Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Tomo I

Juan Andrés; Carlos Andrés (traductor)
1784

Resumen

El jesuita Juan Andrés (1740-1817) publicó un ambiciosa historia literaria universal durante su exilio italiano. La obra, cuyo título original fue Dell’Origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, la publicó en la ciudad de Parma, en la Stamperia Reale, a cargo del reconocido tipógrado Giambattista Bodoni. Los sucesivos volúmenes aparecieron entre 1782 y 1789. Desde el principio, contó con algunas críticas y comentarios de los que le defiende su hermano y traductor al español de la obra completa, Carlos Andrés. La versión española apareció entre los años 1784 y 1806 en diez volúmenes que publicó Antonio de Sancha.

El primer volumen tiene un carácter introductorio en el que el autor plantea su visión epistemológica de la historia literaria en el sentido dieciochista del término, con la que intenta establecer una distancia respecto de la propuesta disciplinar formulada por los enciclopedistas franceses.

Descripción bibliográfica

Andrés, Juan, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Obra escrita en italiano por el abate D. Juan Andrés, individuo de las Reales Academia Florentina, y de las Ciencias y buena Letras de Mantua. Y traducida al castellano por D. Carlos Andrés, individuo de las Reales Academias Florentina, y del Derecho Español y Público Matritense. Tomo I, Madrid: Antonio de Sancha, 1784.
14 hs., 482 pp.; 4º. Sign: BNE 2/59397.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

Bibliografía

Andrés, Juan, La Literatura Española del siglo XVIII, ed. y estudio de Mombelli, Davide, Madrid: Instituto Juan Andrés, 2017.

Andrés, Juan, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, est. Aullón de Haro, Pedro, Jesús García Gabaldón, S. Navarro y C. Valcárcel, Madrid: Verbum, 1997-2001.

Cervone, Anthony V., An Analysis of the Literary and Aesthetic ideas in Dell'origine, dei progressi e dello stato attuale d'ogni leteratura of Juan Andrés, St. Louis University, 1966.

Domínguez Molto, Adolfo, El abate Juan Andrés y Morell: un erudito del siglo XVIII, Alicante: Diputación provincial, 1978.

García Gabaldón Jesús, Juan Andrés (1740-1817), Madrid: Verbum, 2017, pp. 35-42.

Garrido Palazón, Manuel, Historia literaria, enciclopedia y ciencia en el litearto jesuita Juan Andrés: en torno a Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Alicante: Instituto Juan Gil Albert, 1995.

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Menéndez Pelayo, Marcelino, «El abate Andrés», en Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, Santander: Aldus, 1942, pp. 31-43.

Rodríguez Sánchez de León, María José y Miguel Amores Fúster, eds., La ciencia literaria en tiempos de Juan Andrés (1740-1817), Madrid: Visor, 2019.

Cita

Juan Andrés; Carlos Andrés (traductor) (1784). Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Tomo I, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/origen-progresos-y-estado-actual-de-toda-la-literatura-t-i> Consulta: 10/10/2024].

Edición

PREFACIÓN DEL TRADUCTOR

Muchos sabios han juzgado que a la formación de la Historia de toda la literatura debían concurrir dos personas, una que recogiese los materiales y otra que los separase, pesase, distribuyese y acomodase, creyendo que una empresa semejante era superior a las fuerzas y capacidad de un hombre solo, aun cuando a una inmensa lectura y a una erudición universal, acompañase la más profunda meditación y la más sabia crítica. Pero, sin embargo, esta grande empresa es la que intenta el autor de la presente obra Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Si es capaz de ejecutarla y superar las grandes dificultades que precisamente se le han de ofrecer, no debo decirlo yo, ni si el primer tomo, que hasta ahora se ha publicado en italiano y yo traduzco, nos da motivo para hacer un pronóstico ventajoso, por más que ya le hayan formado varios hombres doctos y que así se haya expuesto en muchos papeles públicos de Italia. Tampoco hablaré de la utilidad de la obra, pues aunque creo poder decir que el primer tomo hace formar tal idea de las vicisitudes que ha sufrido la literatura, cual difícilmente se adquiriera con la lección de muchos libros, sino que dejándole en libertad para que forme su juicio, pasaré a examinar ligeramente algunos defectos que se le han notado, pero de tal calidad que, lejos de disminuir su mérito, le realzan y manifiestan.

El continuador de las Noticias literarias de Florencia [1], después de haber dicho que el autor de esta obra está dotado del talento necesario para ejecutarla, añade que, siendo capaz de componerla por mayor, tal vez no ha podido tener la paciencia de recoger bastantes materiales para colorir su lienzo, esto es, que sus opiniones están confirmadas con pocos hechos históricos. Pero ¿quién no ve que en una historia de la literatura debe haber solo aquellas imágenes, o hechos históricos, que basten para comprobar la aserción y no una multitud de ellos, que solo sirva para molestar a los lectores? ¿Y que en un ensayo de la obra, como puede considerarse este primer tomo, es preciso tratar las materias ligeramente y no con aquella extensión que esperamos en los otros? El segundo, que no tardará en publicarse, podrá manifestarnos si el autor está falto de materiales, pues, habiéndose de hablar en él solamente de las buenas letras, podrá hacerse con toda la extensión que pide su objeto. Pero no por esto entienda que consentimos de modo alguno en la objeción que se hace al primer tomo mediante que el autor no trata paradojas improbables, no aventura opiniones singulares o atrevidas, ni menos propone cosa alguna que no deje probada con hechos históricos, noticias, autoridades, o reflexiones críticas, pero todo con aquella economía y juicio censorio que el lector encuentra en el cuerpo de la obra y que justifican lo bien combinado del plan y el acertado método con que su autor le desempeña.


El Diarista de Módena, después de haber dado muchos elogios a este tomo, dice que quisiera que el autor hablase más a la larga de la literatura griega y romana y no tanto de la arábiga, pero quien reflexione los motivos que ha tenido para no hacerlo así, creo que no podrá dejar de aplaudir su método.

Los árabes están tenidos comúmente por gente bárbara y destructora de la literatura. Para desvanecer esta preocupación y probar después que, por medio de ellos se ha introducido la cultura moderna, era preciso tratar el punto con extensión exponiendo el mérito de su literatura, que es poco conocida, y manifestando la influencia que tuvo en el restablecimiento de las buenas letras, y mucho más en el de las ciencias, sin pasar por alto los útiles inventos que los árabes nos comunicaron. La novedad de la opinión y el honor que resulta a nuestra España de haber sido la depositaria de las letras y haber comunicado este rico tesoro a las demás naciones, empeñaron al autor, con justo motivo, en varias discusiones oportunas y que hubieran sido superfluas cuando trata de la literatura griega y romana, cuyo mérito es suficientemente conocido.

En las Efemérides de Roma, donde se insertó un extracto de este tomo, se lee una vehemente impuganción contra el capítulo VII, fundada en suponerse que eran de él las palabras y claúsulas con que el abate Antonio Eximeno, autor del extracto, procuró exponer la mente del abate Juan Andrés acerca del estado de la literatura eclesiástica desde fines del siglo IV en adelante. Pero, habiéndose vindicado el mismo Eximeno por medio de una carta dirigida al Rmo. padre fray Tomás María Mamachi, maestro del Sacro Palacio, que se tomó la libertad de variar el extracto sin haberle entendido y de impugnar la obra sin haberla leído, no nos detendremos a satisfacer dicha impugnación, remitiéndoos a la citada carta, que ya está traducida al castellano por un amigo mío, y acaso correrá impresa antes que se publique este tomo.

Últimamente el editor de esta obra en Venecia ha tenido a bien aumentarla con varias notas, que creeríamos inoportunas, aun cuando él no confesara que algunas de ellas las ha puesto para engrosar el primero de los tres tomos en que ha dividido el de la edición de Parma. Sea o no justo el motivo que expone, lo cierto es que su confesión e ingenuidad parece que no le hacen tan responsable a la crítica como lo fuera si las hubiese puesto únicamente por juzgar que la obra las necesitaba. Sirva esta reflexión de respuesta a sus contradicciones y a la rareza de pretender que una historia filosófica de la literatura pareciese una obra bibliográfica, que un cuadro donde debe brillar la viveza del colorido y la juiciosa elección de las figuras, contuviese indistintamente toda especie de imágenes, y que la confusión, la multitud de ideas y de citas ocupasen el lugar que tienen en la obra el discernimiento, la regularidad y la crítica.


A pesar de estas leves objeciones, los mismos papeles periódicos que las publican y los mismos eruditos que las han formado, se esfuerzan para hacer ver el mérito de esta obra, que tal vez se podrá reputar por única en su especie, con elogios que en ellos están a cubiero de toda sospecha y en mí parecieran dictados por el interés de la sangre y por el amor a la patria. Me ha causado suma complacencia ver que los sabios de Italia hayan tomado tan a su cargo eximirme del que me correspondía por tantos títulos y hayan precedido a los españoles en el aprecio con que han admitido la obra de un paisano suyo. Estas consideraciones, unidas a la de parecerme que nuestra España tiene fundado derecho a que se le presente en su idioma propio la obra de un hijo suyo, que, por testimonio de los eruditos de Italia, ha llegado a poseer toda la gala y energía de una lengua extranjera y a saber acomodarla a la imaginación fogosa de los españoles, me han resuelto a emprender la traducción que ofrezco al público.


PREFACIÓN DEL AUTOR

Una historia crítica de las vicisitudes que ha sufrido la literatura en todos tiempos y en todas naciones, un cuadro filosófico de los progresos que, desde su origen hasta el día de hoy, ha tenido en todos y en cada uno de sus ramos, un retrato del estado en que se encuentra actualmente, después del estudio de tantos siglos, una perspectiva, digámoslo así, de los adelantamientos que le faltan que hacer todavía, no puede menos que agradar a los literatos, aunque no se les presente con la perfección posible. Y así me he propuesto tratar de todos estos puntos en la presente obra Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura.

Mi intento, tal vez demasiado temerario y atrevido, es dar una perfecta y cabal idea del estado de toda la literatura cual no creo que se encuentre en autor alguno. Tenemos infinitas historias literarias, unas de naciones, provincias y ciudades, otras de ciencias y artes particulares, todas en verdad utilísimas para el adelantamiento de los estudios. Pero aún no ha salido a luz una obra filosófica que, tomando por objeto toda la literatura, describa críticamente los progresos y el estado en que ahora se encuentra y proponga algunos medios para adelantarla. El deseo de presentar a la república literaria esta obra tan importante de que carece me da aliento y servido de estímulo para emprender un trabajo que conozco muy bien cuan superior es a mis fuerzas. Ciertamente no pretendo satisfacer con esto la curiosidad de los literatos en materia tan vasta y copiosa, solo deseo que este mi trabajo tal cual es pueda excitar el ingenio de los eruditos a dar a los puntos, aquí únicamente indicados, aquella extensión y ampliación que corresponde a su dignidad y a perfeccionar el cuadro de que yo no hago más que tirar las primeras líneas.


Deberemos, pues, dar en esta obra una exacta noticia de los progresos de todas y de cada una de las partes de la literatura. Mas para tener un principio desde donde empezar a describir estos progresos, es preciso decir algo sobre su origen, del cual tenemos tantos tratados particulares y sabemos aún tan poco, que no he juzgado de caso detenerme en largas disertaciones sobre puntos tan oscuros y que podríamos ilustrar muy poco, habiendo tantos otros más importantes, que se pueden controvertir con mayor provecho y utilidad, y así únicamente indicaré el origen de cada ciencia para fijar un principio de donde se deriven sus progresos. No obstante, al título de la obra De los progresos y del estado actual de toda la literatura, he añadido «del origen» por condescender a las insinuaciones de algunos doctos a quienes parece que, expresando solamente «de los progresos», no se entiende de donde empiezan, ni creen que el título de la obra presente una época distinta de su principio.

Pasando después a examinar los progresos de toda la literatura, es preciso dividir en varias clases las ciencia para evitar confusión y seguir algún orden y distinción en la inmensa multitud de tantas materias. Las muchas divisiones que hasta ahora han hecho los doctos prueban la dificultad que hay en dar una excata y cumplida que pueda merecer la aprobación de todos. Algunos las han dividido en «necesarias», «útiles», «agradables» y «frívolas». Pero, ¿quién no ve que todos no pueden aprobar semejante distinción? Porque, aun dejando aparte las otras clases, solo en la de las ciencias agradables es preciso que haya tanta contrariedad de opiniones cuantas son las diversas inclinaciones de los hombres. La Historia, la Física y casi todas las otras ciencias son a muchos infinitamente más deleitables que todas las gracias de la poesía y bellezas de las artes. La división de Bacon, abrazada después por los autores de la Enciclopedia y seguida fielmente de Bielfeld, merece ciertamente la preferencia sobre todas las que hasta ahora se han hecho. Divide Bacon toda la doctrina humana en tres clases, tomadas de las tres potencias de nuestra alma, esto es, en Historia, que pertenece a la memoria; en Poesía, que es parto de la imaginación y finalmente en Filosofía, obra de la razón. D'Alembert en el Discurso preliminar de la Enciclopedia, explica a la larga, con su acostumbrada agudeza, la congruencia de esta división de la doctrina humana y, conforme a la misma, divide los literatos en eruditos, filósofos e ingenios amenos: la memoria es el talento de los eruditos, la sagacidad la dote de los filósofos y las gracias el distintivo de los ingenios amenos. Y estos tres distintos talentos forman tres clases de hombres que no tienen otra cosa de común entre sí en la república literaria sino el despreciarse mutuamente. Esta división es muy propia si consideramos la relación de las ciencias con las potencias de nuestra alma, pero no es muy proporcionada para seguir los progresos hechos en el estudio de aquellas. La Gramática forma una parte de la Filosofía, pero tratando históricamente del adelantamiento de las ciencias, ¿no estará mejor colocada al lado de la Elocuencia y de la Poesía que junta con la Metafísica? La Historia natural y la eclesiástica sin duda pertenecen a la Historia, pero ¿cómo se ha de separar aquella de la Física y esta de la Teología? Últimanente bien podrá usar de la división de Verulamio el que haya de examinar la genealogía de las ciencias, pero no el que desee escribir su historia. No necesitando para nuestro intento de una división muy exacta, nos contentaremos con distinguir la buenas letras y las ciencias, dividiendo estas en naturales y eclesiásticas. Espero que esta división sea la más oportuna al orden que exige la presente obra y esto me basta para admitirla con preferencia a las demás.


Mi principal cuidado o, por mejor decir, el único deberá dirigirse a dar una justa idea de la literatura en todas sus clases. Para este fin, dividiendo la obra en cuatro tomos, antes de entrar a examinar distintamente los progresos de las letras en todas sus clases particulares, he pensado exponer en el primero los adelantamientos, los atrasos y las variaciones que, en diversas épocas, han sufrido, y formar brevemente una historia general filosófica de toda la literatura. En esta daremos una ligera mirada a todos los pueblos que tuvieron alguna cultura antes de los griegos, sin olvidar el bailliano, al cual ha sabido hacer tan célebre el ingenio y erudición de Bailly, que ha merecido la atención de los literatos. ¿Qué vasto y delicioso campo nos nos presenta la literatura griega, la romana y posteriormente la eclesiástica? ¿Cuánto más fácil hubiera sido formar gruesos volúmenes de tan copiosa materia que reducirla a breves capítulos, evitando el riesgo de caer en una árida y despreciable superficialidad? He sido más difuso en la literatura arábiga, pero la ignorancia y el error en que estamos generalmente acerca de su mérito y la novedad e importancia de la investigación sobre el origen de la literatura moderna derivada de aquella, me dan algún techo para dejar correr la pluma con mayor libertad. En los siglos posteriores tenemos más claras y seguras noticias de estado de la literatura, pero, como por lo regular, casi todos se ciñen a la erudición nacional y pocos tienen conocimiento de la extranjera, espero que no será desagradable una obra que las abrace todas.

En el II tomo me he propuesto tratar particularmente de los progresos hechos en las Buenas Letras, bajo las cuales se comprenden la Poesía, la Elocuencia, la Historia y todos los estudios filoslógicos. Pero no me contentaré con examinar generalmente los progresos de estas clases, sino que en todas ellas trataré con distinción de cada una de sus partes. No basta, por ejemplo, dar una noticia general de los progresos de la Poesía, sino que se han de examinar distintamente la épica, la didascálica, la dramática, la lírica, los pequeños poemas y todas las demás composiciones poéticas, sin exceptuar los romances como pertenecientes también a la Poesía. Y siguiendo el mismo plan en las otras clases, se forma una perfecta y cabal idea de todos los progresos de las buenas letras. Para esto es precisa una exacta y justa crítica de los escritores y de las obras que han tenido en ella alguna parte y así he querido leerlas más de una vez y formar por mí mismo el juicio sin sujetarme al de otros, como se hace con mucha frecuencia. He visto en algunos autores tan poca sinceridad y en otros tanta ignorancia, he encontrado tan discordes en sus juicios aun a los jueces más ilustrados que he creído no poder tomar más seguro partido que el de formar mi juicio leyendo con cuidado las mismas obras y manifestarlo libremente al público.


En el III tomo tratará solo de las ciencias naturales, describiendo filosóficamente los progresos de cada una de ellas en todas sus partes. Se verán crecer sucesivamente, aunque con algún intervalo, desde su origen hasta el estado en que ahora se encuentran las Matemáticas puras y mixtas, la Física experimental, la Química, la Historia natural, la Botánica, la Medicina, la Cirujía, la Filosofía, la Jurispridencia y, en suma, toda clases de ciencias naturales. En cuyo trabajo no me hubiera resuelto si no hubiera tenido delante un Montclar, un Bailly, un Le Clerc, un Freind, un Portal [2] y otros tantos escritores famosos que se dedicaron a ilustrar la historia de cada una de ellas. Pero estas historias, aunque es verdad que pueden contribuir mucho para el conocimiento de los progresos de las ciencias, no son suficientes para informarnos exactamente de ellos. Para esto es indispensable examinarlos en sus fuentes y estudiar los autores que los han hecho. ¿Y podré yo lisonjearme de algún modo de haber acabado una empresa tan difícil? ¿Qué estudio o qué aplicación será bastante para evitar toda inadvertencia y error en la lectura de tantos autores y en el examen de tantos puntos? Por eso me acojo a la indulgencia de los lectores y de nuevo protesto que el mayor fruto que espero de este trabajo es excitar a otros ingenios más sublimes a entrar con más felicidad en esta empresa.

El poco aprecio en que ahora se tienen los estudios eclesiásticos hará tal vez pensar a alguno que el IV tomo, por comprender estos solos, deberá salir muy árido y estéril. Pero yo creo que el reducir a un plan histórico y filosófico las vicisitudes de las ciencias eclesiásticas, es todavía un asunto enteramente nuevo y que su novedad e importancia me dan mayor libertad para tratarlo más a la larga y desenvolver muchos puntos aun no examinados por otros. El estudio de la Sagrada Escritura y el de la Historia eclesiástica se han dividido en tantos ramos, la Teología ha recibido sucesivamente tanta extensión, el Derecho canónico ha padecido tantas mudanzas y todas las ciencias eclesiásticas presentan tantos asuntos por aclarar que todo ello debe hacer no menos importante aquel tomo que los precedentes. Y este es en compendio todo el plan de la presente obra Del origen, progresos y estado actual de toda la literatura.


Pero volviendo al primer tomo que ahora publico, he juzgado necesario dar en él una idea general del estado de toda la literatura, dividida en varias épocas, desde su origen hasta el presente siglo. Solo el examen de su estado antes de llegar los griegos presta abundante materia para muchas y eruditas investigaciones. Pero después de especulaciones largas y penosas, ¿qué podremos sacar sino conjeturas insistentes y poco fundadas? He procurado, después de mucha lectura y atenta reflexión, presentar con claridad aquello poco que, en materias tan remotas y oscuras, se puede establecer con algún sólido fundamento. La literatura de los griegos es más digna de nuestra atención, y nos debe ocupar mucho más, pudiendo en realidad llamarse el origen de toda la literatura. Por lo mismo he querido buscar alguna época de su verdadero origen, que nadie ha fijado hasta ahora, y examinar las causas de sus progresos, que no veo aún bastantemente declaradas. Para dar una idea más cabal de las literaturas griega y romana, me ha parecido del caso, además de describir separadamente el estado de una y otra, juntarlas después ambas y formar con el mayor cuidado un paralelo de ellas. Acaso algunos llevarán a mal que se forme una época de la literatura eclesiástica, pero no pensará de esta suerte quien tenga conocimiento de los estudios que florecieron después de la decadencia de la griega y la romana y de las personas a que estaba casi reducida su cultura. Debe ciertamente causar admiración el ver, después de Carlomagno, promoverse, con el mayor empeño por los más podereosos monarcas y personas de más alta jerarquía, la restauración de las letras y estas, por el contrario, ir decayendo más cada día hasta llegar al mayor abatimiento. Por lo cual procuraremos averiguar la verdadera causa de este suceso desgraciado.

Nada hasta ahora ha tratado de la literatura arábiga según su mérito. Pocock, Herbelot, Hottinger [3] y algunos otros han dado muchas noticias que puede servir para ilustrarla de algún modo, pero ninguno se ha propuesto darla a conocer exactamente. La novedad de la materia me ha empeñado en arduas investigaciones, de las cuales yo mismo no esperaba poder salir con felicidad. Oportunamente la benignidad del católico monarca Carlos III, glorioso promotor de todas las empresas literarias, me honró con la Bibliotehca arábico-hispana escurilensis, compuesta por el eruditísimo Casiri [4], regalo verdaderamente inestimable, así por la augusta mano que le dispensa, como por el inmenso tesoro que contiene de erudición arábiga. Cuánto deba yo a este inmortal trabajo de Casiri y cuánto uso haya hecho de sus inumerables noticias, lo manifiesta toda la parte de esta presente obra que trata de la literatura arábiga. Pero aquella docta obra, teniendo solamente por objeto la noticia de los códices arábigos, que ahora se conservan en la Biblioteca de El Escorial, no puede suministrar cuantos materiales se requieren para formar un cuadro de toda la literatura arábiga y, a fin de poderla dibujar de algún modo, ha sido preciso entresacar en toda suerte de libros cuanto me venía a las manos que pudiese aplicarse a tal asunto, sin que por esto quiera lisonjearme de un feliz suceso.


Estas indagaciones me han hecho ver la grande influencia de la literatura arábiga en la restauración de la europea. Pero para aclarar de algún modo este punto tan importante, ¿cuántas intrincadas cuestiones he debido explicar y a cuántas nuevas investigaciones no me he visto precisado? El conocimiento de la literatura española, casi tan desconocida para muchos como la arábiga, el examen de los escritores de los tiempos bajos, ahora my olvidados, la averiguación del origen y cultura de las lenguas modernas y de su poesía, el estudio de los antiguos poetas españoles y provenzales, y otras muchas investigaciones no menos penosas que necsarias, me han dado alguna luz para descubrir una verdad que a muchos parecerá una paradoja ridícula y es que la literatura moderna reconoce por su madre a la arábiga, no solo en las ciencias, sino también en las buenas letras. Para manifestar todavía mejor la influencia de los árabes en la cultura de Europa, he querido traer algunos inventos cuyos honor se disputan inútilmente muchas naciones, siendo así que los debemos a aquellos. El papel, los números, la pólvora y la brújula han llegado hasta nosotros por medio de los árabes. Acaso el reloj oscilatorio, la atracción ahora tan famosa y algunos otros ruidosos descubrimientos de los siglos modernos fueron conocidos de aquella nación mucho antes que llegaran a noticia de nuestros filósofos. Los colegios de educación, los observatorios astronómicos, las academias y otros establecimientos literarios no piensan deber a los árabes su origen y tal vez no se me querrán mostrar muy obligados por haberles encontrado una tan remota antigüedad.

Desvanecida la preocupación tan dominante contra la literatura arábiga, es preciso combatir otra no menos común a favor de la griega. Se pretende que la época de la restauración de los buenos estudios en nuestras provincias deba contarse desde la Toma de Constantinopla y que los vencidos griegos hayan traído a Italia en el siglo XV el gusto de las letras, como lo habían introducido en los pasados en el tosco y agreste Lacio. Nosotros, al contrario, hacemos ver que la ruina del Imperio griego acarreó muy pocas ventajas a la literatura latina y que la Italia antes de aquel tiempo era más culta y tenía mejor gusto en los estudios que la misma Grecia.


Por lo que toca a la literatura de los siglos posteriores, he experimentado la dificultad observada de Horacio: Difficile est proprie communia dicere. ¿Qué podrá decirse sobre este punto que sea notorio? No obstante, la idea que presentamos del mérito literario así del siglo XVI como del XVII y tal vez más de el del presente, será nueva para muchos, que no miran los estudios de cada una de estas edades bajo los verdaderos aspectos con que ellos se nos presentan. Para dar la última mano al cuadro del estado actual de la literatura, convendría señalar los progresos que le falta hacer, del mismo modo que se manifiestan los que hasta ahora se han hecho. Pero ¿cómo es posible tener una vista tan perspicaz que llegue a descubrir todo esto? En el discurso de esta obra propondremos uno u otro adelantamiento que podrá hacerse en todas las clases y en este tomo, manifestando tan solamente alguno, nos abstendremos de molestar más a los lectores, cansados ya de la lectura de tantas materias.

Es sobrado vasto el objeto que me he propuesto y muy superior a mis fuerzas para que pueda lisonjearme de haberlo tratado dignamente. Las circunstancias en que me hallo hacen más difícil esta empresa que, por si sola, era sobradamente ardua y dificultosa privándome de algunos auxilios que podrían serme muy oportunos para este fin. Nunca podrá igualar mi agradecimiento a la generosidad de muchos amigos que, cortés y liberalmente, me han franqueado el uso de sus libros. Pero estos no podían proveerme suficientemente de las muchas y varias noticias que se requieren para desempeño de una obra de esta naturaleza. Muchos libros que aquí no se encuentran he tenido que hacérmelos traer de otras partes o pasar personalmente a otras ciudades para consultarlos. Muchas noticias que me era imposible adquirir aquí, las he procurado saber por cartas, no sin gran fatiga y pérdida de tiempo, y no he omitido medio alguno para hacer esta obra más acreedora a la luz pública a quien tengo el atrevimiento de presentarla. Pero, ¿podré esperar haberlo conseguido? Conozco que muchos me llamarán temerario en vista solo de un plan tan vasto aun antes de leer la misma obra y otros, después de haberla leído, me pondrán con más motivo la misma nota. No procuraré exponer razones para justificar mi atrevimiento y diré solamente que in magnis voluisse sat est [5] y que si mis trabajos, sean los que fueren, acarrearán alguna utilidad a los estudios llevaré con paciencia las acusaciones de los rígidos censores.

  1. La Novelle letterarie pubblicata in Firenze comenzó a imprimirse en 1740 en la Stamperia Gran Ducale por Tartinie y Franchi. Con frecuencia sus informaciones fueron recogidas por el Memorial Literario y por el Espíritu de los mejores diarios.
  2. Jan Sylvain Bailly (1736-1793), astrónomo, político y académico francés, sobresalió por sus estudios sobre el cometa Halley. Fue autor de la Historia de la astronomía antigua (1775), Historia de la astronomía moderna (1778-1783) e Historia de la astronomía india y oriental (1787); Georges Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788) es el afamado naturalista, botánico, biólogo, cosmólogo, matemático y escritor francés y John Freind (1675-1728) fue un médico británico cuya obra más importante fue The History of Physic (1725-1726).
  3. Pocock sobresalió como arabista al igual que Barthélemy d’Herbelot de Molainville (1625–1695), orientalista francés, y Johann Heinrich Hottinger.
  4. Miguel Casiri de Gartia o de Gaeta (Mija'il al-Gaziri (مخائيل الغزيري) (Trípoli, 1710 ‑ Madrid, 1791), teólogo, arabista,  bibliógrafo y bibliotecario, desempeñó tal cargo en la Biblioteca Real cuando Mayans y Siscar era su director. Gracias al apoyo de fray Martín Sarmiento tarbajó en la Biblioteca de El Escorial para formar el catálogo de códices árabes, en lo que fue ayudado por Manuel Martínez Pingarrón y el hebraísta José Rodríguez de Castro (1739-1789). La obra, patrocinada por Mayáns, fue publicada por Antonio Pérez de Soto, impresor madrileño que entre 1760 y 1775 realizó las primeras obras de tipografía árabe del arabismo español.
  5. «En las cosas grandes, el solo acometerlas honra», verso de Sexto Propercio (s. 50-15 a.n.e.).