El volumen tercero de Origen, progresos y estado actual de toda la literatura comprende el estudio de la literatura desde la antigüedad al presente. En la parte preliminar Juan Andrés realiza un repaso de esta desde los asiáticos hasta el gusto presente. Incluye unas reflexiones sobre el paralelismo entre los autores antiguos y los modernos y sobre el sentido del gusto.
Los tres capítulos que lo componen se dedican a la poesía en general, a la poesía épica y a la didascálica. En el «Prefacio» Juan Andrés detalla los criterios conforme a los cuales selecciona a los autores, con qué intención realiza sus lecturas y la utilidad que pretende que se obtenga de la información que proporciona en el volumen.
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Descripción bibliográfica
Andrés, Juan, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Obra escrita en italiano por el abate D. Juan Andrés, individuo de las Reales Academias Florentina, y de las Ciencias y buenas Letras de Mantua. Y traducida al castellano por D. Carlos Andrés, individuo de las Reales Academias Florentina, y del Derecho Español y Público Matritense. Tomo III, Madrid: Antonio de Sancha, 1785.
xxiv, 428 pp.; 4º. Sign.: BNE 2/59399
Antes de presentar al público este segundo tomo debo rendirle las más sinceras gracias por la buena acogida con que se ha dignado honrar el trabajo que empleé en el primero y darle cuenta con candor e ingenuidad de mi conducta, que tal vez parecerá reprehensible por haberme extendido demasiado en algunos puntos de este segundo. Estoy plenamente persuadido de la verdad del dicho de los griegos que un gran libro es un gran mal, para que procurase reducir mis volúmenes al menor número y a la menor magnitud posible. En efecto, por esto había ceñido toda la vasta materia de las Buenas Letras a un tomo regular cuando el favor público y el sentimiento que algunos han manifestado de mi brevedad en varios puntos del primer tomo, me han preocupado de algún modo y, con título de gratitud, me han inducido a dar mayor extensión a las materias que contiene y a dejar correr más libremente la pluma en la composición de este. In vitium ducit culpa fuga si caret arte: me he dejado llevar tanto de los deseos de algunos que temo haber agotado la paciencia de todos.
[...] Pero he creído que para hacer conocer los progresos de las Buenas Letras era más conveniente examinar las obras ya conocidas, que algunos han dado a luz, que buscar aquellas otras que son muy imperfectas para que puedan haber contribuido de algún modo a su mayor adelantamiento. Busquen, pues, otros semejantes noticias que pueden dar algún ornamento a la literatura patria o mayor ilustración a algún punto de historia, pero nosotros, que examinamos los progresos que han hecho las Buenas Letras, no debemos atender a los nombres desconocidos, y oscuros, mas sí fijar nuestra consideración en los autores clásicos y examinar con mucha atención el verdadero mérito de cada uno de ellos. He creído que este debía ser mi empeño y que a él debía dirigirse principalmente mi estudio.
A este fin he querido formar por mí mismo el juicio de tales autores leyendo y volviendo a leer con reflexión sus obras y no me he satisfecho con remitirme solamente al dictamen de otros. Por grandes y respetables que sean los escritores, cuyas opiniones podría referir, no sé sujetarme enteramente a su autoridad aunque gravísima. En las materias de gusto pocos escritores dicen lo que sienten, y aun algunos no saben aquello que dicen. Uno, dice Voltaire, a quien le embelesará Ariosto no se atreverá a confesarlo y dirá bostezando que la Odisea es divina. ¿Cómo podré yo fiarme del juicio de un escritor, aunque tenido en mucho aprecio, si encuentro que aquí y allí va tejiendo varios elogios a los poemas de Homero y después habla de la Ilíada como si solo tuviese doce cantos y da a entender claramente no haber leído jamás, ni saber qué vienen a ser los poemas de Homero? Si yo, al dar una idea de los progresos de las letras humanas en estos tiempos, me hubiese sujetado al juicio de un escritor tan respetable como Voltaire, ¿cuántos escritos miserables no hubiera propuesto como obras magistrales y clásicas? Se ve con frecuencia que los escritores se dejan llevar de la pasión para alabar o deprimir algún escrito, celebran una obra porque la oyen alabar comúnmente y no porque encuentran en ella verdaderas gracias, aplauden a un autor que no tienen en aprecio por no oponerse a las opiniones populares y, al contrario, elogian o desprecian otros solo por apartarse del común modo de pensar, dejan correr la pluma y escriben lo que no sienten en su interior por convenir así a la materia que tratan, por dar fuerza a un argumento, por formar una antítesis, por expresar un concepto, por hacer armonioso y sonoro un periodo y sacrifican el propio juicio a respetos vanos, a preocupaciones vulgares y a las más despreciables pasiones. Pero, dejando todo esto aparte, aun cuando los escritores exponen con inteligencia y sinceridad sus juicios, son estos tan diversos que difícilmente podrá decidirse cuál de ellos deberá ser preferido. Cicerón recomienda las sales de Plauto y Horacio no puede sufrirlas. Cicerón alaba los versos de Arato y Quintiliano hace de ellos poco aprecio. Los censores inteligentes juzgan con frecuencia diversamente no solo acerca de un mismo libro, sino sobre un mismo concepto. [...] Todavía crecerá más nuestra confusión cuando a un mismo escritor le veremos formar juicios diversos sobre unas mismas obras. [...] ¿Cómo, pues, podremos obrar con prudencia sujetándonos al dictamen de otros escritores por más respetables que sean? Un juicio semejante deberá obligarnos a leer y volver a leer con la mayor atención las obras de las cuales nosotros le formamos contrario y no proferirlo sin un maduro y bien perspicaz examen de las mismas; pero jamás deberá abrazarse ciegamente nuestro diclamen. Esta libertad que yo me tomo de separarme a veces del juicio de hombres que me son muy superiores debo dejarla mucho más a los otros para que no se fíen del mío. ¡En cuántas equivocaciones no habré yo incurrido examinando las perfecciones y los defectos de tantas obras y de tantos autores diversos! Por más que haya procurado leerlos con toda la atención posible y librarme de toda preocupación y de todo afecto contrario a un recio juicio, ¿podré creerme seguro de todo error en el juzgar? La debilidad del ingenio, la rusticidad del gusto y tal vez algunas insensibles preocupaciones me habrán inducido a algunos errores, en los que no quisiera hacer caer a los lectores demasiado dóciles. El único fruto que yo deseo sacar de mis críticos razonamientos es inclinar a algunos a la lectura de las mismas obras de que hablo y acaso dirigirlos también de algún modo en la misma lectura. Si después encontraren mi juicio poco fundado, llevaré con paciencia que le abandonen y le formen por sí mismos y siempre tendré el gusto de haberlos de alguna manera estimulado a una más atenta lectura de tales obras, que les habrá acarreado no poca utilidad y me bastará haberlos conducido a un camino donde puedan sin riesgo abandonar la guía.
Tal vez habrá quien tenga por reprensible en este tomo la individualidad y difusión con que hablo de algunos autores y se condolerá de verme descender a cosas demasiado pequeñas cuando algunas expresiones más generales, algunos rasgos fuertes y algunas pinceladas maestras hubieran expresado mejor el carácter de los autores y el mérito de las obras. Conozco que esta reprensión podrá ser bastante razonable y justa, pero la desconfianza del propio ingenio y el celo, no sé si bien entendido, de ayudar a algunos lectores me han inducido a seguir el camino de las observaciones demasiado individuadas [sic] y particularizadas y singularmente en el libro de la Poesía, por ser esta amada y estudiada principalmente de los jóvenes, he creído deber descender a más distintas individualidades.
Veo tantos escritores que alaban con rasgos fuertes y pinceladas maestras y después nada dicen, ni hacen más que esparcir expresiones inconcluyentes y generales que con razón temía caer yo mismo en igual defecto siguiendo el propio camino. Una explicación más clara, alguna particularidad puesta a la vista y, por otra parte, algún ejemplo pueden tal vez dar a los jóvenes estudiosos aquellas luces que en vano se esperan de los rasgos y pinceladas que las más veces quedan demasiado vagas y genéricas. El verdadero punto es guardar un justo medio, pero también es el más difícil y yo, por evitar una generalidad demasiado indeterminada e inútil, habré caído en el extremo contrario de difusión sobrado individual y particularizada, acaso más enfadosa para algunos lectores, pero tal vez menos inútil para otros, aunque no por esto intento hacerme acreedor a las alabanzas, sino solo a la venia e indulgencia.
Temo que se me haga una acusación más universal de haber alabado autores que para muchos son desconocidos y pasado en silencio otros que están tenidos en grande aprecio de los mismos. ¿Quiénes son León y Villegas, dirá el italiano, para que su noticia nos interese con menoscabo de los Constancios y de los Speronis [1]? ¿Qué me importan, dirá el español, Philips y Canitz [2] en coramparacion de Herrera y de Schilace? Y así todas las naciones me encontrarán escaso y falto en hacer conocer sus autores y demasiado copioso y difuso hablando de los otros. Conozco cuán difícil sea encontrar una justa medida en esta parte y no me gloriaré de haberla podido hallar, pero ciertamente lo he procurado y, habiendo adquirido algún conocimiento de los progresos de la literatura en cada nación, he solicitado hacer conocer aquellos autores que han tenido mayor influjo y que más deben interesar al común de los literatos. Y solo ruego a los lectores, que me harán esta acusación, que reflexionen, que yo trato universalmente de toda la literatura y no en particular de la de su nación, que si los Italianos aprecian sus autores no conocidos de los españoles, también estos estiman los suyos desconocidos de los italianos y que las investigaciones del que quiere examinar los progresos de toda la literatura no deben regularse por el aprecio particular que hace una nación, sino por las dotes y calidad de los escritos y de los escritores.
A algunos parecerá extraño que se quiera emplear todo un volumen en sola la Poesía y reducir a otro todo el resto de las Buenas Letras. Pero quien vea que Quadrio [3] llena tantos y tan gruesos tomos hablando de la Poesía y deja la materia muy imperfecta; quien lea tantos otros en Crecimbeni [4] de solo la italiana, no se maravillará de encontrar en mi obra un volumen entero dedicado a la Poesía, la cual debe presentarnos ahora más copioso asunto que en los tiempos de Quadrio y de Crecimbeni. Y quien observa la extensión que el juiciosoTiraboschi en su Historia de la literatura italiana da a la Poesía en comparación de todas las artes y ciencias, no se atreverá a reprender que en la presente obra ocupe casi tanta parte la Poesía como el resto de las Buenas Letras. ¡Cuántos lectores se enfadarán al oír nombrar muchos anticuarios y cronólogos que poco les importan, al paso que todos me encontrarán defectuoso por haber pasado en silencio cualquier poeta suyo! ¡Cuán pocos tomarán interés en las noticias de los hermenéuticos y de los gramáticos! ¿Y quién no desea conocer los poetas? La Poesía es la parte de la literatura que interesa al mayor número de los lectores: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cultos e incultos, todos aman la Poesía y desean tener noticia de sus privados; ella es la Venus de las Buenas Letras que todos quieren conocer y contemplar y que, en concepto de todos, deberá presentarse distinguida con honrosa preferencia y expuesta con mayor amplitud y extensión.
[...] La Gramática, cultivada con la doctrina y erudición que le dieron los antiguos y los celebrados gramáticos de los felices tiempos del restablecimiento de nuestra literatura, no es materia tan limitada como comúnmente se cree y comprende la crítica, la hermenéutica y toda suerte de estudios filológicos y eruditos y yo, lejos de darla demasiada extensión, temo fundadamente haberla reducido a pocas páginas y privádola de aquella extensión que realmente se merece y a que la hacen acreedora los frutos que ha producido en toda la literatura. Pero entretengo a los lectores dándoles cuenta de lo que no les interesa cuando debería procurar ocuparlos dignamente en la misma obra.
Sperone Speroni degli Alvarotti (1500-1588) fue un humanista, estudioso y dramaturgo italiano del Renacimiento. Fue miembro de la escuela literaria de la Accademia degli Infiammati de Padua y escribió sobre asuntos morales y literarios.
Philip Sidney (1554-1586) fue una de las figuras más destacads de la época isabelina. Introdujo el soneto en la literatura inglesa. Friedrich Rudolf Ludwig Freiherr von Canitz (1654-1699) fue una de los poetas más célebres conocido por su imitada obra Nebenstunden unterschiedener Gedichte.
Francesco Saverio Quadrio (1695-1756)fue un escritor e historiador famoso por su Della storia e della ragione di ogni poesia, voluminosa obra dedicada a la poesía, el teatro y la música.
Mario Crecimbeni es mencionado por su obra L'istoria della volgar poesia (1731).