El segundo de los volúmenes de la edición de La Poética de Ignacio de Luzán, publicados en 1789, contiene los libros dedicados a estudiar los géneros dramático y épico. Así, el libro tercero se titula «De la tragedia y comedia, y otras poesías dramáticas» y el libro cuarto, «Del poema épico».
El estudio de la poesía dramática comienza con un capítulo relativo a la historia de la poesía dramática española: «De la poesía dramática española, su principio, sus progresos y estado actual» (pp. 3-45). La posición de Luzán queda bien expresado en sus conclusiones:
Reflexionando ahora sin preocupación el principio, progreso y estado actual de la poesía darmática entre nosotros, y sus dos clases, que yo distingo en antigua y moderna, se verá que la antigua es la que únicamente ha tenido séquito en España y que la moderna, esto esm la que se funda en las reglas que nos dejaron Aristóteles y Horacio, no ha sido recibida ni practicada en nuestros teatros, aunque algunos nacionales hayan escrito sobre sus reglas, insinuado o aprobado algunos de sus preceptos, escrito algunas tragedias o comedias con intención de observarlos y hecho crítica juiciosas o sátiras del desarreglo general (pp. 43-44).
En ese mismo capítulo reproduce el Arte nuevo de Lope de Vega, de cuya lectura extrae el convencimiento de que «el Arte mismo de Lope es el más abonado testigo en favor de la buena poética y una solemne condenación de la antigua dramática de España» (p. 64). No le acusa de ser el corruptor del teatro porque entiende que el teatro del siglo XVII carecía de reglas y no se puede desarreglar lo que nunca estuvo reglado (p. 64).
Tras este recorrido histórico nacional, Luzán se adentra en el estudio del género trágico comenzando por aclarar su origen, progresos y definición (pp. 70-79). Continúa con el capítulo sobre la fábula en general y la dramática en particular, las condiciones que ha de cumplir, las explicaciones acerca de las tres unidades y, siguiendo el orden aristotélico de lo cualitativo a lo cuantitativo, prosigue con la tipología de la fábula y con su estructura interna, esto es, el enredo y la solución. Dedica también un capítulo al estudio de las pasiones trágicas (capítulo XI, pp. 165-175) y a las costumbres (capítulo XII, pp. 175-198).
En este sentido, considera esencial que se disponga de examinadores eruditos y entendidos en las reglas de la poesía que lean las obras antes de ser representadas «y, según el dictamen de estos examinadores, se manden quemar las que sean del todo malas, concediendo al teatro solo las buenas o, a lo menos, aquellas cuya utilidad compense abundantemenre el daño que de ellas se pueda recelar» (p. 198). Concluye los capítulos dedicados a la tragedia analizando la sentencia y locución que le convienen. No obstante, no se olvida del aparato teatral y de la música (capítulo XIV, pp. 204-209).
A continuación, se adentra en explicar la naturaleza de la otra especie de obra dramática, la comedia. Incluye un capítulo, el XVII, en el que explicita los defectos más comunes de nuestras comedias (pp. 236-251) con la intención de convencer a los más reacios de los errores en los que ha incurrido el teatro cómica español. Finaliza el lirbo dedicado a la poesía dramática explicando en qué consisten otras especie dramáticas, como la tragicomedia, las églogas, los dramas pastorales y los autos sacramentales.
El libro IV se destina a la poesía épica. Sigue la misma estructura: definición, fábula (con comentarios específicos sobre las fábulas de Homero y Virgilio), calidades y requisitos que debe cumplir la fábula épica, los episodios, las costumbres, la condición del héroe y del resto de los personajes que deben aparecer en este poema, explicaciones acerca de las máquinas o deidades y sus partes cuantitativas, con lo que finaliza tanto este último libro como la Poética en su conjunto.
