El tomo VII de la Historia literaria de España de los Mohedano supone un paréntesis en la narración histórica que ellos mismos habían propugnado en tomos anteriores. El XII había sido el último libro del plan general de la obra que habían desarrollado. En esta ocasión se dedican a hacer una apología de los españoles y defenderlos de las injurias de algunos autores (especialmente Bettinelli y Tiraboschi), que los consideraban corruptores de la elocuencia y del gusto romanos.
Es un volumen sin prólogo y, tras el índice, se incluye directamente los que ellos denominan «Disertación apologética sobre la corrupción de la literatura y elocuencia romana, su época y causas, defensa de los españoles, especialmente de Marco Séneca y de la familia Annea», que dividen en dos partes.
Los padres franciscanos desgranan los motivos por los que ellos consideraban que los españoles no habían corrompido la elocuencia del Imperio, sino que había sido la propia Roma la que provocó ese descenso y lo exportó a otros territorios (como pasa de la cabeza al cuerpo), entre los que estaría también España. Las principales causas que se habían atribuido eran la mala educación natural, civil y moral de los niños, la mala educación literaria por el mal método e ignorancia de los maestros, la diferencia de ejercicios y premios en tiempo de la República y de los emperadores y un último motivo asignado por Tiraboschi y relativo al pape que jugó Séneca en todo aquello. Todo lo van refutando los Mohedano, defendiendo a sus paisanos y, en general, a los españoles, de lo que dicen que poco pudieron hacer ante, por ejemplo, la mala elección de emperadores que echaron por tierra las costumbres romanas; es más, les otorga un papel de renovadores, en la medida en que se les permitió.
Incluso aportan una nueva causa de ese descenso de la elocuencia romana:
nosotros nos lisonjeamos haber descubierto una bastantemente eficaz y que parece se ha ocultado a la perspicacia de los críticos. Esta es haberse propuesto los romanos por modelo a los griegos y haberlos imitado en un tiempo en que aquella sabia nación había degenerado mucho de la perfección de la elocuencia y aun de toda clase de buena literatura.
A partir de ahí, los Mohedano señalan algunos verdaderos —a su juicio— corruptores de la elocuencia romana: Cayo Asinio Polión, Bruto, Cayo Licinio Calvo, Cayo Mecenas, Publio Ovidio Nasón, Cayo Veleyo Patérculo, Publio Siro, Lucio Pomponio, Décimo Laberio, Casio Severo, Lucio Arruncio o Fabio Máximo, entre otros, incluso algunos griegos y galos.
Dedican gran parte del excurso a rebatir las ideas de Tiraboschi y finaliza el volumen con el «Índice de las cosas notables».
