En este segundo volumen Napoli Signorelli se ocupa del teatro en la antigua Roma. Así se pasa revista desde los orígenes del drama en la península itálica, desde las representaciones de los tiempos de los etruscos y las farsas atelanas de los oscos (a), para pasar luego al teatro de Plauto y Terencio, y al drama de finales de la República e inicios del Imperio y la Roma Clásica. Sucesivamente se abordan la tragedia de Séneca, las fábulas escénicas latinas, los mimos y las pantomimas.
Del mismo modo que en el volumen precedente, el autor napolitano dedica un capítulo a describir los edificios teatrales (el teatro romano como edificio y los teatros del Imperio), para después examinar la decadencia de la poesía dramática en los años del bajo Imperio. En el capítulo final indaga en las causas que explicarían los «diez siglos de la barbarie», que, desde los tiempos de Tiberio y Calígula, indican la ausencia de obras de relieve y de escritores escénicos («vuoto della storia teatrale»), en el que «los déspotas hacen enmudecer a los poetas dramáticos», al tiempo que el cristianismo, enfatiza Napoli Signorelli, declara la guerra a la superstición y estigmatiza el teatro en sus predicaciones.
El volumen, al igual que el precedente, se cierra con un útil apartado final de notas y observaciones complementarias a cargo del erudito campano Carlos Vespasiano (pp. 281-290).
- La farsa atelana, originariamente en idioma osco, se remonta al siglo IV a.C. Suele atribuirse su origen a los habitantes de la antigua ciudad de Atella, en la actual región italiana de Campania, siendo sucesivamente asimilada por los romanos. Consistía en una serie de improvisaciones satíricas, de carácter popular, que combinaban todo tipo de bromas y chascarrillos, tanto en prosa como en verso. En su puesta en escena los actores solían utilizar máscaras, que solían repetirse. El género alcanzó su máxima popularidad en tiempo de los emperadores Adriano y Trajano.