Charles Batteux (1713-1780) estudió Teología y obtuvo la cátedra de Filosofía clásica en el Collège de France. En 1761 ingresó en la Academia Francesa. Destacó como autor de varios textos de preceptiva poética que se tradujeron en toda Europa: Les Beaux-Arts réduits à un même principe (1746), el Cours de Belles Lettres (1747-1748), que integraría después en sus Principes de la littérature del año 1764. Un año antes publicó un tratado titulado Construction oratoire.
El primer texto de esta materia que imprimió, por consiguiente, fueron Les Beaux-Arts réduits à un même principe en 1746, obra introductoria de carácter general que dedicó al Delfín de Francia y que pronto se reeditó. Su propósito, declarado en el «Prefacio», consiste en ofrecer tanto a los autores como a los amantes del arte, una obra en la que se sistematizaran y ordenaran las reglas del arte para lo que dice seguir el procedimiento establecido por el mismo Aristóteles. Consiste este en extraer de la observación de las obras particulares reglas generales que, en su opinión, se reducen a un único principio, la idea de imitación. Considera que esta concepción del arte y de la poética resulta irrefutable, por lo que cualquier manifestación artística, literaria o no, obedece a tal principio configurador.
El sistema que propone consiste en partir de la aceptación universal del principio de imitación, de forma que, solo cuando se asume este, se podrá entender la diferencia entre las artes y se asumirá que, incluso las capacidades creativas individuales, se hallan condicionadas por él. Detalla estas cuestiones en las lecciones preliminares, en las que deja claro que, al igual que las artes imitan la naturaleza, el genio y el gusto han de someterse a su ley. Así pues, aunque reconozca que existen gustos particulares, estos no pueden contradecir el sentido general del gusto o del buen gusto.
El resto de los capítulos se dedica al estudio particular de cada una de las artes: Poesía, Pintura, Música y Danza.
Este texto se complementó con el Cours de Belles Lettres que tenía como finalidad demostrar en la práctica la teoría esbozada en Las Beaux Arts reduits a un même principe. Ambos tratados acabaron por refundirse en sus Principes de littérature, lo que convirtió a Batteux y su propuesta imitativa en un referente del clasicismo racionalista europeo del Setecientos.
Descripción bibliográfica
[Batteux, Charles], Les Beaux Arts reduits a un même principe, Paris: Durand, 1747.
8 hs., xiii, 3 hs., 308 pp., 8 hs.; 8º. Sign: BNF Z-11328.
Uno se queja todos los días de la multitud de reglas: son igualmente embarazosas para el autor que quiere componer, que para el aficionado que quiere juzgar. No tengo intención de pretender aquí aumentar su número. Yo tengo un objetivo muy diferente: aligerar la carga y simplificar el camino.
Las reglas se multiplican por las observaciones hechas a partir de las obras; se deben simplificar reduciéndolas estas mismas a unos principios comunes. Imitemos a los verdaderos físicos, que acumulan experimentos y después fundan sobre ellos un sistema que los reduce a un principio.
Nosotros somos muy ricos en observaciones: es un fondo que ha ido creciendo de día en día desde el nacimiento de las artes a hoy en día. Pero este fondo tan rico nos obstaculiza más que nos sirve. Se lee, se estudia, se quiere saber y todo se escapa porque hay un número infinito de partes que, al no estar relacionadas entre sí, no son más que una masa informe en lugar de formar un cuerpo armonioso.
Todas las reglas son ramas que tienen un mismo tronco. Si nos remontamos hasta su origen, encontraremos un principio bastante simple para abarcar todo el campo y lo bastante extenso para absorber todas estas pequeñas reglas con detenimiento, que se pueden conocer por el sentimiento y de las que la teoría no hace más que entorpecer el espíritu sin iluminarlo. Este principio fijará de una vez lo que pertenece verdaderamente al genio en las artes y les liberara de mil escrúpulos inútiles para no someterles más que a una única ley soberana que, una vez bien comprendida, será la base, el compendio y la explicación de todas las demás.
Estaré muy honrado si este deseo se encuentra solamente esbozado en este pequeña obra, con la que no he pretendido más que aclarar mis propias ideas. Es la Poesía la que la ha hecho nacer.
Yo había estudiado a los poetas como se les suele estudiar: en las ediciones que van acompañadas de comentarios. Me considero bastante instruido en esta parte de las Bellas Letras para tratar luego de otras materias. Sin embargo, antes de cambiar de asunto, pensé que debía poner en orden los conocimientos que había adquirido y dar cuenta de ellos a mí mismo.
Y para empezar por una idea clara y perceptible, me he preguntado ¿qué es la poesía y en qué se diferencia de la prosa? Creí que la respuesta era sencilla: era fácil notar la diferencia, pero no era tan fácil de apreciar y quería una definición exacta.
Reconocí entonces que cuando había juzgado a los autores era por una suerte de instinto que me había guiado más que la razón: sentí los riesgos que había corrido y los errores en los que podía haber caído por culpa de no haber reunido la luz del espíritu con el sentimiento.
Me he hecho multitud de reproches al imaginar que estas luces y estos principios debían estar en todas las obras en las que se habla de Poética y que, por distracción, no las había notado miles de veces. Vuelvo sobre mis pasos y abro el libro de M. Rollin: encuentro en el artículo de la «Poesía» un discurso muy sensato sobre su origen y sobre su propósito, que ha de ser en beneficio de la virtud. Se cita las bellezas de Homero, se da una justa idea de la sublime poesía de los libros santos, pero es una definición lo que pido.
Recurro a los Daciers, a los Bossu, a los Aubignacs, consulto de nuevo los comentarios, las reflexiones, las disertaciones de los escritores célebres, pero por todas partes encuentro ideas parecidas a la respuesta de los oráculos: obscuris vera involvens. Se habla de furor divino, de entusiasmo, de arrebatos, de delirios felices, todo grandes palabras que agradan al oído pero no dicen nada al espíritu.
Después de tantas investigaciones inútiles, no se atreven a entrar solo en una materia que, vista de cerca, parece bastante oscura. Me decidí a abrir a Aristóteles donde sí había visto alabada la Poética. Creía que había sido consultado y copiado por todos los maestros del arte. Muchos ni siquiera le habían leído y casi nadie le había extractado, con la excepción de algunos comentadores que no habían hecho un sistema más que para aclarar un poco más el texto y que no me ofrecen más que ideas preliminares y estas eran tan sombrías, tan superficiales, tan oscuras que me desesperé por encontrar en algún sitio una respuesta precisa a la cuestión que me había propuesto y que al principio me había parecido tan fácil de resolver.
Sin embargo, el principio de imitación, que el filósofo griego estableció para las Bellas Artes, me había conmovido. Había sentido la justicia para la pintura, que es la poesía muda. He relacionado las ideas de Horacio, de Boileau, y de algunos otros grandes maestros. Le he añadido varios asuntos extractados de otros autores de esta materia: la máxima de Horacio se encuentra comprobada por su examen: ut pinctura poësis. Se encuentra que la poesía era en todo una imitación, incluso más que la pintura. Yo fui más allá: traté de aplicar el mismo principio a la música y al arte de la interpretación y me sorprendió la precisión con la que les convenía. Esto es lo que ha producido esta pequeña obra en la que queda bien sentado que la Poesía debe tener el rango principal tanto por causa de su dignidad, como porque era la ocasión.
Se divide en tres partes. En la primera, se examina cuál puede ser la naturaleza de las Artes, en qué partes se divide y sus diferencias fundamentales y se enseña, por la cualidad misma del espíritu humano, que la imitación de la naturaleza debe ser su objeto común y que no difieren entre ellas más que por el medio que emplean para ejecutar esta imitación. Los medios de la Pintura, de la Música, de la Danza son los colores, los sonidos, los gestos, mientras que el de la Poesía es el discurso. De este modo, se ve, de un lado, la relación íntima y la especie de hermandad que une a todas las artes, todas hijas de la naturaleza, se proponen el mismo fin, se rigen por los mismos principios; de otro lado, sus diferencias particulares, las que las separan y las distinguen entre sí.
Después de haber establecido la naturaleza de las Artes por el genio del hombre que las ha producido, era natural pensar en las pruebas que se pueden extraer del sentimiento, tanto más cuanto era natural pensar en las pruebas que podían extraerse del sentimiento, tanto más cuanto que es el gusto el juez nacido de todas las Bellas Artes y que la razón misma establece sus reglas en relación a él y para complacerle. Y si se encontrara que el gusto está de acuerdo con el genio, y que el concurre en prescribir las mismas reglas paar todas las artes en general y para cada una en particular, esto supone un nuevo grado de ceteza y de evidencia que se une a las primeras pruebas. Esto es el asunto de la segunda parte, donde se prueba que el buen gusto en las artes es absolutamente conforme con las ideas establecidas en la primera parte y que las reglas del gusto no son sino la consecuencia del principios de imitación, porque si las artes son esencialmente imitación de la bella naturaleza, debe estar presente el buen gusto en las artes. Esta consecuencia se desarrolla en varios artículos donde se trata de exponer que es el gusto, de qué depende, cómo se pierde, etc., y todos estos artículos demuestran siempre el principio general de la imitación que lo abraza todo. Estas dos partes contienen las pruebas de este razonamiento.
Hemos añadido una tercera que contiene lo que se extrae del ejemplo y de la conducta de los propios artistas. Es la teoría verificada por la práctica. El principio general se aplica a las especies particulares, y la mayor parte de las reglas conocidas armonizan con la imitación y forman una suerte de cadena por la cual el espíritu toma a la vez las consecuencias y el principio, como un todo perfectamente unido, y del que todas las partes se sostienen mutuamente. Tanto es así que en la búsqueda de una única definición de la poesía, esta obra se forma casi sin una finalidad, sino por la progresión de las ideas de la que la primera ha sido el germen de todas las demás.