Biblioteca de la Lectura en la Ilustración
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Identificación

Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Tomo IV

Juan Andrés; Carlos Andrés (traductor)
1787

Resumen

El cuarto tomo de la obra Origen, progresos y estado actual de toda la literatura de Juan Andrés se dedica a la poesía dramática (capítulo IV), a la poesía lírica (capítulo V), a otras especies de poesía (capítulo VI) y a los romances (capítulo VII).

En el primero de estos capítulos, además de exponerse la historia trágica y cómica del género desde los griegos, se estudian las causas de la decadencia del teatro antiguo, los orígenes del teatro moderno, por extenso de los autores italianos, como españoles, franceses y británicos y, de forma más abreviada, los teatros alemán, danés, polaco, ruso, checo, etc., hasta llegar a los últimos adelantamientos del teatro contemporáneo. El repaso de la poesía lírica sigue el mismo esquema, así como las páginas dedicadas a otras formas de poesía. En cuanto a las obras en prosa, la definición de novela se reduce a ser consideradas pequeños romances, con menos incidentes y aventuras. Aplaude aquellas que transmiten una buena moral o son obra de escritores de la talla de Cervantes, Fenelón, Richardson y Rousseau.

Descripción bibliográfica

Andrés, Juan, Origen, progresos y estado actual de tola la literatura. Obra escrita en italiano por el abate D. Juan Andrés, individuo de las Reales Academoa Florentina, y de las Ciencias y buenas Letras de Mantua: y traducida al castellano por D. Carlos Andrés, individuo de las Reales Academias Florentina, y del Derecho Español y Público Matritense. Tomo IV, Madrid: Antonio de Sancha, 1787.
6 hs., 551 pp.; 4º Sign.: BNE 2/59400.

Ejemplares

Biblioteca Nacional de España

PID bdh0000014520

 

Bibliografía

Consúltese Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Tomo I.

Cita

Juan Andrés; Carlos Andrés (traductor) (1787). Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, Tomo IV, en Biblioteca de la Lectura en la Ilustración [<https://bibliotecalectura18.net/d/origen-progresos-y-estado-actual-de-toda-la-literatura-t-iv> Consulta: 21/11/2024].

Edición

TEATRO ESPAÑOL

[...] Las frías imitaciones de los antiguos, puestas en el teatro por los autores del siglo XVI, no podían conmover mucho los ánimos del pueblo que concurría a él. Esto dio motivo a que algunos actores y poetas de Italia y de España abandonasen las huellas que, con poca felicidad, habían dejado impresas sus mayores y a que, con sobrada libertad, se abriesen nuevos caminos. Pero los españoles fueron en esta parte más atrevidos y más dichosos. Ningún hombre célebre cuentan los Italianos entre los dramáticos del nuevo gusto, ninguna de las comedias famosas, que han llenado con sus aplausos los teatros de todas las naciones, ha sido producción de poetas Italianos. Vega, Calderón, Castro, Moreto y todos los cómicos que entonces se celebraban eran españoles y todas las piezas teatrales que causaban la admiración universal, que se traducían en otras lenguas, que se buscaban en todos los teatros, todas eran parto de la vivaz fantasía de los españoles y esta gloria, sea la que fuere, ciertamente se debe a España. «Los españoles, dice Voltaire, tenían en todos los teatros de Europa la misma influencia que en los negocios públicos; su gusto dominaba tanto como su política» [1]. El teatro español recogió, pues, los aplausos y los elogios de toda la Europa y sirvió de algún modo para despertar las dormidas y aletargadas fantasías de los dramáticos modernos. Este universal crédito que en aquel siglo obtuvo el teatro español, se ve bien contrapesado con el general desprecio en que en el día está tenido de todos los críticos modernos: si entonces se oían con ruidosos aplausos algunas comedias españolas, ahora el nombre solo de tales comedias excita la risa y el oprobio de los censores cultos. ¿Qué deberemos, pues, decir nosotros para formar un justo juicio de sus cualidades laudables o detestables? [2].

 

MÉRITO DEL TEATRO ESPAÑOL

Yo perdonaría a los poetas españoles hasta un cierto punto la infracción de las leyes de la unidad, sobre lo que se les reprende tanto, y se podría igualmente reprender a los poetas de las demás naciones que escribieron en aquella edad. Yo, sin gran repugnancia, les dejaría juntar en la escena los reyes con los villanos y los personages nobles y serios con los ridículos y burlescos. Yo no les haría un gran crimen por pasar de un metro a otro y por poner en un mismo drama varias especies de verso. Pero no puedo sufrir el ver tan mal conservados los caracteres y las costumbres, que no se distingue el príncipe del particular, ni la mujer noble de la plebeya; el encontrar tan extraños incidentes y estos tan poco preparados que chocan y ofenden la imaginación y buen gusto de los lectores y el oír un estilo tan poco natural y propio de las pasiones y de los afectos, que no puede hacer una impresión profunda en el corazón. Mas, con todo, una versificación fácil y aarmoniosa, un lenguaje elegante y puro manejado con maestría, una singular copia de sentencias y de conceptos no vulgares y una maravillosa complicación de accidentes ingeniosos seducen a veces, no solo al auditorio popular, sino también a los cultos lectores e interesan vivamente su curiosidad, a pesar de las ridiculeces y extravagancias que ofenden la razón y el buen gusto. El mayor perjuicio del teatro español lo ha ocasionado su exorbitante riqueza: todas las naciones europeas juntas tal vez no han compuesto tantos dramas como tiene sola la España. Y ¿quién será el docto y sufrido observador que tenga ánimo para leer tantos millares de tomos con el fin de encontrar algunos dramas medianos, que compensen muchos defectos con algunas buenas prendas, y para sumergirse en tanta escoria con el de buscar un poco de oro y aun este no puro? Así que es más fácil cansarse de la lectura de las malas comedias españolas que acertar con aquellas que pueden agradar a un lector docto e imparcíal y que son las únicas que realmente deben formar el carácter del teatro español. [...]


Nosotros, pues, dejando que yazgan entre el polvo los millares de comedias españolas que están faltas de todo mérito, deberemos observar únicamente las que han conseguido mayor crédito y juzgar por ellas del teatro español. Sería un trabajo inmenso e inútil el examinar una por una aquellas comedias que han merecido alguna atención a los críticos imparciales y severos, pero diremos en general de todas que el diálogo raras veces corresponde a las personas y a las circunstancias de las escenas; que el estilo, aunque por lo regular es fluido, puro y ameno, a veces peca en bajo y cabalmente cuando no corresponde la llaneza y sencilez, otras se eleva a las nubes con estudiados conceptos y con eruditos y afectados razonamientos, y rara o ninguna vez se sabe acomodar al verdadero lenguage de los afectos y de las pasiones; y que los caracteres jamás están bien pintados, aunque en algunos pasajes suelen verse bastante bien dibujados, pero que, al mismo tiempo, la portentosa fecundidad de la invención, el interés de las situaciones, la ingeniosa complicación y feliz desenredo de muchos accidentes, la copia de agudas sentencias y de finos pensamientos, la facilidad, naturalidad y gracia de la versificación y del lenguage pudieron de algún modo recompensar tantos defectos y hacer que el siglo pasado diese justamente la preferencia al teatro español y que los buenos poetas dramáticos lo estudiasen y se aprovechasen de sus riquezas. La excesiva sencillez y naturalidad hacían desabridos e insulsos los dramas de los autores del siglo XVI: el ingenioso y agradable enredo y la feliz combinación de algunas situaciones bien dispuestas es un mérito debido a los españoles del XVII, y que ha servido de guía y de estímulo a los buenos poetas franceses para formar un nuevo teatro. El mayor mérito, pues, de las comedias españolas consiste, en mi concepto, en el enredo comúnmente conducido con ingenio y felicidad y su mayor defecto en no pintar las pasiones y los afectos con aquella delicadez y exactitud que requieren la filosofía y el teatro. La imaginativa de los lectores encuentra pasto en aquellas comedias; el corazón permanece quieto y frío, sin sentir aquellas impresiones profundas que forman las más suaves delicias de la poesía dramática. Pero baste ya de teatro español, demasiado buscado y aplaudido en el siglo pasado y excesivamente despreciado en el nuestro.

  1. Voltaire, «Préface du commentateur. Remarques sur Le Cid, tragédie représentée en 1636», en Œuvres complètes de Voltaire. Mélanges. Commentaires sur Corneille, Paris: Garnier Freres, 1880, T. X, p. 203.
  2. Juan Andrés se suma a la línea de aquellos defensores moderados del teatro español del siglo XVII. Así, mientras, de un lado, reconoce su influencia en el teatro europeo y el papel decisivo desempeñado en la renovación del teatro moderno, de otro lado, y sin mostrarse defensor a ultranza de las reglas del arte, admite que no todas las creaciones españolas tienen la misma calidad poética. Véase Rodríguez Sánchez de León, María José, «La contribución española a la Weltliteratur: la canonización del teatro barroco en la crítica de la Ilustración y el Romanticismo», en El teatro del Siglo de Oro ante los espacios de la crítica. Encuentros y revisiones, Madrid: Iberoamericana, 2002, pp. 237-274.