La Poética de Ignacio de Luzán (1702-1754) vió la luz en la prensa zaragozana de Francisco Revilla en el año de 1737. Se trataba de una obra novedosa en España con cuyo estilo claro y sencillo transmitía el conocimiento las reglas de la poesía mediante una explicación metódica y una instrucción erudita. Además, su importancia radicaba en tratarse de un discurso que reintroducía en el debate literario español la renovación de los principios clásicos.
El origen del texto, según narra su propio hijo, se encuentra en unos Ragionamenti sopra la Poesia, que Luzán leyó en 1728 en forma de seis discursos ante la Academia del Buon Gusto que celebraba el canónigo Pantó en la ciudad de Palermo. Italia estuvo muy presente en la vida y obra de Luzán. Entre 1715 y 1733 estuvo en Génova, Milán, Palermo y Nápoles participando en la vida literaria y cultural de la época. Tal influencia se dejará sentir en su Poética y en la formación clsicista recibida, tanto que, para algunos críticos, sus fuentes son más italianas que francesas como, sin embargo, le reprocharon algunos de sus contemporáneos.
La Poética de Luzán, a pesar de las críticas que recibió en el Diario de los literatos, fue reconocida como un tratado fundamental para el estudio del arte poética, pues su aparición coincidía con el enfrentamiento y la transición entre quienes sostenían todavía los principios estético-doctrinales del Barroco, posicionados contra las limitaciones clasicistas, y quienes, amparados institucionalmente por academias, tertulias y diarios, apelaban a la autoridad de los autores grecolatinos para reconstruir la literatura nacional siguiendo los criterios del buen gusto.
La Poética surge como resultado del compromiso de Luzán con el aristotelismo tradicional y los planteamientos derivados del racionalismo filosófico que, por otra parte, estaban ya superados en Europa. No obstante, su Poética supuso «un gran viraje filosófico», como señala Russell P. Sebold, en el que se superponían modelos en cierta medida irreconciliables como eran la adquisición del conocimiento mediante el racionalismo cartesiano deductista y, en contraste, con el inductismo de Francis Bacon y con cierto sensismo lockiano, si bien este no está tan presente en su obra como en algunos críticos europeos de la época. El criterio forjado por este sincretismo doctrinal permite obtener un perfil de Ignacio de Luzán en el cual el respeto a la autoridad grecolatina y el reconocimiento de los talentos modernos del seiscientos italiano y español dan coherencia a la compilación de normas de composición que constituye La Poética.
Tras su primera aparición, un aparente silencio acompaña la sombra de esta obra que, no obstante, favoreció la constitución de un nuevo gusto y doctrina estéticas denominado «nuevo clasicismo español». Su efecto determinante en la configuración de la estética y el gusto favoreció que el nombre de Luzán y su Poética se convirtieran en referente constante de autorizada opinión en favor de la regulación del arte conforme a los principios universales del aristotelismo.
Desde el año de 1737 las prensas ofrecían proyectos de poética literaria como el de Antonio Burriel Compendio del Arte poética (1757). Asimismo, se tradujo en 1770 El sublime de Longino, a cargo de Manuel Pérez Valderrábano, y en 1777 Tomás de Iriarte ofreció su traducción al Arte Poética de Horacio, entre otros significativos textos de teoría poética, amén de la viva actividad crítica que atestiguan las cartas y discursos que por cientos aparecían en las gacetas, diarios y correos literarios. Las mencionadas obras de poética surgieron, con mayor o menor evidencia, de la labor teórica de Luzán, como es el caso del padre Burriel, una labor que parece reconocerse con la nueva edición de 1789.
No obstante, como explica Rinaldo Froldi, la transcendencia de esta edición no fue tanta. Cuenta Froldi que en 1807 Quintana sostuvo que la Poética fue poco leída en los años sucesivos a su publicación y que «por de pronto su influjo en los progresos y mejora del arte fuese corto, o más bien, nulo» y que, años más tarde, Leandro Fernández de Moratín confirmara perentoriamente: «Su Poética impresa en el año de 1737, no se leía en el de 1760» (p. 289).
La Poética de 1789 contiene, ciertamente, texto nuevo y original del propio autor, aunque no altera ni modifica las convicciones poéticas de Luzán que se reciben, cuanto menos, más arraigadas en un gusto propiamente clasicista y nacional. Defiende con convicción que los autores españoles del siglo anterior, faltos de conocimiento del arte, no lograron por ello alcanzar las cotas de otros escritores europeos. Lo explica así en el «Proemio»:
Supuesto, pues, que en España no falta, ni han faltado, ingenios capaces de la mayor perfección, ni aquel furor y numen poético al cual se debe lo más feliz y sublime de la poesía, sin duda alguna lo que ha malogrado las esperanzas justamente concebidas de tan grendes ingenios, ha sido el descuido del estudio de las buenas letras, de las reglas de la poesía y de la verdadera elocuencia (pp. 6-7).
Para Luzán, el estilo agudo y conceptuoso del Barroco acabó con la buena memoria de los poetas españoles más insignes. Son sus palabras:
Fue creciendo este desorden son que nadie intentase oponérsele. Los ignorantes, no teniendo quien les abriese los ojos, seguían a ciegas la vocería de los aplausos populares y alababan lo que no entendían, sin más razón que la del ejemplo ajeno. Los doctos, que siempre son los más pocos, o no osaban oponerse a la corriente o no querían, juzgando inútil cualquier esfuerzo contra la multitud ya preocupada e impresionada (pp. 7-8).
En este sentido, su Poética responde a la ausencia de tratados de preceptiva herederos de Aristóteles compuestos en el siglo XVIII español. Los daños que, a su juicio, ha causado en todos los géneros literarios el abandono de los preceptos de la perfecta poesía le motivaron a emprender la composición de su tratado:
[...] Es mi intención dar en ella un entero, cabal y perfecto tratado de Poética, donde el público, a la luz de evidentes razones, reconozca el error y el deslumbramiento de muchos que de más de un siglo hasta ahora han admirado como poesía divina la que la censura de los entendidos y desapasionados está muy lejos de serlo (pp. 10-11).
Propone una presentación metódica de las reglas de la poesía junto con comentarios sobre los aciertos y errores de los poetas que menciona con el único objeto de desterrar el gusto por las composiciones no regulares y por los autores menos conformes con el sentido clásico o clasicista del arte:
Los que quieran aplicarse al estudio de esta facultad, hallarán juntos con método y claridad los preceptos de los mejores maestros, verán distintamente expuestos a buena luz los primores y aciertos de los poetas más ilustres y finalmente, como quien despierta de un profundo sueño o como quien se desvenda los ojos, conocerán claramente los errores de aquellos poetas a quienes hacían antes tanto aplauso. Y de esta manera, vueltos en su acuerdo, harán justicia al mérito de los buenos poetas y más estimación y apreció de sus obras. Y si después quisiere alguno ejercitarse en las reglas ya aprendidas, veremos rejuvenecer la poesía española y remontarse a tal grado de perfección que no tenga la nuestra que envidiar a las demás naciones, ni que recelar de sus críticas que el verdedero mérito convertirá en aplausos (p. 11).
La edición de 1789 consta de dos volúmenes. El primero comienza con una nota que Antonio de Sancha consideró apropiado incorporar ―«El editor a los lectores» (pp. I-IV)― para dar a conocer la razón de esta nueva edición de la Poética de Ignacio de Luzán. El famoso impresor da cuenta de la labor de edición, de la colaboración con don Eugenio de Llaguno y Amírola, así como de la historia del texto. A continuación se incluye una extensa biografía redactada por su hijo, el canónigo don Juan Ignacio de Luzán, titulada «Memorias de la vida de D. Ignacio de Luzán» (pp. V-LIV), donde realiza un repaso de la vida, la obra, y el carácter del autor. También se incorpora al paratexto el «Prólogo de la primera edición» (pp. LV-LX).
A continuación, procede con el estudio de la poesía dividido en dos libros: «Del origen, progresos y esencia de la poesía» y «De la utilidad y del deleite de la poesía». En el primero, comienza con un relato histórico acerca de los oríegenes de la poesía, incluida la poesía en lengua vulgar, donde repasa las etapas y autores más representativos de la lírica y la prosa castellana, la poética de esta poesía y los autores que de ella han tratado y reflexiona sobre los antiguos poetas y los modernos. Después se adentra ya en la definición de la poesía y en el concepto de imitación, en el objeto de la misma y en la diferenciación entre la imitación universal y la particular, esgrimiendo en el capítulo X las razones por las que ambas deben admitirse. Concluye el primer libro con los modos de la imitación poética y su finalidad.
El libro segundo explica la razón de ser de la poesía y su finalidad, tanto en términos generales como en relación a los diversos géneros. Defiende que la poesía es un medio de instrucción de los lectores en las diversas materias de que trata (capítulo III) y explica en qué consiste el deleite poético y sus principios, belleza y dulzura (capítulos IV, V, VI, VII), y analiza también la idea de verdad poética (capítulo VIII) y el concepto de verosimilitud (capítulo IX). Continúa explicando cómo se logra la belleza a través del artificio poético (capítulos X, XII) y cómo encontrar la materia que conviene a la poesía (capítulo XI), las imágenes y su proporcionalidad (capítulos XIV, XV, XVI), la importancia del ingenio y sus relaciones con el juicio (capítulos XVII, XVIII), los estilos (capítulos XIX, XX), la locución poética (capítulo XXI), la métrica y la rima (capítulos XXII, XXIII, XXIV), concluyendo con esta información general el primer volumen.