Obra dedicada por el autor, el alemán Barón de Bielfeld (1717-1770), a la juventud estudiosa. Concebida en principio como un compendio, constituye un sistema de erudición universal en el que, sin embargo, se recomienda la elección de una materia en función de las inclinaciones y capacidades de cada cual. Organiza el sistema de las disciplinas explicando el carácter y naturaleza de cada una de ellas y dando las directrices generales para su entendimiento, de forma enciclopédica. Por ello, el traductor español considera que la obra prescribe el método más idóneo para instruirse y alaba el tratado por ser el compendio más completo en su género.
El texto original en francés se publicó en 1767 con el título de Les premières traits de l'erudition universelle (Leide: Jean, Luchtmans) y en Berlín con el título ya reducido de L'éruditionuniverselle ou analyse abrégée de toutes les sciences, des beaux-arts et des lettres en 1768. Al menos existe una edición en inglés titulada The Elements of Universal Erudition, Dublin: H. Sauders, J. Pott, D. Chamerlaine et alii, 1781, 2 vols.
Cada tomo analiza una serie de disciplinas ordenadas en ciencias que ocupan el espíritu (Tomos I y II); partes de la erudición que dimanan del genio (Tomo III) y ciencias que ejercen la memoria (Tomo IV).
El tomo I se inicia con un capítulo introductorio general en el que explica, siguiendo literalmente a los enciclopedistas, en qué consiste la erudición y sobre las dificultades inherentes al hecho mismo de querer abarcarla de forma universal. Dedica el volumen a la Teología, la Jurisprudencia, el Derecho y la Medicina.
Descripción bibliográfica
Bielfeld, Barón de, Curso completo de erudición universal o Análisis abreviada de todas las ciencias, buenas-artes i bellas-letras. Escrito en francés por el Barón de Bilefeld, i traducido al castellano. Tomo I. Que trata de las ciencias que ocupan el espíritu, Madrid: Viuda de Ibarra, 1802.
4 vols., T. I, 4 hs., 312 pp.; 8º. Sign: BNE 2/89600.
Pensamientos sobre la Erudición en general para que sirvan de introducción de toda la obra
Por la palabra erudición, tomada en el sentido más vasto, entendemos el conocimiento de todas las cosas posibles. Esta definición, aunque vaga, no deja de ser muy justa. Cuanto más se multipliquen los conocimientos del hombre, resultará tanto más erudito. La misma Escritura, para darnos idea de la ciencia de Salomón, dice que este sabio conocía desde el cedro hasta el hisopo. Todas las artes útiles, todos los oficios, todas las ciencias, hasta las más frivolas se hallan comprendidas en esta idea general de la erudición.
Pero no tratamos de extender nuestras ideas sobre un campo tan vasto. En el espíritu de esta obra, por la palabra erudición comprendemos solamente la reunión de todas las ciencias y artes liberales, de las cuales nos proponemos hacer una breve y sucinta análisis. La multitud de objetos que se presentan a nuestras investigaciones en una materia de tanta extensión, no puede menos de empeñarnos en un trabajo muy considerable, porque se hace preciso estudiar una ciencia en su mayor extensión para poder dar un compendio de ella.
No ignoramos los respetables nombres de los que nos han precedido en esta carrera. Pero, lejos de desanimarnos este conocimiento, nos sentimos inflamados de la más digna emulación para prometernos el mismo fin que consiguieron con sus trabajos tan ilustres rivales. Al público toca coronar con su aprobación nuestros comunes esfuerzos. No pretendemos otra preferencia que la de agradarle con nuestro celo y por la utilidad de esta empresa. Nos acordamos haber leído excelentes libros que enseñaban el camino que debía seguir el que quisiese estudiar las Bellas Letras, o algunas ciencias particulares, pero no conocemos ningún sistema completo que las abrace todas y las presente con cierto orden regular por un solo aspecto.
No será difícil de prever que el análisis de cada ciencia habrá de ser muy corta y nos costará reconcentrar nuestras ideas. El extenderlas sería sin duda un trabajo menos penoso y más brillante, pero no tratamos tanto de brillar como de instruir con nuestras tareas literarias y, para enseñar con fruto creemos necesaria la concisión. Nuestra memoria tiene sus límites y no es capaz de retener grandes volúmenes. Por esta razón no nos atrevemos a sembrar esta obra de muchas reflexiones, ni adornarla con los ornatos y galas del estilo. Otra pluma más elegante sería necesaria para robar a Venus su cinturón y vestir a Minerva. Por demasiado felices nos tendríamos si tuviésemos la fortuna de presentar algunas rosas a nuestros lectores entre las espinas que erizan las ciencias, principalmente las exactas.
El primer embarazo con que tropezamos es el orden que hemos de guardar en nuestro sistema. Para desenmarañar este caos de la erudición universal, se hace necesario seguir un orden regular en el desenredo y colocar cada conocimiento humano en la clase a que perteneciese naturalmente. Esta división tiene algunas dificultades entre los sabios. Unos han dividido las ciencias en necesarias, útiles, agradables y frívolas. Entre las necesarias comprehendieron, por ejemplo, la Teología, la Jurisprudencia, la Medicina; entre las útiles, la Historia, las diferentes partes de la Filosofía y las Matemáticas; entre las agradables, la Poesía, la Elocuencia y las Buenas Artes en general; finalmente entre las frívolas, la Astrología, la Alquimia, la Quiromancia, etc. Por muy natural que parezca esta división, no estamos enteramente satisfechos de ella, por lo que no hemos podido resolvernos a seguirla. El estudio de una ciencia que pareciese frívola a unos, pudiera ser agradable, útil y tal vez necesaria a otros. Los límites de los grados de utilidad en los conocimientos humanos, no han sido determinados con igualdad por todos. Estas graduaciones forman unas mezclas de colores que son muy fáciles de confundir. Además de esto, cada uno cree que su ciencia favorita es la mas útil y agradable. Sin embargo, no tratamos de erigirnos en dictadores del Parnaso para determinar las clases de las ciencias y fomentar disputas sobre el orden de ellas.
Otros dividieron la erudición general en tres partes. En la primera, comprendían las lenguas y las Humanidades; en la segunda, las ciencias preparatorias, como la Filosofía, la Historia, etc., y en la tercera las ciencias que llamamos superiores, a saber, la Teología, la Jurisprudencia y la Medicina que los profesores ensenan en sus cátedras. Esta segunda distribución nos gusta menos todavía, porque no presenta divisiones claras, distintas y exactas.
Muchos pretendieron dividir también las ciencias, según los diferentes grados de certidumbre de ellas. Generalmente hablando, suponían tres grados de certeza en las ciencias: 1º. la certidumbre matemática o demostrativa; 2°. la filosófica que da una evidencia determinada por los límites del espíritu humano; 3°. la histórica que se funda sobre testimonios auténticos y en relaciones dignas de fe. Estos tres grados de certidumbre son muy reales y es preciso echar mano de ellos en el examen de toda ciencia. Sin embargo, no creímos que debíamos seguir esta división en la distribución de nuestro sistema, porque pudiera invertir el orden establecido en la República de las Letras. Es observación digna de notarse que las ciencias preparatorias son susceptibles de mayor grado de evidencia que las ciencias que llamamos superiores. Las Matemáticas, por ejemplo, la Física y la Anatomía están fundadas en demostraciones y estas ciencias nos sugieren los conocimientos auxiliares que requiere el estudio de la Medicina, la cual se halla envuelta de nubes, sin más certidumbre que la problemática. La Moral, el Derecho natural y algunas otras ciencias, son preparatorias para la Jurisprudencia. Las primeras se fundan en pruebas sacadas de un raciocinio filosófico, por cuyo medio adquieren buen grado de verdad. La segunda no tiene otro principio que la voluntad de los legisladores, cuyas leyes suelen contradecirse, por lo que apenas se la puede conceder la certidumbre histórica. Lo mismo diremos de la Teología, la cual está fundada sobre la Revelación y esta en la fe. Según esta división, sería necesario separar algunas ciencias de la clase que habían ocupado hasta aquí, pero no se trata de degradar a ninguna de ellas, todas tienen su mérito y su utilidad en el mundo donde son muy respetadas.
La división de la erudición en Ciencias y Bellas Letras no sería inteligible en todos los idiomas. Los escritores franceses no están acordes sobre las ciencias comprendidas bajo el nombre de Bellas Letras. Unos llaman Bellas Letras al conocimiento de los poetas y oradores; otros han sostenido que las verdaderas Bellas Letras son la Física, la Geometría y las ciencias sólidas. M. Rollin en su tratado sobre el método de estudios formó un caos muy extraño. Este sabio vertió en dicho escrito todo lo que constituía el fondo de su espíritu, esto es, cuanto sabia, la Historia sagrada y profana, una larga disertación sobre el gusto de la sólida gloria y de la verdadera grandeza, y otras cosas semejantes que parecían muy extrañas de aquel asunto. Pero este tampoco es un sistema digno de seguirse. Es necesario presentar ideas más distintas y nociones más claras a los lectores.
Cuando reflexionamos sobre la naturaleza de nuestra alma, creemos que desenvolvemos tres facultades distintas entre sí, independientemente del sentimiento y de la voluntad que no entran en dicha discusión. Estas son el espíritu, el genio y la memoria. El espíritu examina, critica, juzga, reflexiona. El genio crea, produce, inventa. La memoria retiene y refiere lo que hubiese retenido. Toda las ciencias, todas las artes parece que pertenecen exclusivamente a alguna de estas tres facultades. Esta consideración nos las hará distribuir en tres clases, por lo que dividiremos la obra en tres libros:
El primero contendrá las ciencias que ocupan el espíritu.
El segundo las que provienen del genio.
Y el tercero las ciencias que ejercitan la memoria. [...]
Sin embargo, no quisiéramos que nos creyesen adictos a la opinión de que cada ciencia y arte, consideradas por ciertos respetos, no ocupan todas las referidas facultades del alma, ni tampoco diremos que, para ser buen orador, bastaría el genio y no serían necesarios el espíritu y la memoria. Estamos muy lejos de adoptar un error semejante, pero supondremos con mucha razón que el genio es el primer principio de la elocuencia, que la memoria le presenta imágenes y que el discernimiento las examina y elige de ellas las que mejor le parecen. No hay duda que estas dos facultades contribuyen a formar un buen orador, pero accesoriamente, por lo que la elocuencia y las ciencias que de ella dimanan se hallarán colocadas en la clase del genio.
Para adelantar en una ciencia, fuese la que fuese, o sobresalir en ella es necesario el gusto, sin el cual el estudio de ella sería árido, seco, pedantesco y desagradable por más conocimientos que se adquiriesen. Este gusto es un don de la naturaleza, fundado en un feliz golpe de ojo, en un tacto fino y sutil, en las relaciones exactas, en las justas proporciones y en los atributos que fuesen convenientes a cada objeto. No todos han recibido este presente del cielo, pero los que profesan las ciencias deberán obrar como si lo hubiesen merecido o pudieran conseguirlo a fuerza de reflexión y estudio. Cada uno puede formarse el gusto y perficionar el que poseyese.
Sobre el título de esta obra diremos más que una palabra. En esta parte deberemos confesar que nos hemos visto muy embarazados. La hubiéramos podido intitular la «Ciencia universal», pero temimos que pareciese demasiado fastuosa la expresión. Si en dicho título hubiésemos puesto la palabra Enciclopedia o Enciclopédica, hubieran podido imaginar que queríamos usurpar los trabajos de otros autores muy respetables o caminar sobre sus huellas. No hemos tenido otra guía que la verdad: lo verdadero nos ha servido de brújula y vivimos persuadidos que intitulando esta obra, los «Primeros rasgos de la Erudición universal», designamos sin ostentación lo que contiene, por lo menos el referido título corresponde a la idea del libro.
Cada vez que entramos en una biblioteca, vemos hacinados millares de volúmenes en sus estantes: cuando consideramos la vida de un literato, advertimos que su lectura pudiera extenderse a muchos centenares de tomos en folio. ¿Qué sería, pues, si se reuniesen en compañía doce sabios con el fin de extender las ideas de este compendio, lo aumentasen, por ejemplo, a doce volúmenes en 4º, formasen un cuadro más vasto de todas las ciencias? ¿No creeríamos que el estudio de semejante obra podría formar al hombre erudito, ahorrar muchas fatigas a la juventud aplicada y laboriosa y los infinitos trabajos que suele acarrear un estudio infructuoso y costoso? Pero no tratamos más que de trazar las primeras líneas; solo daremos la simple idea de un escrito de esta naturaleza.
Sin embargo, se nos permitirá una advertencia que parece esencial. Los grandes genios por lo regular no tienen necesidad de sistema, ni tampoco les es necesaria la instrucción para aprender las ciencias. No necesitan más que estudiar las lenguas y tener buena vista para poder leer. Lo demás se forma en su mente y siempre adelantan más sus conocimientos que los que estudian las indicadas ciencias por oficio o aplicación, si cabe decirlo así. Los primeros adquieren la ciencia por medio del raciocinio; los segundos, por el auxilio de la memoria. Aquellos se acostumbran a meditar y combinar, pero los últimos no aciertan a pensar sino con sus maestros. Unos adquieren los conocimientos desde sus mismos gabinetes y los otros tienen que ir a las escuelas y academias en busca de ellos, y no siempre suelen adquirirlos. Pero los hombres de espíritu son muy raros, y entre ellos todavía más los grandes genios. Si parásemos la consideración conoceríamos que la aplicación era necesaria a toda clase de gentes y que en la sociedad habia de haber un gran número de literatos. Muchas de las ciencias están consagradas precisamente a ciertos oficios y a determinadas profesiones, y las teorías de ellas no fueron escritas sino para utilidad de los mismos profesores, por lo que esta clase de libros se han publicado para guiar a cada uno en su carrera. Los que se dedicasen a este género de estudio, no dejarán de compensar con su gratitud el trabajo a los autores. Hasta los mismos genios puede que hallen y reconozcan en esta obra algunas luces que les ahorren trabajos y fatigas por todos lados.
Concluiremos con el lector. Hubiéramos podido ampliar los límites de esta obra y darla un aire más docto, si hubiésemos tenido por conveniente insertar los nombres de los autores más célebres que han escrito sobre cada asunto en particular. Pero esta especie de citas hacen envejecer a un escrito antes de tiempo. La manufactura de los libros está siempre en actividad y, según Salomón, durará hasta el fin de los siglos. Los autores que son más leídos y consultados en el día van perdiendo insensiblemente su reputación y hacen lugar en la República de las Letras a los nuevos escritores que, edificando sobre sus huellas y aprovechándose de sus descubrimientos, encarecen su trabajo a costa de las ideas de sus predecesores, pero se van acercando más y más a la perfección con las nuevas luces que añaden.
Sin embargo, en la mayor parte de ciencias hay algunos autores clásicos que figurarán probablemente hablando mientras durase su lenguaje, de los cuales haremos mención en el capítulo que tratará de los buenos libros. Pero sembrar una obra de citas de autores modernos, es atraer al escrito el mismo inconveniente que experimentan los retratos que se sacan con trajes de moda. Las modas pasan y el retrato envejece por el traje que viste, por lo que se manda al guarda joyas que lo recoja y reserve, por mucho mérito que tenga. Y como quisiéramos que la obra que publicamos no corriese igual suerte, hemos procurado no darla un mérito momentáneo ni ningún carácter pasajero.
Falta preguntar todavía si habremos olvidado alguna cosa. Pues qué ¿no nos habíamos de haber equivocado, ni engañado jamás en la discusión de tantas materias como comprende esta obra? No puede menos: alguna vez habremos callado las cosas con designio de omitirlas, pero en otra se nos habrán escapado sin conocerlo, porque los límites del espíritu humano y los de la memoria son muy cortos. Sin embargo, por lo que mira a los errores involuntarios que pudiéramos haber cometido, será fácil advertir que, a excepción de los escritores sagrados, todos los demás que hubiesen escrito obras desde la creación del mundo hasta nuestros días se han engañado también repetidas veces, aun cuando no hayan tratado más que de un asunto. ¿Y por qué me había de libertar yo de semejantes yerros habiendo tenido valor para publicar un escrito que reúne en sí todas las materias? No soy infalible, ni tengo la demencia de reputarme por tal. Pero, lector, tú serás feliz si supieses mejor que yo las cosas. Mi declaración es sincera. Nec mihi si aliter sentias molestum.
CAPÍTULO III
La Exégesis y la Hermenéutica
La palabra exégesis viene del verbo griego que significa «referir, explicar»; el nombre hermenéutica de la otra palabra griega que quiere decir «escudrinar» y tomándola figuradamente «desentrañar, interpretar». Los sabios, principalmente los teólogos, se sirven de estas voces, ya como sinónomos para designar la misma cosa, ya para expresar una pequeña diferencia entre dos disciplinas, por no haber sinónomos perfectos. Por la palabra exégesis entendemos «la ciencia de entender y comprender en su verdadero sentido el texto original de la Sagrada Escritura» y por el de hermenéutica «el arte de explicar e interpretar a otros los Libros sagrados» [1]. Esta distinción es tan sutil que casi resulta frívola. En el fondo vienen a ser una misma ciencia: la una no es más que aplicación de la otra, por lo que nos resolvemos a combinarlas.
[...]
El que quisiese interpretar una obra felizmente, fuese la que fuese, deberá considerar el espíritu con que hubiese sido escrita, reflexionar sobre las intenciones y el fin de su autor y examinar en qué tiempo, lugar y para qué pueblo había sido escrita. Todas estas consideraciones son necesarias, principalmente cuando se tratase de explicar las Sagradas Escrituras, sin contar con las demás reflexiones que pudiese sacar de su propio fondo en todos estos objetos. Los excelentes comentarios que tenemos sobre la Biblia, en cuyo trabajo se han exercitado los mejores talentos de todos los siglos, pudieran servir de guías en esta parte. Las Historias críticas suministrarán un gran número de auxilios y derramarán luces admirables. Unas ideas claras, la penetración de espíritu y un juicio sano suplirán lo demás.
CAPÍTULO IV
La Crítica sagrada
Como los autores y los profesores que tratan de la Teología, regularmente hacen mención de la Crítica sagrada, no podremos prescindir de dar a entender la conexión que tiene con la Exégesis y la Hermenéutica y en qué punto viene a formar una ciencia o doctrina separada. La crítica en general en el fondo no es otra cosa que una parte superior de la Gramática, a saber, cierta especie de Gramática razonada, fundada sobre la reflexión y en las reglas de la lengua, pero se sirve de los auxilios de otras ciencias, como de la Historia, de la Cronología, de las Antigüedades, etc. para hallar y determinar el verdadero sentido de un pasaje oscuro o equívoco. La Crítica sagrada solo se diferencia por su objeto, adopta todas las reglas, pero añade otras que deducen su origen y principios de la lengua particular en que fue escrito el nuevo Testamento y de la naturaleza, esencia y calidad de su Autor divino en la Biblia en general. En esta parte tiene íntimo enlace con la Exégesis.
Pero si se quisiese considerar como un estudio separado, pudiéramos decir que es la ciencia que se ocupa en examinar las circunstancias exteriores de la Sagrada Escritura, por ejemplo, el tiempo en que hubiese sido escrito cada libro, cuál fue su autor, la exactitud y dificultad del texto, la distinción de los libros canónicos de los apócrifos, y otras muchas cosas de esta especie. Para dar a entender mejor todavía de qué manera y con qué precauciones procede la Crítica sagrada en sus operaciones, referirémos algunos objetos que son de su jurisdicción.
[...]
La Crítica sagrada se ocupa también en conocer los principales y más célebres manuscritos tanto del mismo texto sagrado como de las traducciones y en saber discernir la letra o la mano y los caracteres esenciales que distinguen el verdadero original de los contrahechos. Finalmente se aplica al conocimiento de las mejores ediciones modernas de la Biblia, por ejemplo las Políglotas, entre las cuales las de Londres del año de 1653 y 1655 son las mejores. La introducción de Walton que se halla al principio de las indicadas ediciones derrama muchas luces en punto de Crítica sagrada.
(Nota del autor) La Exégesis es una especie de Gramática racionada; la Hermenéutica el arte de interpretar los pasajes enteros de la Escritura.