Tras unas palabras de «La traductora», Josefa Amar y Borbón, el tomo III de la segunda parte del Ensayo principia con el «Prólogo apologético». Dos son los objetivos de dicho prefacio. El primero se desprende del adjetivo del propio título: defender su obra de los ataques de otros autores. El segundo, tratar el origen del Ensayo.
Por un lado, Lampillas se encarga de proteger su obra de las invectivas de algunos autores italianos, tanto de nombre conocido como anónimos. Aunque lo cita, no se encarga de Tiraboschi en el mismo grado que en tomos anteriores, sino que dedica sus esfuerzos a Saverio Bettinelli, a las cartas que intercambia con Clementino Vannetti y a algunos autores anónimos de epístolas y de reseñas publicadas en la Continuazione del Nuovo Giornale de’ letterari d’Italia o en el Giornale enciclopedico, censurando sus aportaciones. A Tiraboschi se refiere a propósito de haber incluido en su Vita del conte D. Fulvio Testi unas composiciones nocivas para España.
Por otro, en cuanto a cómo se gestó el Ensayo, Lampillas indica que fue una propuesta de Bettinelli, quien le había prestado tomos de la Storia della letteratura italiana de Tiraboschi. Tras la lectura, especialmente del segundo tomo y de las críticas a Séneca, Bettinelli instó a Lampillas a que compusiese la defensa de la literatura española. Aunque el catalán se encontró con algunas dificultades (escasez de documentos y noticias e inconvenientes en el idioma de redacción), determinó escribir el Ensayo y, con el fin de llamar la atención de los italianos, quiso que sirviera para censurar a dos grandes autores de dicha nación: Tiraboschi y el propio Bettinelli.
Tras el prólogo aparece la disertación VII, única del tomo, que continúa la numeración del anterior. Su objetivo es defender la poesía española de finales del siglo XVI y principios del XVII. Señala cuán infundadas son las críticas y omisiones de Ludovico Antonio Muratori en Della perfetta poesia italiana al incluir únicamente obras de Francisco de Quevedo, de Lope de Vega y del Conde de Villamediana, pues olvida las composiciones de Juan Boscán, Garcilaso de la Vega, Diego Hurtado de Mendoza, Francisco de Figueroa, Fernando de Herrera, fray Luis de León, Luís de Camões, los hermanos Bartolomé y Lupercio Leonardo de Argensola y Esteban de Villegas, entre otros. Además de a Muratori, Lampillas dirige su pluma hacia Tiraboschi y Bettinelli.
Explica rasgos del estilo de la poesía española, negando su rusticidad. Señala el uso de recursos de la lírica italianizante y valora el papel de Andrea Navagero, así como el empleo de sonetos y otras formas antes de su llegada a España.
En cuanto a la épica, vincula el Cantar de Mio Cid con Homero y Virgilio y explica las grandezas de Os Lusíadas, de Luís de Camões; La Araucana, de Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo; El Monserrate, de Cristóbal de Virués; la Conquista de la Bética, de Juan de la Cueva, y la Jerusalén conquistada, de Lope de Vega. También cita otros poemas: el Carlo famoso, de Luis Zapata de Chaves; El victorioso Carlos Quinto, de Jerónimo Jiménez de Urrea; La Carolea, de Jerónimo Sempere, y La invención de la cruz por el emperador Constantino Magno, de Francisco López de Zárate.
Explica, posteriormente, algunos de los autores más representativos de la poesía lírica: Boscán, Garcilaso, fray Luis, Herrera, los Argensola, Quevedo, Villegas, Francisco de Borja y Aragón y Lope. En la poesía bucólica cita de nuevo a Garcilaso y, también, a Vicente Espinel, Juan de la Cueva, Pedro de Medina, Gómez de Tapia, Pedro Soto de Rojas, Juan de Morales, Gaspar Gil Polo, Quevedo, Lope y Borja y Aragón. Lampillas hace un repaso, además, por los méritos literarios en lo que él llama poesías sagradas, didácticas, sátiras, poema jocoso y fábulas.
Finaliza la disertación dedicando un epígrafe a la novela del Renacimiento, indicando varios títulos pertenecientes a subgéneros distintos y centrándose en Miguel de Cervantes y el Quijote.
Sigue una «Conclusión», en la que defiende, a modo de epílogo, la valía de la poesía española en comparación con la italiana, desafiando a varios críticos y a sus censurados Tiraboschi y Bettinelli a que ofrecieran los nombres de parnasos nacionales superiores al español.
Tras esta conclusión, Lampillas incluye un «Ensayo de poesías españolas», que consiste en una selección de ciertos textos poéticos que el catalán consideraba más representativos. Algunos de los primeros cuentan con sencillos comentarios del abate.
Las erratas y el índice cierran el tomo.
Descripción bibliográfica
Lampillas, Francisco Javier, Ensayo histórico-apologético de la literatura Española contra las opiniones preocupadas de algunos Escritores modernos italianos. Disertaciones del Señor Abate Don Xavier Lampillas. Parte Segunda de la literatura moderna. Tomo tercero. Traducido del italiano al español por Dª. Josefa Amar y Borbón, residente de la Ciudad de Zaragoza, Socia de merito de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Zaragoza: Oficina de Blas Miedes, 1783.
291 pp., 4º. Sign.: BNE 3/64553.
Por más que estuve persuadido desde el principio de la que la apología de la literatura española que he dado a luz padecería críticas e impugnaciones de que no se han eximido aún las obras de otros ingenios más elevados, sin embargo, no creí jamás que entre la ilustrada nación italiana se pudiesen hallar gentes que juzgasen necesario prorrumpir en toda especie de injurias y de imposturas contra mi Ensayo y contra la nación española en general para defender el honor de Italia, que suponen falsamente agraviado. Los justos clamores de algunos sabios y prudentes literatos que se han oído en Italia en estos últimos años contra el abuso de esta clase de críticas envenenadas, las sabias providencias de los tribunales más respetables contra los escritos malignos de ciertos autores que, con el disfraz de invectivas anónimas, se ensangrientan unas veces con personas determinadas y, otras, con naciones enteras, me hacían esperar que mi obra no sería combatida con otras armas que las que ofrece la razón y la justicia. Pero la experiencia me ha mostrado sobradamente que hasta en los países más cultos e ilustrados hay algunos ingenios inquietos que parecen nacidos para trastornar la apacible armonía que hace útiles y deleitables las honestas contiendas literarias. El honor que dan a su patria estos pretendidos defensores lo conocen y lloran los literatos de juicio. Puedo afirmar con verdad que, si por mi desgracia no hiciese de la nación italiana la estimación que se merece, tendría un medio seguro de desacreditarla con solo recopilar en un tomo todas las cartas anónimas que han salido contra mi Ensayo y el concepto que de él se ha hecho en algunos diarios y presentarlo a las naciones extranjeras para que sirviese de muestra del modo con que se piensa y se escribe en Italia en el siglo XVIII. Mas ¿cómo dejaría de ser reo de la mayor justicia si, enterado de las apreciabilísimas obras que tantos ilustres italianos han honrado y, actualmente, honran este siglo, intentara que se infiriese el mérito literario de este país de la pobreza de cuatro escritos de poco momento? Pues, con todo, no haría más que lo que hace alguno de mis impugnadores, el cual cree que, dando al público unos cuantos retazos ridículos de algunos escritores españoles y fingiendo otros a su idea, aniquilará mi Ensayo y oscurecerá la gloria de la literatura española, que se halla establecida sobre hechos incontrastables y segurísimas pruebas.
¿Quién había de imaginar que, en una de aquellas colecciones de poesías en elogio de un predicador célebre —que se publican a pesar de los clamores de los italianos de buen gusto—, había de tener cabida una invectiva contra mis libros? Pues en una de estas se lee un soneto pedantesco de un profesor público de elocuencia y, en él, tan a tiempo como se deja inferir, en lugar de decirnos que el fervoroso predicador había logrado desterrar los combatidos vicios, nos recuerda la infausta suerte que sufren los españoles y, en vez de aplaudir el celo con que aquel declamador evangélico había hecho resonar las verdades eternas, nos da la importante noticia de cuál alto resuena el nombre de Tiraboschi.
Pero, por fin, este ofrece ocasión de risa con un pensamiento tan gracioso. No así el anónimo autor de una Carta escandalosa que se supone impresa en Londres en la que, según dicen los hombres moderados, se advierten igualmente la malignidad y la ignorancia con que está escrita. No obstante eso, los señores diaristas de Módena encuentran en ella «buenas reflexiones» [1]. No podían menos estos censores sabios e imparciales de reputar por buenas unas reflexiones que hieren la estimación de la parte más noble de la nación española con mil cuentecillos ridículos dignos solamente de referirse a una plaza o en algún corro de ociosos que, al parecer, son las bibliotecas que más ha frecuentado el gran literato que compuso la Carta si se atiende a la erudición exquisita que derrama en ella. Es digno de admiración que la docta «pluma que principalmente concurrió» a la formación del diario de Módena no haya reprendido, por lo menos, la insolencia con que en la citada Carta se ofende a uno de los más sagrados tribunales, que estriba en las dos potestades supremas, divulgando ciertas anécdotas falsas o ridículas con que procuran desacreditarle los partidarios de la irreligión. Añaden después los señores diaristas que, si llega a caer en mis manos aquella Carta, no dejaré de dar alguna «modesta y tranquila respuesta» [2]. No tengo tanta moderación como los señores diaristas y, por eso, creería envilecer mi pluma si la emplease en impugnar tan miserables producciones que ni aun velas deseo. Se me asegura, también, que el animoso antiespañol se pronostica los bien merecidos títulos de «ignorante, necio e impostor» [3] con que presume he de honrarle. Cuando menos es laudable el conocimiento que muestra tender de sí este sujeto, el cual puede estar cierto de que han hecho justicia a su mérito todos los sabios prudentes que no están alucinados de alguna siniestra preocupación contra la nación española.
En el mismo apreciado diario de Módena, «al que sin duda concurrió principalmente la pluma de Tiraboschi» —según lo que nos dice el abate Bettinelli [4]— se halla inserta otra Carta anónima; en esta no solo se interpretan con la mayor malignidad mis rectas intenciones, sino que se ofende juntamente con mi honor el de todos los españoles residentes en Italia. Por lo que a mí toca, no me tomaría el trabajo de responder, persuadido del poco caso que hacen los hombres sensatos de semejantes invectivas, cuyos autores no tienen valor de combatir a cara descubierta conociendo la debilidad de sus armas. Pero no me parece justo dejar sin defensa a tantos españoles que, por mi causa, se ven heridos en lo vivo e insultados descortésmente.
El autor de la expresada Carta, después de manifestar un furor lastimoso contra mis libros, censurando mi crítica «de mordaz e impetuosa, llena de expresiones picantes y sofisterías» [5], admirándose de que haya permitido en Italia su impresión, pasa a descubrir el motivo secreto y eficaz que puede haber influido a los españoles para un proceder tan extraño e impetuoso como es no respetar aun a «los sujetos de primera esfera y tenidos por tales de toda Italia» [6]. Véase aquí de qué modo discurre este profundo filósofo: «la causa de su venida a Italia —dice— había ya contribuido bastante a alterar la tranquilidad de sus ánimos» [7], queriendo significarnos con esto que el que tiene la principal parte en el diario de Módena no fue más que simple y pacífico espectador en aquella escena. Por lo respectivo a los españoles, podían preguntar los señores diaristas a los nobles ciudadanos de Regio y Módena si a su llegada a Italia observaron tan alterada su tranquilidad. Fácil les era saber cuán honrosos informes dieron al duque de Módena sus ministros. Pero, pasemos adelante. «Demasiado satisfechos —prosigue la Carta— de su propio mérito en toda materia científica, no podía dejar de desagradarles infinito el oír en Italia por todas partes nuestras acusaciones contra ellos, ya en punto de industria nacional, ya en el de la cultura civil y ya, particularmente, en el de las ciencias y letras que, o descuidadas por ellos o tratadas conforme al método antiguo con unos argumentos áridos, estorbaba los progresos y aun algo más. Este consentimiento unánime de los italianos, a más de causarles malísimo humor, les impedía quejarse públicamente, desesperando hallar quien los oyese cuanto más justificase. Pero, si hubieran hallado un pretexto lícito de vindicarse de la opinión común, oponiéndose a la de algún particular que divulgase estos cargos generales como suyos propios, entonces, convirtiendo contra él solo todas sus armas, hubieran hecho una pública y solemne defensa de su causa y responderían de este modo a todos los italianos escribiendo contra uno solo» [8]. Omito la adición maligna sobre un punto bastante delicado que, repetidas veces, han tocado mis contrarios, abusando de la honradez, prudencia y moderación religiosa de mi nación.
Este es el bello retrato de los españoles residentes en Italia dibujado en el apreciable diario de Módena, al cual concurre principalmente la pluma del abate Tiraboschi, quien, si fuere menos virtuoso de lo que dice el señor Vannetti [9], podría presentar algunas cartas que tiene a su favor de los españoles, como el abate Bettinelli las tiene de sabios y doctos españoles que no quieren descubrirse «por no irritar el aguijón» [10].
Es preciso mostrarme reconocido a los señores diaristas, pues, por lo menos, han dado este concluyente testimonio de la necesidad que había en Italia de un Ensayo de nuestra literatura para disipar las preocupaciones universales contra la instrucción y mérito de los españoles, con lo cual vienen a confesar de un modo indirecto la utilidad de mi obra. Quiere, además de esto, el autor de la Carta, increparme de ingratitud hacia los italianos, que nos han acogido, agasajado y hospedado. Mas yo pretendo que, por la misma razón de habernos favorecido y honrado tanto los italianos, estamos obligados a darles a conocer que no han derramado sus beneficios sobre una gente «ruda, inculta, grosera, soberbia y mal acondicionada» [11],
sino al contrario, sobre personas llenas de urbanidad, de cultura y buen gusto, modales sin vileza y de un corazón bien puesto capaz de corresponder a sus bienhechores con la más sincera gratitud. La verdad del hecho es que aquellos generosos italianos a quienes se reconocen más obligados los españoles son, cabalmente, los que mejor acogida han hecho a mis libros y han manifestado suma complacencia de ver desvanecidas las preocupaciones sobrado comunes contra una nación que aman y veneran. Por el contrario, los más declarados enemigos de mi Ensayo son aquellos a quienes no tienen mucha obligación los españoles, ni por caricias, ni por acogimiento, ni por hospedaje.
Y, sobre todo, ¿qué tendrá que declamar el impertinente anónimo contra la ingratitud de los españoles porque defiendan a presencia de los italianos los derechos de su nación que estos han violado injustamente? ¿No es esto hacer un agravio enorme a la nación italiana, como si hubiera pretendido con su benigno acogimiento cerrarnos los labios o arrancarnos la pluma de las manos para que dejásemos abandonada la defensa del ultrajado honor de la patria? No es capaz la generosidad italiana de intentos tan bajos y, si se hallase alguno que pretendiese esto de nosotros por sus favores, nos encontraría prontos a darle la misma respuesta que Temístocles dio a Jerjes [12], puesto que no quebranta menos las leyes sagradas de buen patricio el que no defiende el honor de la patria contra los injustos asaltos que el que empuña contra ella las armas sacrílegas. Luego, no somos reos de ingratitud respecto de Italia pretendiendo vindicar a nuestra nación aquella gloria literaria que le pertenece de justicia y que alguno cree privativa de Italia.
Los nombres y piadosos ánimos de los españoles residentes en Italia son incapaces de abrigar en su seno el indigno deseo de una venganza poco honesta, como quiere suponer el malicioso anónimo. Toda la venganza de los españoles se ciñe únicamente a desengañar a Italia de las erradas ideas que se han hecho generales contra el mérito literario de nuestra nación, empresa felizmente ejecutada por ellos desde los primeros años que habitaron las cultas ciudades de este país, dándole con pruebas incontrastables un concepto de los nuevos huéspedes bien distinto del que con negros coloridos se pinta en el diario de Módena. Si esta ciudad, en la cual no han tenido los españoles la fortuna de habitar, no fue testigo de su mérito literario, ha podido muy bien adquirir noticias individuales de otras no menos cultas que han hecho justicia a su buen gusto y sólida instrucción. Sería cosa digna de admiración que el abate Tiraboschi no estuviera informado de todo lo referido por los hermanos de su provincia. Mas, si acaso apeteciese algunas noticias importantes para enriquecer con ellas su apreciable diario, me obligaré a servirle con esmero, aun por medio de cartas privadas.
Para disipar enteramente las maliciosas imposturas publicadas en el diario de Módena, con las cuales se procura que se miren mis escritos como efecto de una conjuración inveterada y secreta de los españoles contra Italia, ruego a esta tenga la dignación de permitir le manifieste con toda ingenuidad el motivo de haber emprendido esta obra el fin que me he propuesto y los medios de que me he valido. Me prometo ser creído apelando al testimonio del mismo abate Bettinelli.
Hallándose en Génova este elegante escritor tuve la fortuna de conocerle y él la bondad de honrarme con su amistad. En algunas conversaciones literarias propias de nuestra profesión me dio noticia de la Historia literaria de Italia escrita por el abate Tiraboschi, y aun se ofreció generosamente a favorecerme con algunos tomos. Comencé a leer el primero y experimenté aquella complacencia que causan las obras escritas con elegancia y escogida erudición. Conforme a este juicio que expreso fue la explicación que hice al abate Bettinelli, suplicándole me favoreciera, igualmente, con el segundo tomo. En este hallé la amarga crítica contra Séneca y el sistema que adoptaba Tiraboschi en atribuir a la nación española la causa de la corrupción antigua y moderna del gusto literario; observé que apoyaba estos dictámenes en la autoridad de Bettinelli. De aquí resultó significarle que yo desaprobaba este sistema y lo tenía por destituido de fundamentos sólidos. Siguiéronse entre ambos, como es regular, algunas disputas amistosas sobre la literatura italiana y española. El abate Bettinelli, que por su bondad me creía asistido de aquel valor que requería una empresa literaria contra tan esforzados adversarios, empezó a acalorarme, instándome ardientemente a tomar la defensa de la literatura española. Me excusé repetidas veces conociendo la debilidad de mis fuerzas, haciéndole presente la escasez de noticias y libros necesarios para adquirirlas y, sobre todo, la falta de idioma, porque si escribo en latín —le decía—, no seré leído; si en español, no seré entendido, y por lo tocante al italiano, no me atrevo a hacerlo de modo que no ofenda los delicadísimos oídos de sus naturales. Continuó Bettinelli sus instancias, allanando de tal manera todas las dificultades que temí parecer o infiel a la buena causa o cobarde apreciador del mérito de mi nación si, permaneciendo en mi silencio, daba lugar a aquel o a otros italianos a que creyesen sobrado ciertas y fundadas sus preocupaciones.
Esta fue la ocasión y motivos de resolverme a emprender la apología de la literatura española, sin que en esto tuvieran parte ni influjo las soñadas maquinaciones y secreta conjuración de los españoles contra el honor de Italia como malicioso engaño ha publicado el apreciable diario de Módena. Resuelto a la referida empresa, examiné con más diligencia la Historia literaria del abate Tiraboschi, las obras del abate Bettinelli y las de otros escritores modernos y, hallando aún mayor número de preocupaciones contra nuestra nación, así en lo que omiten como en lo que escriben de ella, tuve por inútil publicar algún breve escrito en el cual se impugnasen las opiniones contrarias con proposiciones generales y con demasiada superficialidad. Creí no debía prometerme que mudasen su modo de pensar los extranjeros en orden a la literatura española mientras no se llegase a la fuente de tales preocupaciones, esto es, a la ignorancia de nuestra historia literaria, de donde dimanó en mí la idea de formar por lo menos un Ensayo, mas no tan sucinto que fuese solamente un índice estéril de autores.
El punto más importante y difícil era escribir de modo que el libro interesase la curiosidad de los italianos y les estimulase a leerle. Esto no lo podía esperar ni de la elegancia del estilo —de que no es capaz mi pluma—, ni de la materia que habría de tratar, la que, por lo menos, mirarían con indiferencia aquellos si ya no se burlaban como de una ridícula paradoja de solo el título de historia literaria de España, es decir, de una nación rústica, inculta y bárbara en tanto grado que no merece lugar en la república de las letras. Para precaver este gran inconveniente me pareció que acertaría en escribir esta historia con el título de impugnación de dos autores gravísimos modernos, cuyos libros corrían con aplauso en manos de los doctos italianos, y lo que conformaba más con mi proyecto era que la misma naturaleza de Historia literaria de Italia, de historia de la restauración, etc. me abría camino para manifestar el mérito literario de España en todo género de ciencias y en todos los siglos, combatiendo, generalmente, las opiniones contrarias de los expresados escritores con los mismos hechos que debían formar nuestra historia literaria. Semejante a este fue el otro medio de que me he valido: hablando principalmente de aquellos literatos españoles que ilustraron la Italia con obras muy estimadas, de modo que se tuviese mi Ensayo por una historia literaria hispano-italiana. Para empeñar más y más los ingenios italianos a la lectura de mis libros, añadí las comparaciones de los literatos de España con los de Italia y del mérito literario de ambas naciones, las pretensiones de superioridad en algunas materias y aun los mismos títulos de las disertaciones y párrafos puse estudio en presentarlos con alguna novedad, ya en la sustancia, ya en el modo, que excitase la curiosidad para examinar los motivos en que apoyaba tan extraordinarias pretensiones. La experiencia me ha mostrado cuán convenientes fueron los referidos medios para conseguir el fin deseado, habiendo visto palpablemente que muchos italianos eruditos no se hubieran tomado la molestia de leer mis libros si no fueran más que una simple historia de la literatura española.
Juzgue a vista de esto la sabia Italia de la buena fe, justicia y honradez del que ha tenido valor de publicar que mi obra no es más que un desahogo indigno de un deseo de venganza poco decente que fomentaban en su seno los españoles desde su primer ingreso en Italia y que el fin que me propuse no fue instruir a los italianos en la historia literaria de España, sino solamente arrojarme con furor sobre unos autores gravísimos que toda Italia respeta y envilecer el mérito literario de esta ilustre nación.
Mas, si estos infieles intérpretes de mis sanas intenciones no han podido deslumbrar a los italianos instruidos ni arrancar de sus manos mis libros, como tampoco conmover la Italia contra los españoles, según intentaban, por lo menos han declarado el verdadero origen de las amargas invectivas dadas a luz contra mí pretendiendo cubrirle con capa de celo legítimo por el honor de Italia. El motivo, pues, de la acrimonia con que se ha querido responder a mi Ensayo no es otro que el atrevimiento que tuve de ponerme a impugnar «personas de primera esfera y tenidos por tales de toda Italia» [13]. Pero ¿deja de ser esta vergonzosa puerilidad indigna de gentes que quieren pensar razonablemente? ¿Son, acaso, los gravísimos autores que impugno algún fenómeno nunca visto en el horizonte de Italia? Por mucho que estime su mérito, no tengo reparo en decir que todavía necesitan levantar a mayor altura sus vuelos para llegar a la esfera a que han llegado los Muratoris, los Maffeis, los Zaccarías y otros célebres italianos que han sido y son ilustre ornamento de la literatura de su país. ¿Y creyeron, por ventura, estos grandes hombres que la alta esfera a que habían llegado les preservase de las críticas impugnaciones? Estoy cierto que se hubieran dado por satisfecho de que todos sus impugnadores hubiesen usado la política y moderación con que yo he combatido a Tiraboschi y Bettinelli.
No obstante, pretenden que les he impugnado con una «crítica mordaz e impetuosa, con expresiones picantes, con un estilo lleno de ira y de ardor» [14]. Yo pido a los que tienen en su poder mis libros se tomen el trabajo de comparar las explicaciones más fuertes que he proferido contra estos autores y las que estos han dicho contra mí en sus cartas, y desafío a que aun el censor más rígido descubra en todo mi Ensayo una expresión tan sola que sea más picante de lo que permiten los límites de una decente contienda. He combatido libremente y a cara descubierta las opiniones de aquellos gravísimos autores, he escrito con aquella energía y aquel fuego que inspira la razón, pero no con el que inflaman el odio, la cólera y la malignidad.
Si hubiese llenado mi apología de injurias, de sofismas falaces, de falsas acusaciones sin pruebas y sin mérito —como se me acusa—, no alzarían tanto el grito, persuadidos de que censuras de esta especie cubren de deshonor a quien las escribe y nada disminuyen la estimación de los autores criticados para con los literatos prudentes. Pero, el ver que se les contradice con las armas permitidas a los literatos honrados; es, a saber, con razones sólidas a las cuales no pueden satisfacer, con hechos incontrastables que no pueden negar, he aquí lo que les ha herido en lo vivo, he aquí lo que quisieran se creyese una negra sátira contra Italia a fin de empeñar en su causa privada a todos los justos celebradores del honor de la nación.
Y ¿quién podrá llevar con paciencia que cuantos han escrito contra mi obra la quieran pintar tal sin haber demostrado falsa una proposición y solo si multiplicando los escritos inútiles y sediciosos? Ellos, vistiendo el manto filosófico, declaman contra la pérdida del tiempo en semejantes producciones y, al mismo tiempo, multiplican, mostrándose casi dispuestos a perdonar a Rousseau el haber osado proferir la proposición de que las ciencias son más perjudiciales que útiles a la humana sociedad, como escribe el señor Vannetti en Carta a Bettinelli sin advertir que este había escrito lo mismo en la quinta de sus Cartas inglesas, y esto no en fuerza de algún escrito español, sino de algunos libros que salían en Italia bastante parecidos a los de mis impugnadores.
Me veo precisado a confesar que mi obra ha sido, en cierta manera, perjudicial a Italia porque de ella han tomado ocasión algunos para publicar escritos nada gloriosos a esta. Pero, considerada en sí misma la apología por algunos doctísimos italianos, la han estimado utilísima y me han dado las gracias con mucha generosidad. Lo que hace inútiles en nuestros días una infinidad de libros es copiarse los unos a los otros sin que se halle en ellos muchas veces cosa que no esté dicha y repetida por otros escritores, y así es que hay pocos libros que merezcan el título de originales o que den nuevas luces a las gentes. Aunque a este Ensayo le faltan muchas circunstancias que hacen agradable la lectura de otros libros, por lo menos no se negará que contiene un asunto enteramente nuevo para Italia, y tratado en términos que aclaran bastante una parte de historia literaria que, debiendo interesar a los doctos italianos, les era desconocida hasta ahora. Esta utilidad la confiesan los imparciales y no pueden contradecirla aun los más declarados enemigos del Ensayo. Los primeros, logran desengañarse de la falsa opinión contra el mérito de la literatura española, y los segundos, no podrán cohonestar en adelante, con el pretexto de la ignorancia, lo que quisieren escribir injustamente contra España.
No por eso pretendo dejar convencidos a los italianos de todo lo que procuro atribuir a mi nación apoyado en fundamentos sólidos, pero las razones, los hechos y noticias en orden a la literatura española que ofrecen las pruebas de mis proposiciones no podrán menos de alumbrar al que no quiera cerrar los ojos a las verdades patentes, obligándoles a confesar la injusticia de las preocupaciones demasiado universales contra una nación tan benéfica a las ciencias. En suma, los que, permaneciendo obstinados en sus antiguas ideas, solicitaren renovar las preocupaciones disipadas, hallarán entre los italianos quien pueda desmentirles y cortar los progresos a mis crasas imposturas.
Importa poco que el señor Vannetti escriba que mi respuesta a la «modestísima, clara y concluyente apología de Tiraboschi es ciertamente indigna de leerse, cuanto más de impugnarse» [15], importa poco que quiera hacer creer que la «Carta de Bettinelli escrita en Módena contra Lampillas, por una parte está llena de buena fe y de urbanidad, y por otra, de doctrina, precisión y fuerza, de suerte que no queda nada que desear para la demostración de la buena causa» [16], como que entienda «serle ya fácil a Bettinelli el destruirme totalmente y llevarme casi por trofeo» [17]. Importa poco, vuelvo a repetir, que escriba así cuando los italianos sensatos que tienen entre manos cartas y respuestas compadecerán al caballero Vannetti quien, por consolar a su amigo, ha hecho un agravio manifiesto a la estimación que se merece su ingenio [18].
Pero, si hubiere alguno que tenga por algo picante mis respuestas, quisiera las confrontase con las cartas de mis contrarios (que están empeñados en pintarme calumniador, falso y mal escritor) y se advertirá que mis respuestas hieren con la fuerza de la razón, mas no con injurias ni calumnias. «Vosotros decís que mis respuestas punzan —escribía Jacobo Sadoleto [19] a Juan Francisco Bini [20]—, pero no se puede responder, según entiendo, si no se reproducen las razones del contrario y se muestran mal traídas las alegaciones o, si no, enseñadme vosotros mismos algún otro modo, que yo le abrazaré gustoso» [21].
Últimamente, me contento con que se me impugne en los mismos términos que yo he combatido en mi Ensayo las opiniones de los escritores modernos. Examinen mis impugnadores una por una las proposiciones que he establecido, pesen las razones, manifiesten su falsedad o insubsistencia con pruebas claras y sólidas, no con censuras generales ni importunas declamaciones; mucho menos, con invectivas personales.
Si están sabiamente prohibidas las críticas personales, ¿de qué proscripción no serán dignos aquellos escritores maliciosos que, con pretexto de impugnar un autor particular, producen invectivas contra toda una nación, desenterrando o fingiendo una multitud de cuentos vulgares por hacerla parecer ridícula como ha hecho el corsario italiano con patente de Londres? [22].
Yo no quiero echar la culpa al abate Tiraboschi de un manejo tan irregular, pero tampoco puedo aplaudir que haya tenido por conveniente estampar recientemente, en la Vida del conde Fulvio Testi, el trozo más maligno de una sátira, la más infame que se ha escrito contra la nación española. Hablo de aquellas cinco estancias compuestas por Testi [23] en sus juveniles años. Dice el abate: «una vez que estas se han impreso ya, séame lícito referir aquí algunas por vía de prueba» [24]. Debía considerar que se imprimieron sin nombre de autor, sin fecha de año, de lugar ni de impresor, como el que la tal impresión es tan rara que no se encuentra aún en la célebre Biblioteca Estense [25] ni el abate ha visto dichas estancias sino manuscritas. Es verdad que protesta «desaprobar altamente las ideas de Testi» [26],
y yo quiero creérselo, mas quisiera también que esta desaprobación le hubiera obligado a dejar sepultadas en el olvido tan indignas poesías que hacen poco honor a Testi. Las desaprobó el duque de Módena y el autor se vio precisado a huir por librarse de la justa indignación de su príncipe; las desaprobó la sabia y modesta Italia y, por esto, no ha permitido jamás que se imprimiesen, de manera que en ninguna de tantas ediciones como se han hecho de las poesías de Testi ha tenido cabida esta tan negra sátira. Así no debía ser el señor abate el primero que regalase con ella a Italia, burlando, por este medio, la falta de las licencias públicas.
Pero, sin duda, lo ha hecho por darnos una prueba del valor poético de Testi porque, según dice, «entre todas las rimas de Testi esta es una composición en que se ha dado a conocer más que en todas las demás por gran poeta. Tal es la viveza de imágenes y fuerza de expresiones» [27]. Hace agravio a su juicio y crítica el señor abate con esta decisión. Sean jueces los italianos de más fino gusto en materia de poesía y decidan si, entre todas las rimas de Testi, las cinco estancias que cita Tiraboschi son las que acreditan mejor el gran poeta. Gran «viveza de imágenes», digna ciertamente de un gran poeta, es pintar a España el país más estéril de todo el mundo, adonde «no llega el abril» [28] ni jamás «se visten de verde» [29] sus campos, con lo que acredita o suma ignorancia, o suma malicia. Más vivas son todavía las imágenes de la tercera estancia, en la cual se llama a España «región fiera y sin hospitalidad» [30] y a los españoles «gente propensa a hurtos, rapiñas, fraudes y enredos, tanto más vil cuanto más altiva, perversas reliquias, resto infame de sarracenos o moros, etc.» [31]. Este es el gran poeta; estas, las imágenes dignas de colocarse en el gabinete de Apolo. Mas ¿qué diré de la fuerza de las expresiones con que aquellas manos españolas, a las cuales cometió la Divina Providencia el freno de algunas provincias de Italia, son llamadas «duras, rapaces, despojadoras de las ciudades y templos» [32]? Y ¿quién podrá jamás descubrir en este trozo maligno otra cosa que un furor no solamente poco religioso y ajeno de un gran poeta, sino villano e impetuoso parte de la acalorada fantasía de un mozo mal aconsejado, imbuido de las preocupaciones más injustas contra una nación respetable que hizo prósperos a aquellos pueblos italianos cuyo gobierno tuvo un tiempo, como haremos ver en otra parte?
De este mismo furor de Testi podrán inferir entretanto los italianos prudentes a qué extremo pueden llegar las preocupaciones antiespañolas si no se les hace frente contradiciéndolas y disipándolas. También es conveniente observar que, aunque reducido Testi a Italia en sus primeros años y criado entre las falsas opiniones denigrativas del mérito de los españoles, se estrellase contra nuestra nación, habiendo ido después a España y visto prácticamente la falsedad, impostura y calumnia con que se divulgan semejantes opiniones, mudó de estilo y empleó su lira en bellísimas poesías en elogio de los españoles las que, por hacer más honor a Testi que las mencionadas estancias, eran más dignas de adornar la vida de este ilustre poeta, escrita por el abate Tiraboschi. Igualmente, merece reparo la noble índole de la nación española pues, sabedora de cuanto había escrito contra ella Testi, perdonando generosamente aquel ímpetu juvenil y no aspirando a otra venganza, se contentó con el rubor del desengañado poeta y premió su mérito con títulos honoríficos y crecidas pensiones. Los italianos, prevenidos contra el mérito de España, debían imitar la honradez de Testi quien, reconocido de su necia precipitación, desaprobó altamente cuanto había escrito contra nuestra nación en lugar de obstinarse en las falsas opiniones a pesar de los más evidentes desengaños —como suelen hacer algunos—, repitiendo los mismos cargos sin satisfacer a las razones con que son combatidos y disipados.
Pero baste de apología de mi Ensayo, la que me ha parecido precisa para justificar mi proceder con la respetable nación italiana en orden a las calumnias que han proferido contra mis libros algunos impugnadores mal enterados. No deseo otra venganza de sus injustos asaltos que desengañarles de sus erradas opiniones; este es el objeto de estos dos tomos, como lo fue el de los antecedentes. Tengo por cierto que los literatos imparciales acogerán benignamente esta parte de apología sobre la poesía y teatro español. Aunque esta forma, principalmente, la continuación de la historia literaria del siglo XVI, sin embargo, ofrece un estado de nuestra poesía en las demás épocas para que se vea reunido como en un punto de vista un ensayo del parnaso español.
Las razones que he significado en este prólogo me han obligado a continuar el plan de comparación entre italianos y españoles. Si se manifiestan algunos defectos de los primeros, no es con el fin de envilecer su mérito, sino de convencer la injusticia de ciertos escritores que, por iguales defectos, ridiculizan a nuestros poetas. Estos no quieren que se gradúe de sátira contra España el repetir fastidiosamente —como lo hacen— algunas extravagancias de nuestro teatro ni el presentar al público los retazos más extraños, con que no tendrán razón para graduar de sátira contra Italia el que yo descubra que se hallan, quizá, iguales extravagancias en el teatro italiano y en el de las restantes naciones. Tal es la conducta de los literatos más moderados. El erudito escritor y elegante poeta don Xavier Mattei [33], que ha hecho inmortal su nombre con la celebrada traducción de los salmos, viendo los descabellados trozos de algunas composiciones dramáticas que presentó Voltaire al público en su discurso sobre la dramática [34], nos pone a la vista alguno del teatro francés más bajo y grosero que cuantos desacreditan nuestro teatro, y añade después: «me avergüenzo de recopilar semejantes ejemplos que se hallan en las antiguas óperas italianas» [35].
CONCLUSIÓN
Quien no sea forastero en la historia de la poesía española tendrá, tal vez, por un ensayo muy reducido cuanto acabo de exponer en esta disertación. Con efecto, son pocos los poetas de quienes se ha hecho honrosa memoria en comparación del crecido número de bellos ingenios españoles que en los dos siglos antecedentes adornaron nuestro parnaso. Basta discurrir por las bibliotecas españolas, por las colecciones de poesías y, entre ellas, por la última, compuesta de 9 tomos con el título de Parnaso español, erudito trabajo de D. Juan López de Sedano, y se verá que cuanto he escrito acerca del mérito de nuestros poetas está reducido dentro de los límites de un Ensayo de la poesía española. En el tomo III de la citada última colección se nombran más de quinientos rimadores españoles cuyas obras se han impreso y el señor colector nos asegura que esta no es más que una tercera parte de los ingenios españoles que ocuparon asiento en nuestro parnaso.
No pensará así el abate Bettinelli; antes, creerá que he hecho esfuerzos por buscar poetas españoles «de las partes más remotas y más ocultas, con cien ojos y cien manos» [36]. Pero, si no quiere cerrar los ojos a la evidencia ni teme fatigar las manos en revolver esta disertación, nos prometemos se persuadirá no ser necesario tanto esfuerzo, tanta fatiga, ni aplicar cien ojos y cien manos para hallar en España poetas de mérito a quienes conceder distinguido lugar en sus obras y que el numen se halla también a la otra parte de los Pirineos, de suerte que pudiera afirmar son la adición de aquel «quizá» la proposición de que se encuentran poetas en España. Del mismo modo, podrá comprender el abate cómo es posible conciliar a un tiempo el celo por la teología, santos padres y concilios con la justa estimación de la poesía y de otros estudios amenos y cuán digna sea de alabanza la nación española por haber sabido juntar la gloria de maestra de las ciencias sagradas y serias con el estudio de las letras amenas, llegando a ser superior en aquellas a las otras naciones y a ninguna inferior en estas.
Tendría por bien recompensadas mis fatigas si lograse con ellas el desengaño del abate Bettinelli y de otros italianos que tienen por aptos para todo a los ingenios españoles menos para la poesía y buenas letras. Con ocasión de anunciar la segunda parte de mi Ensayo los señores romanos autores de las efemérides, entre muchas curiosas reflexiones, que no me parece conveniente examinar aquí, hacen esta: «aun cuando se debiese conceder al Sr. Lampillas que en aquel siglo abundaron en España más que en Italia los cultivadores de los estudios sagrados, solamente probaría esto que las ciencias sagradas y sólidas tienen mayor atractivo para la devota o, por mejor decir, austera nación española que para la italiana» [37]. Si estos censores estuvieran algo más versados en la historia literaria de la «devota o, por mejor decir, austera nación española» sabrían que, aunque las ciencias sagradas y sólidas tengan mayor atractivo para los españoles y demás naciones —que prefieren la utilidad, importancia y dignidad de las referidas ciencias al estéril deleite de los versos—, con todo no ha impedido la devoción y austeridad de la nación española que cultivase con ardor la poesía y toda clase de literatura amena igualmente que la italiana, «la cual se sentía entonces inclinada particularmente y con preferencia a los estudios amenos» [38].
En el tomo antecedente, que trata de los estudios sagrados, desafié al abate Tiraboschi a que señalase en el siglo XVI igual número de profesores de las sagradas ciencias entre los italianos y de tanto mérito como el de los españoles que en aquel tiempo las ilustraron en Italia. Los señores diaristas dicen «que en este desafío no quieren guardar las espaldas al célebre escritor de la Historia literaria de Italia» [39].
Sea así; pero, por lo menos, pudieran haber tomado a su cargo sacar victorioso en el desafío al célebre escritor de la Historia literaria, la cual no ignoran los citados señores puesto que, repetidas veces, han mostrado hacer de ella el aprecio que se merece, por tanto, debían elegir los más insignes italianos ilustradores de los estudios sagrados y, hecho el paralelo con los españoles que yo he presentado en el campo, acreditar después si era o no temerario el desafío; mas, sin duda, han conocido que cuanto era incontrastable la confrontación hecha por mi parte, otro tanto era de poco honor para Italia y, por esto, han tomado el partido de dejar al abate Tiraboschi el empeño arduo y desagradable de aceptar el desafío propuesto.
Ahora me hallo en estado de desafiar a los señores diaristas a que hallen entre las naciones modernas, inclusas las menos devotas y austeras, otra que pueda presentar un parnaso que compita con el italiano, no digo superior, pero igual al parnaso español del siglo XVI.
También desafío al abate Bettinelli a que me señale un número de poetas insignes que yo he elogiado, y esto aun entre las naciones en que el citado autor los halla sin aquel «quizá». Y, supuesto que Tiraboschi juzga que España ha tenido pocos poetas célebres por causa de las decantadas sutilezas, le suplico se digne expresarnos en dónde, si se exceptúa la Italia, se encontró mayor número de ellos en la época de que hablamos.
Cuando las musas miraban todavía con horror el septentrión helado [40] y no tenían valor de atravesar el mar británico, habitaban ya contentas en la «austera» nación española. En medio de ella hacían resonar la trompa épica y la dulce lira con un sonido tan majestuoso y suave que no podía herir los delicadísimos oídos de los cantores italianos. ¿Acaso los franceses (nación idolatrada de muchos escritores modernos y venerada como modelo de espíritu y gentileza) pudieron entrar en aquel siglo en comparación con los ingenios amenos españoles? ¿El celebrado Siglo de Oro de Francisco I pudo blasonar poetas que compitiesen con los nuestros, que florecieron en tiempo de Carlos V y Felipe II? He aquí lo que escribe Mr. Massieu [41] en la Historia de la poesía francesa [42]:
Debemos confesar de buena fe que la versificación estaba aún entonces imperfecta. Nuestros poetas no tenían regla alguna sobre el orden de la rima y, aunque estos defectos eran groseros, todavía cometían otros de más consideración. Ellos casi no tenían la menor idea de lo grande ni de lo sublime, y toda su gravedad era como un barniz. Sus obras están llenas de imágenes extrañas y monstruosas. Ya no eran actores en sus poemas Júpiter, Juno ni Marte porque habían ocupado su lugar Faux-semblant, Bel-accueil y Malebouche [43].
Lo cierto es que la poesía puede decirse recién nacida en Francia cuando en España ya había llegado a su perfección, pues a Francisco Malherbe [44], que murió en 1628, se le venera por padre de la buena poesía francesa, por esto escribe monsieur Boileau:
Enfin Malherbe vint, &, le premier en France, fit sentir dans les vers une juste cadence[45].
Ni todos los mejores poetas franceses que sucedieron a Malherbe son tales que obliguen a los nuestros a evitar la comparación y, mucho menos, a sufrir con paciencia verse olvidados en aquellos mismos libros en que ocupan ilustre memoria los poetas franceses. El crítico Apostolo Zeno [46], perfecto juez en materia de poesía, en las Notas a la Biblioteca de Fontanini [47], donde habla de las odas de Píndaro [48], traducidas en versos toscanos por Alessandro Adimari [49], dice: «la poesía francesa tiene un carácter enteramente diverso del pindárico y, por más que ella blasone de un La Motte, un Rousseau y un Voltaire, no son otra cosa sus versos que una versificación; quiero decir, una prosa medida y rimada» [50]. ¿Diría Zeno otro tanto del genio de la poesía española a vista de los sublimes vuelos de nuestros líricos y de la versificación armoniosa de nuestros anacreontes?
Finalmente, cualquiera que pretenda graduar de paradoja o proposición gigantesca esta «sola la nación española puede blasonar en los dos siglos antecedentes de poetas dignos en competir con los italianos de aquella época afortunada» [51], habrá de llevar a bien presentarnos los poetas más celebrados de las naciones extranjeras en común o en particular o de entrar en comparación con Sannazaro, Bembo, Ariosto, Trissino, Tansillo, Bernardo Tasso, Casa, Costanzo, Alamanni, Torquato Tasso, Guarini, Chiabrera, Marino y Testi, que fueron el más noble ornamento de la poesía italiana, y véase después si todos estos extranjeros igualan en mérito a los poetas españoles que emularon la gloria de los toscanos, y son: Boscán, Garcilaso, Camões, Luis de León, Francisco de Figueroa, Ercilla, Herrera, Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Quevedo, Lope de Vega, Villegas, Virués, Juan de la Cueva, el príncipe de Esquilache y el conde de Rebolledo.
Con estos bastaba para desmentir las opiniones mal fundadas de algunos extranjeros contra la pretendida austeridad del genio español y para asegurar a nuestra nación un lugar bien distinguido entre las que se hallan, sin aquel «quizá», célebres poetas.
Por lo tocante a los romances y novelas, no solamente tiene España legítimo derecho para entrar en el número de las que produjeron romanceros, sino que, además, puede pretender la soberanía en esta parte. A la nación que considere disputársela le será preciso manifestar con la perfección que las españolas que han imitado y traducido todas las naciones cultas. Mientras no se tome este medio para impugnar mis proposiciones, de nada servirán las sátiras, las declamaciones y las injurias para con los jueces rectos e imparciales, quienes no se dejan sorprender de los libres dichos de los literatos, aunque sean «de primera esfera» [52].
Lettera ad un amico nella quale si esamina brevemente il merito e le ragioni di un’opera intitolata Saggio apologetico sulla letteratura spagnuola. In Londra, 1780; in 8º, en Continuazione del Nuovo Giornale de’ letterari d’Italia, T. XX, 1780, p. 322.
Loc. cit.
Loc cit.
(Nota del autor) Bettinelli, Saverio, Lettera del sig. ab. Saverio Bettinelli al sig. cav. Clementino Vannetti, en Giornale enciclopedico, T. IX, 79, 1780, pp. 49-60. (Nota del editor) Apud Bettinelli, Saverio, Lettera dell’autore al Sig. Cav. Clementino Vannetti, en Opere edite ed inedite en prosa ed in versi dell’abate Saverio Bettinelli. Seconda edizione riveduta, ampliata e corretta dall’autore, Venecia: Adolfo Cesare, 1800, T. XVIII, p. 312.
Lettera ad un amico intorno alle critiche stampate da’ Sigg. Abati Serrano e Lampillas contro l’insigne opera della letteratura italiana del Sig. Abate Tiraboschi, bibliotecario di S. A. S. il Sig. Duca di Modena, en Continuazione del Nuovo Giornale de’ letterari d’Italia, 1779, T. XVI, pp. 221-222.
Lettera ad un amico intorno…, op. cit., p. 224.
Lettera ad un amico intorno…, op. cit., p. 225.
(Nota del autor) Loc. cit. Nota del editor: Lampillas indica en su nota que se trata del artículo VIII de dicho tomo.
(Nota del autor) Vannetti, Clementino, Risposta del Cav. Vannetti, en Opere edite ed inedite en prosa ed in versi dell’abate Saverio Bettinelli. Seconda edizione riveduta, ampliata e corretta dall’autore, Venecia: Adolfo Cesare, 1800, T. XVIII, p. 316.
(Nota del autor) Bettinelli, Saverio, Lettera del sig. ab. Saverio Bettinelli…, op. cit.. (Nota del editor) Apud Bettinelli, Saverio, Lettera dell’autore…, op. cit., p. 310.
Son términos empleados por Tiraboschi en su Storia della letteratura italiana para caracterizar, por ejemplo, el estilo de algunos extranjeros que vivían en Italia y corrompieron la armónica lengua latina. Véase el prefacio de Tiraboschi, Girolamo, Storia della letteratura italiana, Nápoles: Giovanni Muccis, 1777, T. III.
Temístocles fue un general ateniense y, Jerjes I, rey de los persas. Ambos se enfrentaron en la batalla de Salamina, en el contexto de la II Guerra Médica (siglo V a. C.).
Lettera ad un amico intorno…, op. cit., p. 224.
Lettera ad un amico intorno…, op. cit., pp. 221-222.
Vannetti, Clementino, Risposta del Cav. Vannetti, op. cit., pp. 315-316.
Vannetti, Clementino, Risposta del Cav. Vannetti, op. cit., p. 314.
(Nota del autor) Vannetti, Clementino, Risposta del Cav. Vannetti, op. cit., p. 315.
(Nota del autor) Se me asegura que se están reimprimiendo en Roma, recogidas en un tomo, las Cartas de los dos señores abates Tiraboschi y Bettinelli y mis respuestas. Así tendrá el señor Vannetti la satisfacción de que se presente en Roma el vencedor Bettinelli llevando por trofeo al derrotado Lampillas. Del mismo modo, el señor abate Bettinelli, que temía pareciese su Carta, tendrá por lo menos el consuelo de que se conservará en el apreciable diario de Módena y se afirmará su duración con la honrosa compañía de su amigo Tiraboschi. No quisiera que turbase de alguna manera la paz de entrambos la desagradable compañía de Lampillas. (Nota del editor) Se refiere a las Lettere de’ Sig. Abati Tiraboschi e Bettinelli con le risposte del Sig. Ab. Lampillas intorno al Saggio storico-apologetico della letteratura spagnola del medesimo, da servire di continuazione del medesimo Saggio, Roma: Luigi Perego Salvioni, 1781.
Jacopo Sadoleto fue un cardenal de la Iglesia católica durante el siglo XVI que destacó por su labor diplomática.
Giovan Francesco Bini, escritor florentino del quinientos que trabajó para la Curia Romana.
(Nota del autor) Sadoleto, Jacopo, Lettere di M. Iacopo Sadoleto, en De le lettere di tredici huomini illustri libri tredici, lib. VI, Roma: Valerio y Luigi Dorico, 1554, p. 239.
(Nota del autor) Carta citada con data fingida de Londres.
Fulvio Testi fue un poeta italiano del siglo XVII, criado del Duque de Este.
(Nota del autor) Tiraboschi, Girolamo, Vita del conte D. Fulvio Testi, Módena: Società tipografica, 1780, p. 156.
Una de las bibliotecas más importantes de Italia, que recibe el nombre de los Duques de Este.
Tiraboschi, Girolamo, Vita del conte D. Fulvio Testi, op. cit., p. 156.
(Nota del autor) Loc. cit.
Tiraboschi, Girolamo, Vita del conte D. Fulvio Testi, op. cit., p. 157.
Loc. cit.
Loc. cit.
Loc. cit.
Tiraboschi, Girolamo, Vita del conte D. Fulvio Testi, op. cit., p. 158.
Saverio Mattei, historiador y musicólogo en la Italia de la segunda mitad del siglo XVIII.
El Discurso sobre la tragedia, que se publicó junto con su obra Bruto, antecediéndola.
(Nota del autor) Mattei, Saverio, Del rapporto fra la Chiesa e il teatro presso i moderni in conferma del sistema proposto intorno al teatro sacro de’ greci, en I libri poetici della Bibbia tradotti dal’ebraico originale ed adattati al gusto della poesia italiana, Nápoles: Giuseppe Maria Porcelli, 1780, T. VIII, p. 158. (Nota del editor) La página 145 que indica Lampillas no es la de la cita, sino la primera de la disertación de Mattei.
Lettere de’ Sig. Abati Tiraboschi e Bettinelli con le risposte del Sig. Ab. Lampillas intorno al Saggio storico-apologetico della letteratura spagnola del medesimo, da servire di continuazione del medesimo Saggio, Roma: Luigi Perego Salvioni, 1781, p. 168.
Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola contra le pregiudicate opinioni di alcuni moderni scrittori italiani. Dissertazioni del Sig. Ab. D. Saverio Lampillas. Parte II. Della letteratura moderna. Tomo II. Genova, 1779, in 8, presso Felice Repetto in Canneto e si vende dal Sig. Gregorio Settari al Corso all’Insegna di Omero, en Efemeridi letterarie di Roma, Roma: Libreria all’Insegna d’Omero, 1779, T. VIII, p. 381.
Loc. cit.
Loc. cit.
El Norte.
Guillaume Massieu, poeta e historiador francés de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII.
Massieu, Guillaume, Histoire de la poésie françoise [sic], avec une défense de la poésie, París: Prault Fils, 1739.
(Nota del autor) Histoire de la poésie françoise [sic], avec une défense de la poésie. Par M. l’Abbé Massieu &c. Suite de l’Article XIII au mois de Février 1740, en Memoires pour l’Historire des Sciences & des Beaux Arts. Mars 1740, art. XX, París: Chaubert, 1740, pp. 442-476. (Nota del editor) Lampillas se refiere, en su nota, a la reseña que se publicó como artículo XX del año 1740 de las Memoires pour l’Historire des Sciences & des Beaux Arts, conocidas popularmente como Memoires de Trévoux por la comuna francesa en la que comenzó a publicarse en 1701. Sin embargo, el texto citado se encuentra en Massieu, Guillaume, Histoire de la poésie…, op. cit., pp. 347-348.
Françoise de Malherbe, poeta y crítico francés con producción desde finales del seiscientos hasta el primer tercio de la siguiente centuria.
(Nota del autor) Versos 131 y 132 del canto primero del Arte poética de Boileau. (Nota del editor) Apud Boileau, Nicolas, L’Art poétique, en Les Œuvres de M. Boileau, avec des éclaircissements historiques, t. I, París: Barthélemy Alix, 1735, p. 257, vv. 131-132.
Crítico literario veneciano de la primera mitad del siglo XVIII.
Zeno, Apostolo, Biblioteca dell’eloquenza italiana di Giusto Fontanini, arciverscovo d’Ancira, con le Annotazioni del signor Apostolo Zeno, Venecia: Giambattista Pasquali, 1753, 2 tomos.
Poeta clásico griego de los siglos V y IV a. C que destacó por sus odas.
Poeta y traductor florentino de la primera mitad del siglo XVII.
Zeno, Apostolo, Biblioteca…, op. cit., T. II, pp. 102-103.
Es la idea que expone Lampillas en el título de su disertación VII, en este mismo tomo de su Ensayo.