El quinto tomo de los Principios filosóficos de la literatura del abate Batteux consta de dos tratados. El tratado VI se dedica a la poesía lírica. Junto con una definición del género y una caracterización formal de la oda y de la elegía, se repasan sus orígenes y se añaden un «Apéndice sobre la poesía lírica española» (pp. 75-178) y un «Suplemento sobre el drama lírico, llamado vulgarmente ópera» (pp. 179-221).
El segundo tratado consta de dos partes: la primera define la poesía didáctica, especifica cuál es su forma y qué especies de poemas didácticos existen y, en la segunda, se ocupa de la sátira y de las epístolas en verso. Incluye, a su vez, dos apéndices, uno sobre la sátira española (pp. 310-350) y otro sobre la epístola también española (pp. 353-368).
Finalmente el último tratado de este volumen versa sobre el epigrama, el madrigal y el soneto. Tiene además el interés de que se añade un «Análisis de la Poética de Aristóteles», que toma del Lycée ou Cours de littérature ancienne et moderne de Jean-François de La Harpe (pp. 389-422), y unas «Observaciones sobre lo que debe entenderse por poeta y lo que a este le constituye verdaderamente» (pp. 423-470). En estas páginas explica qué disposiciones y requisitos debe poseer quien desea ejercitarse en el arte de la poesía. A pesar de no separarse de la idea de imitación, que proclama como fundamento de la creación literaria en todos los volúmenes, a propósito de la poesía lírica establece una relación entre ingenio poético, imaginación y sensibilidad. Lo expresa diciendo:
[...] El fondo del ingenio poético no puede consistir sino en una extremada sensibilidad del alma, acompañada de una extrema viveza de imaginación. Son tan fuertes en el poeta las impresiones agradables o desagradables, que se abandona enteramente a ellas, fija su atención en lo que pasa dentro de sí y da un libre curso a la expresión de los sentimientos que experimenta. Olvídase entonces de todos los objetos que le rodean, para ocuparse solamente de los que le presenta su imaginación y parece obran sobre sus sentidos. Se entrega a ese entusiasmo que, según la especie de sentiimiento que le produce, manifiesta su vehemencia o su dulzura, así en el tono de la voz, como en el flujo de las palabras.
Empero a este vivo sentimiento se une cierta fuerza extraordinaria de imaginación, cuyo carácter varía, según el genio particular del poeta. Juzga de todo de un modo que le es peculiar, solo percibe en el objeto lo que le interesa, descubre relaciones y aspectos que ninguno otro habría descubierto jamás a sangre fría (pp. 455-456).
La definición que finalmente ofrece de poeta supone una conjunción de estas cualidades que, no obstante, ordena a partir de la preferencia de la lógica de la razón o, lo que es lo mismo, de las reglas poéticas. En consecuencia, el espacio de la imaginación queda reducido esencialmente a la expresión.
El entusiasmo en el caso de la lírica se identifica con el furor poético y como efecto de «una imaginación enardecida artificialmente por los objetos que se representa a sí misma en la composición» (p. 5) y de ahí deriva que el poeta lírico sea sublime unas veces, apacible otras y medio por lo común. En el capítulo tiulado «Del entusiasmo de la poesía lírica» (pp. 4-13) desarrolla su idea del sublime que debe reducirse a la brillantez de las imágenes y la viveza de los sentimientos.