El tomo sexto del Parnaso español es el primero en cuya portada figura el nombre del compilador, Juan José López de Sedano, quien recoge su cargo de académico de la Real Academia de la Historia. Ciertamente, el riojano ingresó en dicha corporación en 1770 en la categoría de supernumerario, pasando a numerario cinco años más tarde. El entonces Secretario perpetuo de la corporación, José Miguel de Flores y la Barrera, certificó que la entidad había autorizado a Sedano a hacer uso del mencionado título en la obra, publicándose dicho oficio tras la portada.
El prólogo del tomo sexto se centra en la poesía dramática y en su importancia como para ser incluida en la colección en sus dos especies: tragedia y comedia.
El colector dedica buena parte del prólogo a participar de esa polémica dieciochesca que achacaba a España su escaso mérito literario según arte y su perversión del teatro nacional. Recuérdese que Agustín de Montiano —que fue el primer director de la Real Academia de la Historia— publicó el Discurso sobre las tragedias españolas (1750) y el Discurso II sobre las tragedias españolas (1753), en los que hacía una defensa del género teatral en el panorama dramático español, señalando autores nacionales que las habían escrito y con arte (es decir, respetando los preceptos clásicos), como también hace Sedano en este prólogo. Montiano no defiende la patria únicamente de esa forma ante las duras críticas extranjeras, sino que crea una nueva tragedia que incluye en el primer Discurso, Virginia, y otra que anexa al segundo, Ataúlfo. Sedano conoce el tratado del vallisoletano, tal y como lo demuestran algunas afirmaciones como que antes de 1533 ya teníamos tragedias del maestro Oliva, presentes tanto en este prólogo como en el Discurso de 1750.
El riojano participa, pues, en dicha polémica, y se atreve a decir que la poesía dramática española de esta especie es la más antigua de cuantas se conservan en las naciones europeas occidentales: Francia, Inglaterra e Italia, que se tenía por la primera de todas ellas. Califica las tragedias españolas de ser las mejores del continente y de estar a la altura e, incluso, superar las de los autores griegos y latinos. Parece claro que Sedano desea defender las letras patrias de los furibundos ataques galos y de otras naciones, pero es cierto que incurre en exageraciones y en aseveraciones carentes de fundamento crítico.
Concluye el prólogo indicando que los errores que ha cometido debido a falsos informes o a descuidos los subsana en el tomo presente para mantener bien informado al lector.
Tras el prólogo podemos leer las noticias sobre Jerónimo Bermúdez y Lupercio Leonardo de Argensola. Tras ellas, obras de Bermúdez, Fernán Pérez de Oliva (incluyendo alguna traducción de Eurípides) y Argensola. Concluye el volumen con los juicios críticos sobre las obras, las erratas y las correcciones.
Descripción bibliográfica
López de Sedano, Juan José, Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Por D. Juan Joseph López de Sedano, Caballero pensionado de la Real Orden española de Carlos Tercero, y Académico de la Real Academia de la Historia. Tomo VI, Madrid: Antonio de Sancha, 1772.
xxix + 524 + xxviii pp.; 8º. Sign.: BNE, 2/71375.
La poesía dramática no debe excluirse absolutamente de la colección del Parnaso español en sus dos especies (la trágica y la cómica), como se empezó a verificar desde el primer tomo de la obra. Pero, no siendo accesible al plan de ella la comedia española, ya porque su enorme multitud y distinta naturaleza forman una provincia totalmente separada, ya aun entresacados los innumerables primores que incluyen nuestras comedias, no permite su misma abundancia incorporarse con las demás especies de poesías, puesto caso que sea respectivamente muy corto el número de las perfectas y arregladas [1] sin embargo de que está días ha averiguado —y con el tiempo podrá estar manifiesto— que tenemos nosotros mayor número de comedias perfectas y según arte que los franceses, italianos e ingleses; en esta virtud, nos queda solo la clase de la tragedia que, no habiéndose tenido por conveniente interpolar con la poesía lírica, ha parecido más oportuno publicarla separadamente.
A este efecto se ofrecen las seis tragedias que incluye el presente tomo por las más antiguas, las más famosas y las más selectas que hasta ahora sabemos existan en castellano [2]. En medio de esta verdad quisiéramos que fueran en sí tan perfectas —en particular, las que son puramente originales— que se pudieran presentar por modelos, como lo ejecutamos con las demás piezas de poesía que comprende la colección, pero estas no las tenemos, y aunque no es dudable que las habremos tenido entre las que nos consta escribieron los más ilustres poetas de la nación, no han llegado a nuestros días. Así que, no obstante que las que publicamos contienen tales primores que pueden competir y aun exceder a las más aventajadas de los griegos y latinos, nos contentaremos con ofrecerlas solo para llenar dos de los más principales objetos de esta obra, cuales son el de presentar al público nuevos tesoros y autorizados documentos de nuestra lengua y el de satisfacer el deseo de los curiosos facilitándoles unas que, ya por lo raras, ya por lo desconocidas, les sería casi imposible adquirir por otro ningún arbitrio ni dispendio, que ambas razones deben dejar muy ufano al autor de esta colección, pues entre todas las piezas que lo componen no son las presentes las que menos contribuyen a desempeñar sus ideas, aunque por otra parte sirvan de recordar la dolorosa consecuencia, tantas veces deducida como repetida por necesidad en esta obra, del estrago que han hecho el tiempo y el propio abandono en nuestras riquezas y preciosidades literarias, como se experimenta y se hace más sensible que en otros en el asunto presente, pues acaso entre las que de esta naturaleza han consumido existirían los documentos más clásicos con que, no solo desvanecer la injuriosa nota de algunos extranjeros creída de buena fe por algunos naturales de ser muy poco o nada conocido este poema en lengua castellana (que estos ya los tenemos), sino para demostrar la ventaja de los nuestros sobre los suyos con los perfectos modelos que nos faltan, pues así por la calidad de su autores como por la regulación de nuestra comedias, ya insinuadas, podemos sin arrogancia inferir lo mismo de nuestras tragedias.
Pero, aun solo con los instrumentos con que al presente nos hallamos, tenemos los suficientes para seguir y ganar instancia, porque si bien con toda imparcialidad y sencillez dejamos confesado que las presentes tragedias no se ofrecen al público por modelos para la imitación de estas obras, debemos igualmente asentar, por honor de la verdad, que debe siempre reclamarse que al tiempo que estas tragedias se escribieron y se publicaron no tan solamente nosotros no las teníamos mejores, pero ninguna de las naciones cultas de Europa las tenía tan buenas, proposición que solo puede demostrarse con el cotejo de estas obras y las semejantes de los poetas franceses, italianos e ingleses del siglo XVI.
Lo dicho solo se entiende en cuanto a la calidad de nuestras tragedias, que en cuanto a la antigüedad ya tenemos disputada y probada la primacía. Para confirmar este artículo parece que no sería muy fuera de propósito insertar aquí una noticia histórica y puntual del principio y progreso de la tragedia española, pero no lo consideramos reducible a los límites de un prólogo y, además, lo tenemos reservado para su propio lugar cuando publiquemos el discurso sobre el origen, aumentos, declinaciones y estados de la poesía castellana en general y en cada uno de sus ramos y especies en particular. Entre tanto pueden consultarse, en apoyo de esta verdad, los dos Discursos sobre las tragedias españolas que compuso y publicó con sus dos tragedias D. Agustín de Montiano y Luyando, en donde se demuestra este punto con el mayor acierto y puntualidad. Basta por ahora saber que, aun con los que cuenta más antigüedad de su tragedia en la Europa, que son los italianos, los tenemos justificada la preferencia. La tragedia más antigua que reconoce el teatro italiano es la Sofonisba de Trissino, que se representó delante de León X en el año de 1520 [3], porque la otra Sofonisba más antigua, que escribió Galeoto, marqués del Carreto, en 1502, ni ellos la cuentan ni merece el nombre de tragedia regulada [4], sino el mismo que sus comedias, que son unos difusos y prolijos diálogos alegóricos. En esta virtud, y constándonos que nuestro español Vasco Díaz Tanco de Fregenal compuso en su mocedad tres tragedias de Absalón, Amón y Saúl, sabiendo que esta pudo ser por los años de 1502, podemos decantar la primacía de nuestro teatro sobre todos por lo tocante a la tragedia, como igualmente se demostrará en su lugar por lo que toca a la comedia. Aun con algunas de las que incluimos en el presente volumen, que son las del maestro Oliva, pudiéramos también disputarla, pues constando que las compuso antes de los años de 1533 [5] y hallándose fuera de España por ejercitarse en su lengua, no hay razón que repugne a que pudo ser por los mismos años de 1520 en que se representó la del Trissino delante de León X, y más hallándose entonces nuestro autor sirviendo a aquel pontífice. Aunque este punto se halla razonablemente justificado, esperamos darle mucha mayor fuerza, autoridad y demostración cuando —si nos salen seguras las presunciones con que nos hallamos solo al presente— descubramos nuevos testimonios con que probar el uso y gusto de la tragedia en lengua castellana con cerca de un siglo más de antigüedad.
Es verdad que, aunque por las razones alegadas podamos desvanecer la supuesta nota, no destruye la razón que al parecer han tenido para fundarla, pues mal se les puede argüir con testimonios que no se han podido examinar por no haber visto la luz pública, pero este es un recurso que no vale respecto a la generalidad de la nota, porque en los autores clásicos de tragedias, tanto originales como traducidas, publicados desde nuestro Bermúdez y Oliva hasta fines del siglo pasado, que pasan de veinte, no cabe la disculpa de no ser conocidos dentro y fuera de España, pues de los que no existen publicadas las obras existe, a lo menos, la noticia de que las compusieron. De unos y de otros ofrecemos la siguiente lista por no creerla muy impropia de este lugar, ínterin que se presenta más circunstanciada, más metódica y, tal vez, más extensa, y son: Vasco Díaz Tanco de Fregenal, el maestro Fernán Pérez de Oliva, fray Jerónimo Bermúdez, Juan Boscán, Juan de Malara, Miguel de Cervantes Saavedra, Juan de la Cueva, Gabriel Lasso, Andrés Rey de Artieda, Pedro Simón Abril, Cristóbal de Virués, Lupercio Leonardo de Argensola, Cristóbal de Mesa, don Guillén de Castro, Lope de Vega, el licenciado Mejía de la Cerda, Hurtado Velarde, don Esteban Manuel de Villegas, don Jusepe Antonio González de Salas, Francisco López de Zárate.
Estos son los poetas clásicos que hasta ahora nos consta haber compuesto y traducido tragedias en castellano (sin ser de nuestro asunto tratar ahora de las que se han escrito de ambas clases buenas y malas en el siglo presente, en que se ha vuelto a resucitar este gusto), cuyo número es casi imposible averiguar sin contar las que se encuentran en algunos escritores y poetas sin nombre de autor, para que se reconozca cuán de antiguo es entre nosotros el conocimiento y uso de estos poemas y que han sido en todos tiempos tan comunes como las comedias y, en cierto modo, tan abundantes respecto a que algunos de los autores citados escribieron muchas más tragedias de las que se conocen. El mismo Juan de la Cueva, en su arte poética española [6], obra magistral y perfecta, y generalmente desconocida, pero que verá el público con brevedad, asienta que el maestro Malara, a quien solo se le conoce por autor de la tragedia de Absalón, que él mismo cita, había pues en el teatro mil tragedias, con que dio nueva luz a su antigua rudeza [7], que, aun salva la exageración, siempre prueba la abundancia de las que compuso, por cuya regla podemos graduar otros muchos escritores y cuya noticia tuviéramos si existieran otros monumentos tan antiguos y autorizados como este. De todo lo cual se debe deducir que el fundamento de la referida nota no estriba en la inexistencia de los documentos, pues constan a todos los que quieren hallarlos consultando nuestros autores y bibliotecas, sino en que no quieren buscar o en que no permite descubrirlos la desconfianza de encontrarlos.
Los que ofrecemos al público en este tomo, así por su calidad como por su antigüedad, nos han suministrado bastante materia para ostentar erudición y magisterio de la lengua en no pocos lugares y frases en que hubieran tenido lugar las notas y el comento, pero en ninguno de los tomos hasta aquí publicados se ha usado de más moderación en este particular, así por las razones que antecedentemente tenemos expuestas, como por el honor y justicia que debemos hacer a los lectores del Parnaso, pues aunque esta obra anda en manos de todos, son los menos los que logran su perfecta inteligencia, y a estos no son tan necesarios dichos auxilios.
Por las mismas causas, y debiendo ser notorio que el autor de la presente colección no pretende en ella su propio aplauso ni interés, sino el aprovechamiento del público, no tiene el menor empacho en corregirse y enmendarse en todos aquellos puntos, especies o proposiciones en que haya padecido error o equivocación por falso informe, cita, cómputo u otro descuido en que todos pueden incurrir y, así, en este tomo se empieza a verificar, corrigiendo algunos pasajes de la noticia del antecedente, que aunque no son sumamente sustanciales, no es razón tener al público equivocado ni un instante en la cosa más leve, y de la misma forma y con la propia llaneza que se ha ejecutado hasta aquí se ejecutará en lo sucesivo siempre que ocurran iguales circunstancias de equivocación o inadvertencia, no obstante que se procura caminar sobre los cimientos más sólidos y menos expuestos a falibilidad, como se expresará en otro lugar; pero a estos peligros está sujeto el que intenta labrar un terreno nuevo, escondido, dilatado, inculto, árido y, sobre todo, cubierto de precipicios y malezas como lo es el campo de las memorias de los ilustres sabios y poetas de nuestra nación.
Varios ilustrados señalaban que no todo el teatro anterior al siglo XVIII era contrario al arte: Agustín de Montiano, Blas Nasarre o, más tarde, Vicente García de la Huerta.
Debe advertirse que son calificativos que ahondan en la defensa de España en el marco de la polémica que envuelve la consideración y estima del teatro español.
Es una obra escrita hacia 1515.
Esta idea fue retomada en el Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (desde 1782 en italiano y, dos años más tarde, en español) de Juan Andrés y en los Coloquios de la espina (1785) que Sedano publicó ante las críticas que Tomás de Iriarte había vertido en la obra Donde las dan las toman (1778) sobre el Parnaso español y sobre la inclusión en él de la traducción del Arte poética de Horacio realizada por Vicente Espinel.
Esta referencia fue publicada por Montiano en su Discurso sobre las tragedias españolas (1750).
Se refiere al Ejemplar poético, obra de 1606.
La cita concreta de Juan de la Cueva, incluida en los versos 700 y 701 de la epístola I de su Ejemplar poético, es: «En el teatro mil tragedias puso/con que dio nueva luz a la rudeza».