galo amigo
sus quillas esta vez...
Pero siguen la cuarta y quinta llenas de arrebato en que se pinta el trance de la batalla: allí se ve la rabia, la confusión y el encarnizamiento de un combate. Las naves se mezclan indistintamente con las naves, Ios guerreros se confunden, las llamas devoran cuanto encuentran, los árboles se desgajan y juntos
sumérgense cien popas en un punto.
La muerte se mira también vagar precipitada segando con mil hoces que guarnecen su terrible carro la vida de los jefes y de la chusma: cien veces cesa el ruido, porque cien veces ha barrido las naves de guerreros, pero el furor soplando como el impetuoso Aquilón enciende de nuevo la cólera animando a los que reemplazan a los muertos y ofrece nuevas víctimas a los combatientes.
¡Qué cosa más sublime que toda esta pintura! Aquí no hay una palabra que no pinte, que no mueva; todo es interesante, todo preciso, todo natural; nada hay común, nada violento, nada precipitado. Esta es la naturaleza y este el arte.
La primera imagen de la séptima es una bella, bellísima, imitación de Moratín en su «Oda a la muerte de Callos III», pero imitación digna de hombrearse con el modelo y tanto más cuanto está acompañada de las siguientes originales que nada dejan que desear:
Retumbó por las mares el conflicto,
y la cerúlea frente
alzó Neptuno con temor al hondo
dejándose calar...
¿Y quién no extiende su imaginación vastamente y ve con el autor a los franceses y españoles esparcidos por todo el globo conducidos por Marte adquiriendo triunfos y laureles, como en aquel tiempo vio a los unos el Mosa, y más adelante a los otros el Nilo, oyendo con tanta valentía que ya la fama pregonó su gloria:
Cuando el Dios de la guerra
tendiólos por el orbe de la Tierra.
Mas juzgo que no hay otra más atrevida que esta:
Y al Sena y Tajo en rápida creciente
romper los cauces con furioso empeño
e inundar tus hogares
por sobre la ancha espalda de los mares.
¡Qué entusiasmo!, ¡qué grandeza! Dos naciones poderosas romperán en su cólera los límites de su imperio y, traspasando los mares, avasallarán el país del orgulloso isleño. Esto es grande por sí, pero el autor lo ha sabido hacer más grande figurando las dos potencias por sus primeros ríos que en su creciente rompen los cauces y llevan su inundación más allá del golfo.
Queda de vmd. su seguro servidor
F. R.