El prólogo al tomo IV establece cuáles son algunos de los criterios ecdóticos que López de Sedano sigue en su colección, lo que nos lleva a pensar que podría haberse incluido al principio de toda la obra. Precisamente este cuarto prólogo comienza advirtiendo que, a pesar de que cada tomo lleva su prefacio individual, todos ellos pueden articularse formando uno solo. Esto, unido a que no propone una introducción general a la colección, nos lleva a pensar en que no lo hizo porque la obra se fue resolviendo a medida que se componía (en el prólogo al tomo tercero dice Sedano que «esta es una obra de aquellas que se van solo ilustrando y perfeccionando al paso de su mismo progreso»), añadiendo criterios, modificándolos o suprimiéndolos según avanzaba el plan editorial, se seleccionaban textos o, por qué no decirlo, era recibida por la crítica de la época, y ello a pesar de que afirme en este cuarto prólogo que los prefacios se incluyen para el mejor entendimiento de la obra, cuando se observa en prólogos a tomos anteriores que también se había centrado, por ejemplo, en la recepción de la obra y en las supuestas buenas críticas que había cosechado.
Tampoco se incluye en la colección un estudio general y crítico de la poesía, como seguramente hubiera sido deseable. Sedano opina que es aburrido (cuando menos, sorprende esta postura en el siglo del ensayo) y que todas las noticias que aparecen diseminadas por la obra formarían, al unirse —como los prólogos—, ese estudio. Una vez más, esa ausencia —que no falta inasumible, sino simplemente una decisión editorial del riojano— puede justificarse por la evolución de la obra a medida que esta se redactaba y publicaba.
Pero la propuesta de criterios ecdóticos es el grueso de este cuarto prólogo y, también, el apartado de mayor interés. En esta ocasión no va a lamentarse Sedano de que los materiales se encuentran olvidados y de que es muy difícil localizarlos, sino que ahora concede que el hecho de que haya diversidad de materiales conlleva mayor complejidad editorial porque hay variantes o errores de impresión que han de ser tenidos en cuenta y que él tiene que «suplir, enmendar o aclarar» para acercar los textos al original. El criterio editorial es, claramente, conservador, y lo va a decir Sedano en varias ocasiones, pero habrá momentos en los que tendrá que modificar el texto para hacerlo más accesible y, también, próximo al original. Faltan décadas para que llegue el método lachmanniano, pero Sedano es capaz de anteceder algunos criterios que se acercarán a lo que posteriormente será la recensio, con una particular trascendencia de la examinatio y la selectio. En cuanto a lo que en los métodos modernos (y también, en el actual neolachmanniano) es la constitutio textus, Sedano no explica que las variantes procedentes de distintos testimonios pueden configurar la elección de soluciones (emendatio ope codicum), sino únicamente que estas serán modificadas para permitir una lectura correcta, lo que ahonda en la emendatio ope ingenii, tendencia presente en el método pero con mayor recorrido en la crítica literaria de los siglos XVII y XVIII, con una visión más impresionista que no siempre invalida la solución que se ofrece.
Hemos explicado que el criterio general era conservador, y esta máxima es aprovechada por Sedano para reconocer que, como editor, no tiene «jurisdicción» para enmendar textos; lógicamente, desde su punto de vista. En cualquier caso, como el compilador reconoció a propósito de los retratos que ilustran la obra en el prólogo al tomo III del Parnaso español, priman la exactitud y la similitud a los originales, ello como mecanismo para mostrar las grandezas de la lengua castellana en su empleo por los maestros clásicos nacionales.
Además de advertir sobre los criterios ortográficos que sigue —que son los académicos—, reconoce que elimina algunos pasajes de textos para respetar la rectitud moral que también pretendían los ilustrados para el pueblo y recupera una idea de prólogos anteriores relacionada con el tamaño de los textos antologados: las traducciones extensas no se incluirían, solo estarían presentes las breves o las de aquellos autores de las que no hubiera muchas.
Tras este prólogo recoge las noticias biobibliográficas de Diego Hurtado de Mendoza, Francisco de Figueroa, Gaspar Gil Polo, Francisco de Quevedo y Villegas y Pedro Soto de Rojas. Las composiciones poéticas recogidas pertenecen a Hurtado de Mendoza, Lope de Vega (incluyendo a su heterónimo Tomé de Burguillos), Francisco de Rioja, Gonzalo Argote de Molina, Figueroa, Cosme Gómez Tejada de los Reyes (una traducción de Ausonio), Baltasar del Alcázar, Francisco de Borja y Aragón, Dionís Gambaso, Ignacio de Luzán (incluyendo traducciones de Anacreonte y de Safo), Quevedo, Francisco de la Torre, Juan de Jáuregui (una traducción de Lucano), Pedro de Padilla, Luis de Góngora, fray Luis de León, Pablo de Céspedes, Soto de Rojas, Luis Martín, Lupercio Leonardo de Argensola, Esteban Manuel de Villegas, Juan de la Cueva y Baltasar del Alcázar, además de algunas de autor desconocido, como ya había ocurrido en el tomo III.
Finaliza el volumen con el índice y juicio crítico sobre las composiciones incluidas en él.