Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Curso completo de erudición universal o Análisis abreviada de todas las ciencias, buenas artes y bellas letras, Tomo IV

Barón de Bielfed
1803

Resumen

El interés del tomo IV radica en que se centra en las Bellas Letras en general y a los estudios literarios en particular a los que dedica los capítulos XVIII-XXIV.  Plantea en qué consiste la Filología, cuál es la labor de la Historia de la literatura y el sentido y función de la Crítica.

Para una mayor información de la obra, consúltese el Tomo I.

Descripción bibliográfica

Bielfeld, Barón de, Curso completo de erudición universal o Análisis abreviada de todas las ciencias, buenas-artes i bellas-letras. Escrito en francés por el célebre alemán Barón de Bielfeld i traducido al castellano. Tomo IV. Que trata de las ciencias que exercen la memoria, Madrid: Viuda de Ibarra, 1803.
479 pp., 1 h.; 8º. Sign.: BNE 2/89603.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Cita

Barón de Bielfed (1803). Curso completo de erudición universal o Análisis abreviada de todas las ciencias, buenas artes y bellas letras, Tomo IV, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/curso-completo-de-erudicion-universal-o-analisis-abreviada-de-todas-las-ciencias-buenas-artes-y-bellas-letras-t-iv> Consulta: 19/04/2024].

Edición

CAPÍTULO XVIII

La Filología en general

No hay cosa tan pueril ni fastidiosa como declarar guerra a las palabras y disputar de nombre. Sin embargo, como las denominaciones justas sirven para dar ideas de las cosas que designan, será muy esencial que a cada ciencia la demos el nombre que la conviniere exactamente, la caracterizase y distinguiese de todas las demás. No sabemos si esta máxima será bien observada por aquellos que bajo el nombre de Filología comprenden una literatura universal que se extiende a todas las ciencias y autores, donde qualquiera pudiera introducir todo lo que juzgase oportuno, esto es, la Gramática, la Retórica, la Poética, las Antigüedades, la Historia, la Crítica, la interpretación de los autores, etc. Esto no solo parece que será abusar extrañamente de la palabra, sino sembrar confusión en las materias que no fuesen fáciles de sujetar a orden y precisión. La palabra Filología no permite un uso arbitrario e indeterminado. Deriva del griego y se compone de la voz philo y de logos y que significan «el amor o estudio de las lenguas». Así que, a pesar de todas las autoridades que se pudieran citar, las cuales no formarán grande argumento en esta materia, parece que la Filología no es más que «el conocimiento general de las lenguas y de su crítica, de la significación propia y figurada de sus palabras y frases, en suma, de todo lo que tuviese relación con la expresión de los varios idiomas de los pueblos antiguos y modernos». [...] Por la palabra erudición entendemos la universalidad de ciencias y por literatura todo lo que dijese relación con el conocimiento de la antigüedad y de cuanto pudiera facilitarnos su inteligencia, por la voz Filología comprehendemos el conocimiento de las lenguas, de su crítica y de su interpretación. Esta ciencia es muy vasta, por lo que convendrá reducir la materia a más estrechos límites y reconcentrar nuestras ideas para presentar un análisis muy breve en este capítulo. [...]

La Filología se ejercita en hacer sabias investigaciones no solo sobre las indicadas lenguas, sino en todas las que numeraremos en los tres capítulos siguientes. Prescribe las reglas, da los preceptos, indica los principios, sugiere las etimologías, y hace todas las advertencias necesarias para la inteligencia y aprendizaje de todas las lenguas conocidas. Muestra la utilidad y el uso que pudiera hacerse de cada lengua en particular, manifiesta los pueblos y comarcas que la hubiesen hablado, y explica en lo que cabe todas las oscuridades y ambigüedades que se hallasen en ella. [...]


En otra parte dijimos que los libros que ensenan las reglas de una lengua en particular se llaman gramáticas, rudimentos, etc. y los que contienen las palabras y frases, diccionarios, lexicón, manual, vocabulario, etc. La Filología enseña la manera de componer dichos libros, el método que deben seguir y las precauciones que conviniese tomar para hacerlos útiles e instructivos; indica cómo se ha de tratar la materia de los sinónomos, las graduaciones que se hallan en los sinónomos aparentes y explica otros muchos objetos de esta naturaleza. Muestra también la influencia recíproca que el genio y las costumbres de un pueblo tienen en la lengua, y la del lenguaje de un pueblo en los modos de pensar, en sus costumbres, en su urbanidad y policía.

Las lenguas que dejaron de ser vulgares, esto es, de un uso común u ordinario, no pueden aprenderse sino por libros y escritos. Pero como estos nos han llegado copiados y, por consiguiente, muy mutilados, alterados, truncados y desfigurados por los copiantes, el texto en general cuando menos, o diferentes pasajes de dichos libros y escritos, han venido a resultar regularmente ininteligibles para nosotros a primera lectura. Y de aquí ha resultado en la Europa moderna una ciencia particular que se llama la crítica de las lenguas y forma parte de la Filologia. La cual se sujeta: 1º a examinar la autenticidad y exactitud del texto; 2º a encontrar e indicar los medios de rectificarlo; 3º a restituir los pasajes omitidos, alterados o truncados; 4º a explicar el verdadero sentido del texto; 5º a restablecer por estos medios toda una lengua en su antigua perfección y darnos su verdadera inteligencia. El célebre M. Le Clerc publicó una obra admirable en esta materia, intitulada Ars critica [1], en la cual desenvuelve con tanto juicio como discernimiento y solidez las reglas de la sana crítica filológica o de las lenguas.

Lo que sirve más para la inteligencia e interpretación de un pasaje oscuro o desfigurado, o de una palabra y frase ininteligible, es la confrontación. La mejor de todas es la que se hace comparando un autor, libro o escrito consigo mismo, investigando si la palabra, la cosa o la frase no estaba repetida o referida en él con expresiones equivalentes. Este método es el más seguro y produce una interpretacion auténtica. La segunda es la que tiene lugar cuando se confronta un escritor con sus contemporáneos de la misma nación; finalmente la tercera cuando se compara con otros autores que hubiesen escrito en diferentes tiempos pero en el mismo idioma.


 

CAPÍTULO XXII

La historia de las ciencias

Después de haber concluido la análisis de todas las ciencias con la mayor brevedad que nos ha sido posible, para hacer completo el sistema de la erudición universal será preciso decir alguna cosa:
1. De la historia general y particular de todas estas ciencias, de su origen y progresos.
2. De los autores que hubiesen cultivado o enriquecido las ciencias, los cuales pudieran llamarse los «perarios de la erudición» y
3. De los principales medios por donde pudiéramos obtener el conocimiento de los indicados autores y de sus obras, que son: 1º las críticas que se hubiesen hecho de ellas; 2º los diarios literarios; y 3º las bibliotecas públicas y privadas.

A estos objetos consagraremos los tres últimos capítulos que concluirán esta obra: 

La Historia literaria nos enseña el origen, los progresos, la decadencia y el restablecimiento de todas las artes y ciencias desde el principio del mundo hasta nuestros días. La indicada Historia pudiera ser general o particular: la primera considera la erudición en toda su extensión y la segunda trata de cada arte o ciencia en particular.

Todo cuanto pudiera decirse de los humanos será aplicable a los hombres dotados de razón o, de otro modo, donde quiera que hubiese hombres, habría espíritu natural. Esta verdad ha sido incontrastable desde el principio de los siglos y se verificará hasta el fin del mundo. Las primeras operaciones del espíritu humano versan sobre los objetos que tienen relación con la conservación propia del hombre y los segundos sobre aquellos que pudiesen proveerles sus necesidades. Desempeñados estos dos extremos, empieza a raciocinar el espíritu, sin saberlo ni quererlo resulta filosófico, y el raciocinio y la experiencia lo hacen insensiblemente sabio. Los primeros hombres vivirían ocupados naturalmente en defenderse de los elementos, de las bestias salvajes y de los demás hombres que serían casi tan feroces como ellas, y en procurarse lo físico necesario. Esta es la razón por que todo pueblo bárbaro e inculto, el que estuviese continuamente en guerras, fuese pobre o careciera de las cosas mas esenciales para su subsistencia, ha sido y será siempre un pueblo estúpido sin artes ni ciencias.


Los primeros hombres que se conocieron nacieron en Asia, esto es, en el país que llamamos Oriente con relación a nuestra situación local en el globo. Sin duda nacerían con las mismas facultades de espíritu que todos sus descendientes. Desde luego se debieron aplicar a proveer con lo necesario a su seguridad y subsistencia, y se pondrían naturalmente a pensar y reflexionar. La misma necesidad los haría industriosos al instante; por consiguiente, deberemos buscar el primer origen de las artes y ciencias en el Oriente, donde habitaron los primeros hombres. La misma historia confirma e ilustra lo que la sana razón dicta en esta parte. Ella manifiesta el estado de las letras en la antigua Arabia, en el Egipto, en la Siria, en Babilonia, en Persia, entre los Fenicios (a quienes debemos la invención de la escritura, en cuyo país parece que tuvieron su cuna las artes y ciencias) y hasta donde extendió sus progresos el entendimiento humano en estas primeras edades en las otras comarcas de la tierra conocida.

Los monumentos que nos quedan de estos tiempos remotos prueban muy bien que esta primera edad de las artes y ciencias no merece el olvido ni el desprecio, que las invenciones más bellas no han sido debidas a los griegos, que los pueblos más antiguos sobresalieron en las artes, que a los griegos les costó mucho trabajo alcanzar la perfección en ellas, que jamás pudieron grabar en sus producciones aquel aire y carácter de grandeza que se descubren en los trabajos de sus antecesores. Y es de creer que las naciones que han sobresalido en la Arquitectura no serían enteramente ineptas para las otras artes, ni en aquellas ciencias, cuyos monumentos no pudieron llegar a nuestros dias por la larga sucesión de los tiempos.

Haremos una advertencia muy esencial. No podemos menos de admirar que los mayores genios y los espíritus más filosóficos incurran en nuestros tiempos en la extravagancia de los climas, y quieran atribuir exclusivamente a ciertas regiones más o menos templadas o ardientes, la invención y perfección de las mejores artes o de las más bellas ciencias. Con más motivo pudiéramos creer a los espíritus que dicen han vuelto del otro mundo, la simpatía, y otras muchas quimeras, que no son mas que entes de razón. El que quisiera tomarse el trabajo de meditar sobre lo que hemos dicho [...] saldrá seguramente de semejante error. Quieren decir que las poesías y todas las demás expresiones de los pueblos orientales se resienten de un calor de cierto fuego, de un entusiasmo inimitable por los pueblos que habitan los países fríos de Occidente. ¿Y qué? ¿En primer lugar, el indicado entusiasmo formaría algún gran mérito? Estos hebraísmos, estas expresiones orientales, estas hipérboles atrevidas, estas comparaciones forzadas, estas imágenes agigantadas, estas ficciones perpetuas, este estilo hinchado, ¿todas estas cosas tan decantadas producirían acaso tan grandes bellezas? Todo lo contrario, cuanto más sabios fuesen los hombres, tanto más declinarían de esta falsa brillantez y olvidarían la ridícula manía de elevarse más y más incesantemente con su estilo, antes prefiririan el estilo bajo y humilde para poder imitar la naturaleza y lo natural.
[...]


[...] Pero independientemente de las indicadas épocas generales, la Historia literaria nos instruye también en las varias revoluciones que las artes y ciencias hubiesen padecido en cada país, pueblo y nación particular. Así que se echará de ver el origen, los progresos y el estado actual de la literatura en Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, España, en una palabra, en todo país culto de Europa. Se extiende también a las otras partes del mundo. Tenemos muchas historias literarias universales en todas lenguas, y entre ellas la de M. el profesor Stolle Jena [2] en alemán, que son de muy buen uso, pero todas dejan que desear aún muchas cosas y hablan más de los autores que han tratado las varias materias que de las ciencias, artes y los progresos de ellas. Sería necesario poseer una erudición sin límites, un juicio admirable, un espíritu muy justo, un tacto bien fino y sutil, un gusto exquisito y una imparcialidad perfecta para componer una obra, según lo que nos resta que desear en esta materia.

Por último, la Historia literaria particular nos presenta la historia razonada de cada ciencia respectivamente, el cual conocimiento es indispensable a todo el que quisiera aplicarse a su estudio para hacer profesión de ella. El filósofo no pudiera prescindir de la Historia de la filosofía y de los varios sistemas que se hubieren inventado en todas las edades; el teólogo debería saber las diferentes revoluciones que hubiesen ocurrido en su ciencia; el jurisconsulto no podría dar un paso, y se extraviaría a cada momento en la interpretación y aplicación de las leyes, si no tuviese un perfecto conocimiento de la Historia del Derecho. El médico no debiera ignorar todo lo que hubiese sucedido en su arte desde los tiempos de Esculapio hasta nuestros dias, etc. Los que leyesen e estudiasen con atención esta análisis de la erudición universal, verían en qué ciencias y artes deberían estudiar la historia. Hemos indicado también de paso las principales épocas y revoluciones. Una obra tres veces más voluminosa que esta no bastaría para trazar las primeras líneas de la historia de todas las ciencias.


 

CAPÍTULO XXIII

El conocimiento de los autores y las biografías

[...] El conocimiento de los autores y de sus obras forma una parte de la Historia literaria. Esta se divide en universal y particular, en sagrada y profana, etc. Distingue los libros y los autores:
1º.  En antiguos, de la media edad y en modernos, o en los tiempos en que fueron escritos los primeros o vivieron los segundos.
2º.  En obras teológicas, jurídicas, médicas, filosóficas, de literatura, filológicas, etc., según la materia que hubiesen tratado los autores.
3º.  En hebreas, caldeas, siriacas, árabes, griegas, latinas, alemanas, francesas, y en todas las demás lenguas antiguas o modernas en que hubiese escrito cada autor de ellas.
4º.   En prosáicas o poéticas, según la naturaleza y género de la expresión.
5º.   En paganas, judías, mahometanas, cristianas, etc. según la religión de los autores y los objetos que hubiesen abrazado.
6º.   En sagradas, eclesiásticas y profanas.
7º.   En obras conservadas y perdidas.
8º.   En libros auténticos y en obras supuestas.
9º.   En obras enteras o mutiladas, y en fragmentos.
10º. En libros publicados e inéditos.
11º. En impresos y manuscritos, etc.
12º. En autores que se llaman clásicos, en libros ordinarios, y en los que se intitulan bibliotecas.

Por lo que hace a las mismas obras convendría: 1. conocer bien los títulos de ellas; 2. no tomar los alegóricos por los naturales 3. cuando un libro tuviere un título doble no formar dos obras y engañarse; 4. no cunfundir los autores que llevasen el mismo nombre, como Plinio el naturalista y Plinio el Joven; 5. aplicarse a indagar en cuántas partes, libros, tomos o volúmenes estuviese dividida la obra; 6. saber llenar justamente los indicados títulos por abreviaturas; 7. conocer todas las varias ediciones de un libro y dar con la mejor; 8. tener conocimiento del lugar de la edición, del año y del volumen; 9. conocer al editor; 10. saber si la edición estaba enriquecida con notas o advertencias, sumarios, registros, prefaciones, epístola dedicatoria, etc. 11. si todo era bueno, mediano o malo; 12. averiguar el autor de las notas o si el texto se habia publicado cum notis variorum; 13. si la obra estaba dividida en capítulos y párrafos; 14. si la edición era bella por su carácter, la corrección, el papel, etc.. 15. si la obra estaba adornada con láminas u otras figuras; 16. si un libro tenía reputación, si habia sido criticado, si las críticas atacaban la materia, el estilo, o la persona del autor; 17. si los críticos fueron imparciales, jueces competentes o ignorantes, etc., etc.


El nombre de libros clásicos se da propiamente a las obras latinas, cuyos autores vivieron en el siglo de Augusto, o poco antes o después, esto es, en tiempo de la buena latinidad, que empezó a corromperse después del reinado de Tiberio. Se llaman también clásicos dichos autores, porque se leen y explican en las clases, escuelas, colegios, etc. y tienen en ellas mucha autoridad. Sin embargo, no está bien decidida la cuestion sobre los autores que han sido elevados y colocados en dicha clase. Aulogelio en sus Noches áticas en el número de los clásicos pone á Cicerón, César, Salustio, Virgilio, Horacio, etc. No hay regla general para esto, así que pende mucho del instituto establecido en cada colegio para sus diferentes clases. Pero por la idea que acabamos de dar de esta denominación, y debe formarse de ella, es evidente que hay también autores griegos que merecen el nombre de clásicos, como Tucídides, Jenofonte, Demóstenes, Homero, Píndaro, etc. Por la misma razón, Santo Tomás, el Maestro de las sentencias, San Agustín y otros se llaman también autores clásicos que se citan en las escuelas de Teología, Aristóteles en Filosofía, y así de otros, etc. Sería justo y muy ventajoso al mismo tiempo hacer elección en las principales lenguas modernas de cierto número de autores de un mérito generalmente conocido, e introducir su lectura en las clases, honrándolos con el título de «autores clásicos», por ejemplo,  en la lengua francesa al Abate Verto, el P. Daniel, Patru, Boileau, Racine, Molière, etc. En todas las demás se pudiera hacer lo mismo. Y, después de haber limpiado las escuelas de los desvarios de Aristóteles, ¿qué inconveniente habia de haber en citar los Lockes, los Leibnitzs, los Newtones, los Wolffios y otros autores clásicos en las materias filosóficas?

Será muy esencial advertir que el conocimiento de los tiempos, de las edades y de los pueblos del mundo que precediéron a los griegos lo hemos adquirido por medio de la Sagrada Escritura y por los escritores griegos. [...] De aquí cabía deducir que toda nuestra erudición antigua no puede empezar sino con los autores griegos. Así que los libros que pudieran conducirnos al conocimiento de dichos autores, al de los latinos y, por último, al de los autores modernos de todas las naciones, en todas las artes, ciencias y disciplinas, formarán las únicas guías y los solos medios que pudieran proponerse a los que quisieran aplicarse a esta parte de la erudición. Lo demás deberán aprenderlo por sus estudios y lecturas diarias. El único consejo que daríamos sería que no se dejasen prevenir a favor de los autores, fuesen antiguos o modernos, sino que procurasen estudiarlos con reflexión, y se aplicasen a discernir en los escritores de todas las edades los diamantes falsos de los verdaderos.
[...]


No es menos esencial conocer la persona del autor que su obra y, en esta parte, convendría saber la historia de su vida, esto es, 1. en qué tiempos vivió; 2. dónde fijó su domicilio o subsistencia; 3. qué condición o nacimiento tenía; 4. quiénes fueron sus padres; 5. cuál su fortuna, clase, y empleo; 6. si había sido sospechoso de parcialidad en la materia u objetos que trataba, o neutral e indiferente ; 7. qué destinos obtuvo en la sociedad; 8. de qué secta o religión hubiese sido; 9. quiénes fueron sus maestros, condiscípulos y contemporáneos; 10. si hizo viajes; 11. si fue casado y con quién, y otras muchas particularidades de esta especie.

Al conocimiento de libros pertenece también el de las traducciones que se hubiesen hecho de una obra; si eran fieles, elegantes, agradables; en qué lenguas hubiese sido traducida la obra; cuáles fueron los nombres más famosos entre los traductores, como los de Ámiot, por ejemplo, Du Ryer, Dacier, etc., en qué consistiera el mérito o demérito de cada traductor y otras cosas por este estilo. Por lo que si no a fuerza de mucha lectura y más meditación y frecuentando las grandes bibliotecas, no pudieran adquirirse todos estos conocimientos. Este es el medio también para instruirse en los libros anónimos y llegar a conocer a veces el nombre de un autor que, por varias razones, pretendiera tener su nombre oculto.

Los libros prohibidos ordinariamente son raros y costosos, y casi nunca valen el trabajo de leerlos. Hablo de las obras impías y mal razonadas o de ciertos libros fanáticos donde la razón se pierde a cada página; o de las obras políticas que con su novedad atacasen al gobierno o el estado, después de haber pasado la época oportuna en que hubieran podido tener sales y gracias; o de ciertos libros lascivos e indecentes que sirven para corromper las costumbres, el corazón o el espíritu de la juventud; o de aquellos libros que inducen los espíritus débiles y crédulos a toda especie de quimeras. Todas las obras de esta especie cuando más pudieran formar objetos de curiosidad.

El conocimiento de los manuscritos pertenece también al de los autores. La crítica los da a conocer y enseña la manera de distinguir la edad y la autenticidad, a leerlos, entenderlos y hacer uso de ellos. [...]


Generalmente se llaman también biografías aquellos libros que contienen la vida, la historia y las acciones de los hombres ilustres qne no fuesen reyes o soberanos, particularmente los que tratan de los sabios célebres y de sus obras y a veces también de la vida de los santos. Este nombre resulta compuesto de dos voces griegas, de las cuales la primera significa vita, y la segunda scribo, pero todavía no está muy recibido, ni tiene un uso muy común en la lengua francesa. Estas biografías de los literatos más famosos son muy útiles para adquirir el conocimiento de los autores. Por lo regular, contienen anécdotas muy curiosas y otras cosas que sería imposible referir en una grande historia que no permitiera relaciones circunstanciadas de esta especie. En Inglaterra se han escrito y publicado muchas que divierten tanto como instruyen.

¡Cuán bueno fuera que la lectura de dichas biografías, de estas vidas de los sabios ilustres pudiesen servir de estímulo a los bellos talentos para que se aplicasen más y más en la carrera de las Letras! [...] La avaricia de la mayor parte de los libreros es la principal causa de la esterilidad de autores excelentes.

Pero ningún vicio lleva tanto el castigo consigo mismo como la indicada codicia. La medianía de fortuna en que viven la mayor parte de los literatos no les deja trabajar solamente por su gloria. Los laureles de Apolo mantienen mal a una familia numerosa. Este es el verdadero origen de donde dimanan tantas obras medianas, escritas y pagadas por hojas, que llenan los almacenes de los libreros, inundan las bibliotecas, y finalmente arruinan a los editores. ¡Augustos soberanos, árbitros en la tierra de la suerte de los humanos, en vuestros estados nacen hombres grandes, talentos raros! Mientras viven los dejáis en la medianía, y regularmente en la indigencia, que es mas todavía, y a veces consentís que mueran de hambre. Cuando la muerte los arrebata querríais poderlos resucitar al mundo, quisiérais hacerlos inmortales con arrepentimientos, elogios públicos y estatuas. ¡Bella recompensa! ¡Estímulo magnífico! ¡Pero os castigáis a vosotros mismos porque careciendo de vasallos doctos, careceréis de gloria!

 

CAPÍTULO XXIV
Digresiones. Sobre la Crítica

Ningún sabio lo ha leído todo, ni conoce tampoco los títulos de todos los libros que se han escrito, ni ningún mortal pudiera pretender tener un juicio bastante exacto y universal, ni luces y conocimientos para poder juzgar bien y sin engañarse jamás en todas las materias, de todos los autores y obras. Así que será muy ventajoso y necesario que en el mundo haya sabios laboriosos y juiciosos, que a aquellos que se aplicaran a los estudios les dieran a conocer los libros de todas las edades y naciones que merecieran ser conocidos y envolviesen un juicio sabio, ilustrado, imparcial y capaz de realzar el de los otros. Esta especie de sabios se llaman literatos, o más bien críticos, y su trabajo «el arte de la crítica» o la «Crítica», por lo que dicha arte comprehende la capacidad, el discernimiento y gusto que fuesen necesarios para juzgar sanamente, fuese de la materia o sobre el asunto del texto, del sentido, del estilo y lenguage de un libro o de otra obra de espíritu. Tal fue la ciencia de los Escalígeros, Erasmos, Gesneros, Justo-Lipsios, Casaubones, Saumaises, etc.


En otro sentido, entendemos también por crítica la censura que se hace de una obra o de su autor, el cuidado maligno que se toman en notar los defectos o publicar las faltas o inadvertencias. Este arte es muy inferior al primero, en el cual pudieran sobresalir los espíritus medianos, cuyo principio está muy arrimado a la maldad, porque siempre que la crítica no fuese muy justa, se convertiría en temeridad y resultará insípida e impertinente cuando el crítico no tuviese una razón de evidencia pues, según M. de San Real, a nadie le es lícito insultar a un autor sobre un defecto dudoso y ambiguo. No me acuerdo de haber leído en mi vida más que una buena crítica de esta especie, que es la que publicó la Academia francesa sobre el Cid de Corneille, la cual pudiera servir de modelo a todas las demás por la exactitud, el discernimiento, el método y la urbanidad que reinan en ella y por todo lo que contiene de ínteres e instrucción [3]. ¡O zoilos, este es el modo como deberíais criticar una obra! ¿Pero los zoilos tienen espíritu, por ventura, para criticar de esta manera? Serán muy raras las ocasiones en que fuera lícito a un verdadero sabio sacar y publicar los errores de un libro que fuesen dignos de reprehensión y jamás podría resolverse contra la persona del autor. De lo contrario no resultarían críticas instructivas, sino sátiras injuriosas y libelos odiosos.

Volvamos a las críticas sabias de la primera especie. Todos los libros son antiguos o nuevos, esto es, o fueron publicados en los tiempos pasados, o los arrojó la prensa en nuestros dias. Así que, para haber el conocimiento de las obras antiguas y modernas, será preciso renunciar a las obras de los críticos, literatos, historiadores, a las que trataran de artes y ciencias, y a los catálogos llamados bibliotecas. Los diarios literarios dan a conocer también los libros nuevos que comparecen continuamente en la República de las Letras.

  1. Le Cler publicó en 1697 su Ars critica, libro considerado una teoría de la filología.
  2. Gottlieb Stolle (1673-1744) fue un erudito alemán.
  3. El Cid de Corneille dio lugar a una intensa discusión en la Academia francesa a propósito de la transgresión observada de las reglas dramáticas. Participaron en la discusión Georges de Scudéry y Chapelain.